Cliente:- Sabés que no sé dónde puede estar lo que estoy buscando. Vendedor: -Buen día, ¿qué buscas? Cliente: -El último libro de Ana Frank. ¿Cuál es el último que escribió? Me encantó el diario. Me gustó mucho. Quiero lo último.
Luis Mey, uno de los novelistas argentinos que viene trabajando duro y parejo en los últimos años, autor de "Las garras del niño inútil", "La pregunta de mi madre" y "Macumba"- durante mucho tiempo fue vendedor en la librería El Ateneo Santa Fe. Su nuevo libro es un extraño objeto en el que se combinan materiales como la recopilación de anécdotas, el diario íntimo y la novela. En "Diario de un librero", Mey se aprovecha de esa experiencia laboral para hablar del mundo de los libros y sus habitantes, pero además (de taquito, como sin quererlo) del desasosiego, el maltrato y el autismo que colorean de nuestra vida cotidiana.
Cliente: -Pibe, ¿dónde están los libros para curar la homosexualidad?
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La superstición de la lengua escrita; así lo llamó Borges: la creencia de que en un libro impreso es la verdad impresa y que allí se encuentran las respuestas a todos los problemas que nos aquejan. Se cree que hay un libro para cada situación de la vida. Hay muchas personas que dicen "si tenés este problema, tenés que leer a...." En el Diario de un librero podemos escuchar la voz del cliente que viene a pedir "cuentos sobre manos" o "El vómito" de Sartre. Asistimos al intervalo de silencio infinito entre esa pregunta y su respuesta. Casi podemos escuchar el bufido de decepción cuando se le dice que tal cosa no existe. Cuando a un cliente se le niega algo, el cliente se convierte en un niño. Pero en un niño molesto y caprichoso.
-Nene, dame "Comen".
-¿Qué cosa?
-Ay, querido... Parecías inteligente. Si vi la película 30 veces. Y vos también. La de los chicos que se caen con el avión en los Andes y...
-Viven. El libro que busca llama "Viven".
- ¿Viven? Ah... Bueno... ¿Si? Comen, viven... Es lo mismo... Hay que comer para vivir y... Dame el libro que el taxista está esperando.
Le doy el libro, lo paga y se va. Ni una sola palabra. Ni un gesto de cortesía.
Diario de un librero también es sobre el maltrato cotidiano. En una época de novelas sobre lumpenes y marginales, Mey hace centro en la situación laboral, el insulto gratuito, las hemorroides del que trabaja toda la jornada de pie, la humillación de la empleada que tiene que limpiar la roña que un cliente desaprensivo dejó en la tapa del inodoro. "Uno de cada 20 clientes termina de escuchar lo que decís cuando te pide una indicación". No es de cliente mirar a los ojos. Ni agradecer, y mucho menos dar la mano.
-Estoy buscando pero no lo veo. ¿El libro "Yo no fui"? ¿Dónde está, che? -¿No será "Nadie fue"?
Este maravilloso acto fallido alrededor de los títulos de los libros de Juan Bautista Yofre (si nadie es responsable, entonces yo tampoco) señala el eje oculto detrás de estos chascarrillos de clientes desorientados. Diario de un librero es además un libro sobre el mundo. Entre el maltrato y el destrato, este libro feroz transcurre en uno de esos llamados templos del saber pero no se trata solamente de un libro sobre libros. El mercado omnipresente, la ansiedad por el consumo, la alienación entre el sujeto y el producto respiran detrás de cada historia. Pinta a tu librería y pintarás el planeta.