“El mar de noche”, editado recientemente por IndieLibros, es el primer libro de Adela Sánchez Avelino, una colección de once relatos sobre mujeres que, en distintos momentos de sus vidas, enfrentan crisis silenciosas o exaltadas, sin lograr nunca salir ilesas. Deseo sexual, maternidad, libertad personal y familia: coordenadas básicas que atraviesan estas protagonistas, en su esfuerzo por lidiar con una realidad que las excede. Inevitablemente, terminan sumergiéndose en relaciones ambiguas donde el límite entre la amistad y la lujuria, el amor y el odio, el anonimato y la intimidad se ven desdibujados. El desenlace suele ser una experiencia de vida singular, densa en su concentración o en su lento proceso, de la que el lector sale con esperanzas o definitivamente aplastado.
Cada cuento atesora su propio enigma. En “Veinte años y cinco días”, relato que abre el libro, una mujer mayor llamada Beatriz recibe en su casa a un sobrino lejano que necesita parar unos días en Capital. El huésped, por diversos motivos que ni Beatriz ni el lector alcanzan a entender, termina procastinando la despedida de forma indefinida. Pero lo verdaderamente inquietante es que, con el tiempo, Beatriz deja de hacerse preguntas y desarrolla un vínculo muy particular con su sobrino. En “Ya ni abriendo las ventanas”, una hija acompaña a su madre enferma en sus últimos días de vida, a pesar de que ella la maltrata con una violencia casi animal. Mientras la hija se debate entre la bronca y la tristeza, todo lo que rodea a esa madre hiératica comienza poco a poco a enfermarse, a pudrirse, a envenenarse. En “La última catedral de Europa”, una arquitecta talentosa viaja a España para encarar un nuevo proyecto de trabajo. La pésima relación que tiene con su hija adolescente combinada con el machismo de sus colegas empujan su ánimo a una caída libre. Un día, la arquitecta visita la Sagrada Familia y, cuando el horario de visita termina, se resiste a abandonar el lugar. Sin que nadie lo espere, mantendrá un diálogo extraño y conmovedor con un guardia de seguridad.
La vida, según los personajes de Sánchez Avelino, es resbaladiza. Y la vida de las mujeres, en particular, es a la vez maravillosa y terrible. Maravillosa porque las protagonistas de estos cuentos viven sus historias como una aventura en la que, al fin y al cabo, no queda otra opción que creer (y muchas veces ese acto de fe les ofrece en contrapartida unos frutos invaluables). Terrible, porque la autora sabe bien que no hay sujeto social más atravesado por mandatos, obligaciones y dolorosos pactos de silencio que la mujer. Los personajes de Sánchez Avelino padecen ese peso en la misma medida en que disfrutan sus explosiones de libertad.
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El erotismo, en ese sentido, es una nota omnipresente en los cuentos de “El mar de noche”, donde queda probado un dominio literario de la sensualidad que a más de uno lo dejará sin aliento. Sin embargo, jamás ese erotismo es reducido a una etiqueta o a una función. En el cuento que le da título al libro, por ejemplo, una mujer en sus cuarenta se va de vacaciones con marido e hija, pero el plan del viaje pega un volantazo cuando ella posa sus ojos sobre un jugardor de Boca Juniors que, junto al resto del plantel, pasará la noche en el mismo all inclusive. Lo interesante es que así como este relato se adentra en el sexo de ocasión, en “Corte”, el cuento que cierra el libro, una fuerte pulsión sexual se percibe entreverada en la salvaje pelea que mantiene un matrimonio. Y en “Dalla Costa”, para sumar variantes, unos sentimientos bastante ambiguos afloran entre una abogada jovial y su adinerado cliente de tendencias suicidas.
De día, el mar puede lucir vasto, imprevisible y misterioso, pero al menos lo podemos ver. El mar de noche, en cambio, es un completo enigma. Una fuerza que de tan incontrolable la imaginamos maliciosa o benévola, siempre trascendental. Los cuentos de Sánchez Avelino investigan, con acierto, esas profundas incertidumbres.