Después de dos semanas de corrida cambiaria y de acudir al Fondo Monetario Internacional (FMI), el presidente Mauricio Macri comenzó una serie de reuniones con gobernadores, senadores y empresarios convocando a un acuerdo nacional.
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En teoría los acuerdos nacionales entre gobierno, oposición y actores sociales (iglesia, sindicatos, movimientos sociales) constituyen una pieza fundamental para definir el futuro del país y son de gran utilidad en época de crisis. Sin embargo, el paraguas del acuerdo nacional hoy se está utilizando como antesala de la reducción del déficit fiscal; o sea, como justificación del mega ajuste con el que quiere continuar el gobierno. He aquí el problema, el acuerdo nacional no aborda el principal desafío de nuestro país: crecer, generar ocupación y redistribuir ingresos.
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Pero la economía argentina ha sido (y es) un gran laberinto no solo para Cambiemos, sino para la mayoría de los actores políticos. Algunos conocen bien pero no llegan a cruzarlo a tiempo y otros, con una obstinación que asombra, no solo no lo entienden sino que terminan por hacerlo más complejo.
Si se apuesta por una política fiscal o monetaria expansiva (permitir el gasto del estado para aumentar la demanda agregada o mantener una tasa de interés baja), aumenta el empleo y mejora la distribución del ingreso, aunque el aumento de las importaciones eleva los riesgos de generar dificultades crecientes en el frente externo (me quedo a mitad de camino). Si se opta por el ajuste o la devaluación del peso puede haber cierto alivio por el lado externo, aunque a costa de reducir los niveles de empleo e ingreso real, limitando el consumo y los incentivos al crecimiento de la inversión y la productividad (agrego paredes al laberinto).
Estos dos ejemplos muestran lo complejo que puede resultar tratar de compatibilizar a corto plazo crecimiento económico, empleo, distribución del ingreso y equilibrio externo. Más aún, el mero intento de avanzar en algo parecido a una economía equilibrada (gasto lo que recaudo, invierto lo que ahorro e importo lo que exporto) dejaría al país en un virtual estancamiento, en el que los desequilibrios aflorarían irremediablemente al poco tiempo. En otras palabras, los desequilibrios a corto plazo en un modelo de crecimiento y desarrollo económico no deberían preocuparnos tanto si los podemos ir financiando, el problema es cuando los desequilibrios no financian la generación de un entramado productivo que agregue valor a nuestra economía y permita crecer y generar ocupación.
¿Cuál es entonces el desafío real de cara a nuestro laberinto eterno? Salir por arriba. Insertar los objetivos y políticas de corto plazo dentro de una definición estratégica de hacia dónde vamos a largo. En torno a esto debiera girar el ¨gran acuerdo nacional¨ del que habla el gobierno. Acordar solo dónde y cuánto recortar únicamente nos va a dar algo de tiempo, postergando nuestra eterna llegada a un callejón sin salida.
Por Delfina Rossi y Sergio Woyecheszen