Dolarización veloz y fragmentación política, una carrera peligrosa

15 de diciembre, 2018 | 20.00

En la columna anterior planteamos que durante noviembre el Gobierno había agotado todas las cartas (aprobación del Presupuesto, ampliación del acuerdo del FMI y respaldo internacional en la cumbre del G20) para recrear la confianza en los mercados y reconstruir la oferta privada de dólares sin lograrlo. A la vez que, frente a ese escenario, el Banco Central había decidido priorizar en el primer trimestre de 2019 un mejor tipo de cambio para facilitar el ingreso de las divisas proveniente del comercio exterior descartando el flujo positivo de divisas de origen financiero.

Esta caracterización parece ser confirmada por el cierre de esta semana, donde la caída de reservas internacionales ha consumido prácticamente la totalidad del segundo desembolso del FMI por u$s 5.631 millones, ubicándose su nivel bruto apenas u$s 220 millones por encima de las recibidas por Guido Sandleris el 26 de septiembre al momento de hacerse cargo de la presidencia del Ente Rector. En menos de un semestre se consumieron los u$s 20.631 millones aportados por el FMI sin estabilizar el sector externo ni reactivar la economía real, que por el contrario sigue en un descenso pronunciado.

El riesgo país alcanzó los 765 puntos, casi triplicando al de Brasil (274 puntos) y al de México (239 puntos), poniendo en evidencia el carácter local de la crisis y la decisión de los tenedores de bonos soberanos argentinos de comenzar a desprenderse de sus activos como modo de anticipar una posible reestructuración de deuda pública en un horizonte temporal máximo a principios de 2020. El correlato fue una mayor demanda de divisas que empujó súbitamente el valor del tipo de cambio por encima de los $39.

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Ante este escenario, el equipo económico se aferra a una suerte de "piloto automático" del ajuste, el plan "Doble Cero" (cero emisión + cero déficit) a la espera de que la economía encuentre un piso rápido que estabilice las variables con el menor impacto político posible, sin esperanza de recuperación alguna. Es un Gobierno resignado a la fuerza de los acontecimientos que permite que la inflación y el desempleo golpeen de lleno al pueblo argentino a la espera que ese tránsito no erosione la gobernabilidad. Un diseño que no ocurría desde los años finales del programa de Convertibilidad.

La ausencia de políticas públicas nacionales ha provocado una multiplicidad de planteos provinciales de adelantamiento de elecciones que, sorprendentemente, ha llegado hasta la propia Provincia de Buenos Aires gobernada por la estrella de Cambiemos, María Eugenia Vidal.

La tónica, con ciertos tintes anárquicos, es no ligar la boleta de gobernador a un candidato presidencial, esencialmente oficialista u opositor liviano. Nadie parece creer en la recuperación del segundo semestre. Lo máximo es una estabilización en un piso cercano, y hasta eso no parece seguro. Por ello se pronostican elecciones provinciales el primer semestre.

Si la oposición real, política y social, no se vertebra rápidamente antes que la crisis se despliegue más velozmente, el riesgo de fragmentación del escenario nacional y el debilitamiento de la representación política pueden avanzar aún con mayor rapidez que la dolarización de los portafolios de inversión.

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