El crudo relato de la hija de Etchecolatz sobre las maltratos del genocida

12 de mayo, 2017 | 16.02

La hija del represor Miguel Etchecolatz, ex jefe de la Policía Bonaerense condenado por delitos de lesa humanidad, dejó en una extensa entrevista con la Revista Anfibia frases impactantes sobre la intimidad familiar en los tiempos en que su padre dirigía la fuerza represiva de Ramón Camps.

Mariana D., que se cambió su apellido recientemente, recuerda: “Nunca lo vi sufrir. Ni siquiera cuando una vez le pusieron una bomba en la jefatura de policía y le habían roto el oído. En el hospital seguía dando órdenes como un autómata. Los hijos de Bergés o de Camps al menos recibieron algo de amor, nosotros, nada”.

— ¿Nada lo conmovía?, preguntó el periodista.

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— Lo religioso. Se persignaba dándoles besos a las estampitas. Él se consideraba por debajo de Dios pero por encima de los mortales. Con mi hermano J.M. decíamos que cuando rezaba se estaba comiendo los santos.

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También recuerda aspecto imborrables de su infancia con el genocida:

— Lo veíamos en fiestas oficiales, en desfiles. Con nosotros infundió el mismo miedo y respeto que con sus subordinados.

Al mismo tiempo, Mariana D. recuerda a Julio López, el testigo desaparecido en el primer juicio por los crímenes de su padre en La Plata: “Me invadía el terror. Me angustié desesperadamente con lo de Julio López. Me temo que aún sigue sosteniendo poder desde la cárcel, no es un ningún viejito enfermo, lo simula todo. Todavía hay gente que piensa que fue alguien íntegro porque “nunca robó nada”. Como si eso lo exculpara de los crímenes aberrantes que cometió”.

—¿Y quién es verdaderamente Etchecolatz?

— Es un ser infame, no un loco, alguien que le importan más sus convicciones que los otros, alguien que se piensa sin fisuras, un narcisista malvado sin escrúpulos. Antes me hacía daño escuchar su nombre, pero ahora estoy entera, liberada.

—¿Qué deseas de acá en adelante?

—Que no salga nunca más. Nunca me había animado a contar mi historia. Y lo único que quiero expresar ante la sociedad es el repudio a un padre genocida, repudio que estuvo siempre en mí. Mejor dicho: el repudio de una hija a un padre genocida.