El Frente de Todos, entre lo pragmático y lo utópico

23 de febrero, 2020 | 00.05

La conformación del Frente de Todos implicó dejar de lado viejos enconos, superar razonables desconfianzas recíprocas y asumir compromisos que marcaron repartos de espacios orgánicos que si bien hoy generan ciertas disconformidades, no alcanzan la perplejidad que provoca la permanencia o incorporación en el Estado de cuadros políticos ligados al macrismo. La prudencia debe guiar el debate o los cuestionamientos de quienes se enrolan en esa fuerza política, pero el silencio acrítico no será seguramente lo que más ayude y mejor opere en favor de la gobernabilidad necesaria en esta etapa.   

Pragmatismo y política

Una de las tantas definiciones de pragmatismo señala, que lo pragmático es relativo a la práctica o a la realización de las acciones y no a la teoría, tomando el origen griego de ese término ("pragmatikus”) y que, también en latín ("pragmaticu"), significa ser práctico.

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La aplicación de ese concepto se verifica en múltiples ámbitos del quehacer humano, marcando las distancias que pueden registrarse entre el desarrollo teórico y las posibilidades de plasmar en los hechos sus enunciados; como en la efectiva concreción de conductas que se adecúen a las especulaciones, valores y principios que nutren una teoría o doctrina determinada.

En el terreno de la Política, y más precisamente de la acción política cuando se ejercen responsabilidades de gobierno, suele hacerse implícita referencia a ese término cuando se afirma que “es el arte de lo posible”. Afirmación dogmática que, en tanto se indique como absoluta y universal, constituye una falacia tributaria de un posibilismo desmovilizante.

La ausencia de una total identidad entre teoría y práctica política es un dato de realidad inexorable, atendiendo a los diversos factores que inciden en la concreción de los objetivos que pueden proponerse alcanzar, al orden de prioridades que se establezcan con la consiguiente postergación o resignación de alguno de ellos, a las relaciones de potencia e impotencia que le son inherentes y, entre otras cuestiones, las concesiones que siempre deben hacerse para lograr consensos y sumar voluntades en miras a lograr gobernabilidad.

El reconocimiento precedente no importa hacer abstracción del grado que asuma esa separación identitaria, mucho menos del nivel de incongruencia que suponga y de la eventual contradicción sustancial que implique.

Es justamente a partir de esos elementos de juicio, que será factible encuadrar un accionar político en límites lógicos y aceptables que la práctica y las circunstancias históricas imponen o, por el contrario, en el abandono o defección de la ideología que se expresa doctrinariamente, es decir, en teoría.              

Lo utópico

Es válido planteárselo como sinónimo de absurdo, ingenuo o inalcanzable, respecto de ciertos postulados extremadamente idealizados. Aunque también como algo no realizable, viable, posible o factible, al considerar que una utopía es un proyecto ideal o prácticamente imposible de realizar. 

Sin que por ello pierda sentido que lo utópico refiere precisamente a un ideal, quizás quimérico o maximalista pero necesario para estimular los esfuerzos por tornarlo realidad; por lo cual, más que imposible cabe entenderlo de improbable realización. Y ello, en función de determinadas coordenadas temporo-espaciales.

El avance de la Humanidad no habría sido posible prescindiendo de utopías: ¿o no lo eran las de Leonardo Da Vinci al imaginar y proyectar máquinas o sistemas que hoy forman parte de nuestra realidad y, algunas, ya ni siquiera nos sorprenden?

¿Las campañas Libertadoras conducidas por San Martín y Bolívar, no eran pasibles de tildarlas de utópicas? ¿No constituían utopías tantos derechos sociales, libertades y garantías ciudadanas que se han conquistado?

¿Es utópico afirmar que sin utopías los Pueblos no se movilizarían para acceder a mayores derechos o para alcanzar su efectiva y total liberación?

No hay absurdo ni infantil ingenuidad en las utopías políticas, sino la expresión de una pieza fundamental en la construcción y desarrollo de una ideología. Que no han muerto, a pesar del apuro de ciertos sepultureros.      

De Baglini a Néstor Kirchner

Allá por 1986, fue el entonces diputado Raúl Baglini quien –siendo su partido (UCR) el gobernante- enunció el Teorema que se identifica con su apellido: “Cuanto más lejos se está del poder, más irresponsables son los enunciados políticos; cuanto más cerca, más sensatos y razonables se vuelven. (...) Cuanto más se acerca un político al poder más se aleja del cumplimiento de sus promesas de campaña.”

La brutal e inmoral definición de ese tipo de pragmatismo político, que muchos dirigentes celebraron y aceptan aún hoy como dogma, no es más que eso: un dogma. Que como tal se sustenta en un axioma (proposición fundante que no requiere ni admite demostración), a partir del cual no sólo es inevitable sino natural que quienes accedan al gobierno actúen hipócritamente y conforme ese “teorema”.    

Lo “políticamente correcto” o el “pragmatismo” desligado de todo límite ni compromiso, suele ser la manifestación de un certero alejamiento o abandono de declamados principios y en favor de los intereses de minorías privilegiadas, que no hace sino abonar a la antipolítica que termina por consolidar la injusticia social y la pérdida de todo lazo de solidaridad.

En contraposición al Teorema de Baglini es bueno recordar las palabras de Néstor Kirchner,  respaldadas por conductas y acciones durante su gobierno: “Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias; me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a las que no pienso dejar en la puerta de la Casa Rosada”.

“No creo en el axioma de que cuando se gobierna se cambia convicción por pragmatismo. Eso constituye en verdad un ejercicio de hipocresía y cinismo. Soñé toda mi vida que éste, nuestro país, se podía cambiar para bien. Llegamos sin rencores, pero con memoria. Memoria no sólo de los errores y horrores del otro, sino también es memoria sobre nuestras propias equivocaciones. Memoria sin rencor que es aprendizaje político, balance histórico y desafío actual de gestión.” 

Presente y futuro en Argentina

El principal desafío que ofrecía el año 2019 era poner fin a la oprobiosa etapa iniciada en diciembre de 2015, impedir que Macri fuera reelecto y profundizará la caótica situación a la que había llevado al país.

Para alcanzar ese objetivo era imprescindible lograr la unidad del peronismo, convocando a sus más diversas expresiones y sumar a otras fuerzas afines, sabiendo que la coalición que resultara contendría diversidades que no sería sencillo amalgamar.

La generosa decisión de Cristina al ceder el primer lugar en la fórmula, a pesar de ostentar el mayor caudal electoral, y el proponer a Alberto para encabezarla –quien demostró capacidad para tender los puentes indispensables para superar el techo del kirchnerismo-, fueron la clave del triunfo en octubre.

Con el correr de los días desde la asunción del nuevo Gobierno nacional, van saliendo a la luz más y más evidencias de que no hay exageración al describir a la Argentina como tierra arrasada. 

Su reconstrucción exige sacrificios de toda la población, con centralidad en los sectores con mayor capacidad contributiva, la postergación de legítimas aspiraciones, el ordenamiento en la atención de las múltiples demandas existentes y la asistencia inmediata de los grupos más vulnerables.

Honrar los compromisos electorales no se limita a las acciones dirigidas a sortear con éxito esa primera etapa fundacional e imprescindible, sino a concretar la propuesta transformadora de un nuevo contrato social que garantice un país soberano con justicia y equidad distributiva.

El Peronismo nació como un movimiento nacional, pero también revolucionario en función de las transformaciones profundas que se propuso y que llevó a cabo convirtiendo en realidades lo que hasta entonces constituía utopías. 

Esa característica define la esencia de su doctrina, concibiendo a la Política más allá de lo que parece posible, al Estado como principal regulador de las conflictividades entre Capital y Trabajo, a la Economía al servicio de la Nación y a la Justicia Social como condicionante del sentido de todo accionar político.

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Álvaro Ruiz

Abogado laboralista, profesor titular de derecho del Trabajo de Grado y Posgrado (UBA, UNLZ y UMSA). Autor de numerosos libros y publicaciones nacionales e internacionales. Columnista en medios de comunicación nacionales. Apasionado futbolero y destacado mediocampista.