Más cerca de nada que de poco. Desde principios de 2019 propios y extraños habían comenzado a fantasear con un “Ministerio de la Venganza” si el peronsimo se alzaba con la victoria. Los propios mencionaban con claridad algunos hechos evidentes que iban desde el procesamiento, condena y prisión de Milagro Sala (que no sucedió en ese orden) hasta los periodistas que sufrieron despidos de sus puestos de trabajo (en el ámbito estatal, pero también en el privado); trabajadores echados o notoriamente maltratados en diversas dependencias estatales; personajes públicos que sufrieron sistemáticos ataques en las redes sociales bajo un todavía no aclarado uso de trolls y bots; la notable cantidad de procesamientos abiertos contra funcionarios del gobierno de Cristina Fernández que incluyó a la misma ex presidenta, algunos de ellos con un grado de endeblez que parecía imposible que un juez pudiera dar lugar a la denuncia, y sin embargo…
No se hizo una lista, pero es evidente que el macrismo consagró muchas energías en ocuparse de la oposición; acaso bastante más energía que en gobernar. Pero no fue solo una ocurrencia del peronismo. Los extraños le dieron cierto aire de amenaza a la ocurrencia. Lo repitieron en sus canales de TV y en sus periódicos: “se van a vengar”. Curiosamente el argumento no fue el rechazo a la venganza per se; implícitamente voceros y periodistas, políticos y comunicadores cercanos al macrismo estaban admitiendo que al menos algunas dosis de persecución sobre el peronismo habían existido. Lo reconocieron a horas del final del mandato de Macri cuando afirmaron que quizás hubo “excesos con las prisiones preventivas”; eso no parecía estar en discusión; el punto era si el “monstruo peronista” desataría una venganza de proporciones inimaginables. Algunos de los propios comenzaron a hacerse la pregunta, un poco en broma pero también un poco en serio de si debía encararse alguna política sobre lo que había sucedido, sobre las causas inventadas, los castigos que algunos recibieron, cuando el gobierno anterior decidió saltar el límite que imponen las instituciones de la democracia. Alberto Fernández asumió la presidencia y de lo que va hasta el día de hoy, no hemos visto nada siquiera semejante a una venganza. Cada intervención pública, cada decisión, cada funcionario designado, están planteadas mirando hacia adelante, mencionando la crisis y proponiendo políticas; dar cuenta de la situación, pero no dedicar las fuerzas a la revancha. Partiendo del contexto mencionado, cabe preguntarse ¿Por qué?
La historia es harto conocida: Perón retorna a la Argentina luego de 18 años de exilio forzado. Desde 1955 había enfrentado, en ausencia, un sin número de causas judiciales que parecían contener casi todos los delitos posibles. La autodenominada Revolución Libertadora luego de declarar que no había ni “vencedores ni vencidos”, publicó el Libro Negro de la Segunda Tiranía relatando “el horror” de los años peronistas. A Perón le fueron confiscados sus bienes, destruyeron su casa a mazazos, quemaron pertenencias y hasta secuestraron el cadáver Eva, su esposa. En 1964 no le permitieron volver a la Argentina, a pesar de que tuviéramos en aquel momento un gobierno electo. No lo autorizaron a participar en las elecciones de marzo de 1973. Digamos que tenía elementos para montar algunas venganzas, responder con la misma vara, pero no fue lo que sucedió; es cierto que el país vivía una crisis profunda, pero aun antes de volver, emitió señales de búsqueda de acuerdos, de acercamiento a distintas fuerzas políticas, incluida el radicalismo. Una actitud semejante había tenido luego de quedar detenido en 1945: todo su empeño estuvo en ganar las elecciones de febrero de 1946. Pareciera que hay algo constitutivo del peronismo que lo orienta más a la construcción de poder político que a la búsqueda de victorias pequeñas, de corto alcance, que al fin de cuentas en eso consisten las venganzas.
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Por contrapartida, el antiperonismo encuentra en estas prácticas el modo de canalizar buena parte de su acción política. Al fin de cuentas fue durante el gobierno de la Alianza que el ex Presidente Carlos Menem, quedó procesado y detenido por la causa de la venta de armas a Croacia y a Ecuador en pleno 2001 (a fines de ese mismo año, antes del estallido de diciembre, Fernando De La Rúa buscó un acuerdo con Menem para ganar gobernabilidad). La prisión de Menem, en una quinta, fue exhibida como un triunfo singular de un gobierno cuyos resultados eran deficitarios en casi todos los rubros. Cuando recordamos que Menem fue absuelto en esa causa años después, vienen a nuestros ojos la escena de la quinta.
Luego, el 2015. El gobierno de Macri transcurrió los cuatro años de su mandato dedicando recursos, tiempo y funcionarios (y periodistas amigos) a intervenir sobre funcionarios y adherentes del gobierno anterior, el de Cristina Fernández. Desde “la pesada herencia” hasta la apertura de causas judiciales de dudosa institucionalidad y el encarcelamiento de varias personas mediante recursos con una debilidad jurídica que por momentos despertó un temor olvidado. No parece difícil de observar que las políticas que llevaron al empobrecimiento de millones, pretendían ser “compensadas” con esta supuesta búsqueda de justicia y lucha contra la corrupción. Esa práctica fue posible porque habilidades instaladas, más precisamente modos de concebir la acción política. Cambiemos contó entre sus filas con denunciadores seriales desde el principio. Desde luego emerge la figura de Elisa Carrió como la imagen casi arquetípica de quien crece políticamente mediante la práctica sistemática de la denuncia judicial. Sería injusto afirmar que habita sola ese espacio: Margarita Stolbizer, Ricardo Monner Sans, Graciela Ocaña, Fernando Iglesias. Nos hemos acostumbrado a conocer a algunos dirigentes políticos sólo por sus denuncias, y casi no sepamos cuáles son sus propuestas de gobierno, en economía, educación, salud. Hacer de la denuncia una práctica política que define el perfil que se genera en el espacio público y por el cual la ciudadanía los conoce e identifica. Es cierto que Raúl Alfonsín inició su campaña denunciando un pacto sindical-militar, pero nunca limitó a eso su propuesta de gobierno y por eso triunfó en las elecciones y dejó su legado.
Con el gobierno de Macri, estos personajes que hicieron de esa acción una auténtica práctica de la política, una militancia, encontraron un campo fértil para reproducirla y al fin, lograr encarcelamientos de opositores. En el fondo esas prácticas evidencian una debilidad: la dificultad de competirle al peronismo en la arena de la gestión de lo público y de un gobierno que beneficie a las mayorías. El partido de Perón ha tenido avances y retrocesos en ese campo, pero en la memoria son muchos los logros obtenidos cuando se hizo cargo de gobiernos en los distintos niveles. No se trata de apelar a una fantasmal infalibilidad; por el contrario, es observar que la práctica recurrente y permanente de la praxis política en alianza con vastos sectores sociales, obtiene por resultado mejores logros en la gestión y una más acabada visión sobre lo político. El macrismo, con grandes dosis de incapacidad para la gestión pública y una representación de intereses algo más que limitada, luego de obtener el triunfo electoral optó por el camino de poner en tensión el Estado de derecho y llevar adelante acciones que evidenciaron un claro amedrentamiento, cuando no venganza. De hecho podría decirse que fue la única política que permaneció inalterada durante los cuatro años del macrismo.
En cambio, la ciudadanía a la que representa el peronismo no está indignada; está soportando una crisis económica que sepultó sus esperanzas, en algunos casos las más básicas perspectivas de una vida razonable. Si esto es así ¿Por qué Alberto Fernández iría en otro rumbo que gobernar para responder a esas demandas? La venganza es debilidad, es muestra de incapacidad para conducir el Estado y vencer al adversario político en el terreno de las instituciones, en especial el voto. Es cierto que se hace imprescindible que se haga justicia con aquellos que gobernaron para sus intereses o que montaron persecuciones. El camino será el de lograr que nunca más se impongan modelos generadores de exclusión, de persecución y de beneficio para unos pocos, en definitiva que podamos olvidar el neoliberalismo. Porque como escribió Borges, el olvido es la única venganza.