Día de la Memoria | Masacre de Pasco, el golpe que anticipó los crímenes de lesa humanidad

23 de marzo, 2019 | 03.31

Un año y tres días antes del Golpe de Estado cívico, militar y eclesiástico de 1976, tuvo lugar en Lomas de Zamora una matanza de militantes de la Juventud Peronista que se denominó Masacre de Pasco. El 21 de marzo de 1975, medio centenar de agentes de la Triple A irrumpieron en las casas de ocho militantes, los secuestraron, los fusilaron y dinamitaron sus cuerpos para que no fueran reconocidos. El plan sistemático de exterminio se ponía en marcha y el hecho marcó la antesala de la dictadura militar y fue el anticipo de los crímenes de lesa humanidad que llevarían adelante.

Pasaron 44 años y no hubo juicio y castigo para los responsables y poco se habla de uno de los hechos más sangrientos que marcó la vida política en el Conurbano Sur. Familiares y sobrevivientes exigen que la causa se reactive y se condene a los culpables del asesinato de Héctor Lencina (concejal de la JP), Aníbal Benítez, Alfredo y Eduardo Díaz (14 y 16 años), Héctor Flores, Germán Gómez, Pedro Maguna y Gladys Martínez.

La Juventud Peronista y las expresiones revolucionarias pisaban fuerte en Lomas de Zamora. La oposición al intendente de ese momento, Eduardo Duhalde, llevó a que el bloque oficialista se dividiera y la JP tuviera su espacio con tres concejales. Los debates eran álgidos y la militancia territorial estaba en cada barrio lomense. La masacre desarticuló el trabajo de los jóvenes militantes y paralizó la vida política en el distrito.

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“Fue un hecho sumamente doloroso para la zona sur, una maniobra para paralizar la militancia en el territorio. No fue casual que estuviera invisibilizado tantos años. Solo un grupo de compañeros mantuvieron la memoria intacta pero no el grueso de la población”, advirtió Patricia Rodríguez, escritora e investigadora de la Masacre de Pasco, a El Destape.

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Ese 21 de marzo por la noche jugaba Independiente contra Chacarita. Héctor Lencina había invitado a Aníbal Benítez y a su esposa, Cristina Rapari, a ver el partido junto a su hijo Alejandro que tenía 4 años. También había invitado a su compañero de bloque, Hugo Sandoval, quien le dijo que no sabía si iba a asistir y por eso se salvó de la masacre. La cena era en la calle Donato Álvarez 47. La tranquilidad del grupo de amigos se vio interrumpida por una ráfagas de tiros y gritos que se escuchan que provenían del bar El Recreo que se encontraba delante de la vivienda.

Un minuto después, decenas de encapuchados irrumpieron en la vivienda. Cerca de 15 autos Ford Falcon y Torino estaban rodeando la cuadra. El operativo armado de la Triple A había llegado a su primer objetivo, la casa de Lencina, militante Montonero. Entre forcejeos y golpes, el concejal logró escapar por los techos, pero los captores habían agarrado a su hijo y le gritaron: “Si no bajás, lo matamos”. Lencina se entregó sin dudarlo y lo subieron a un auto junto a Benítez. Cristina Rapari logró refugiarse con el niño, luego de que un captor reconociera que no era a quien buscaba, a Hilda Rapari, su hermana y esposa de Lencina.

Los agentes paraestatales se llevaron algunos documentos y la casa fue prendida fuego. Algunos vecinos temerosos salieron a ver qué pasaba, pero los oficiales los obligaron a ingresar a sus viviendas.

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El recorrido siguió a su segunda parada, en Avenida Pasco al 4600, donde vivía la vicepresidencia del Concejo y concejal del FREJULI, Irma Santa Cruz. Los encapuchados irrumpieron en la vivienda, destruyeron todo, pero no encontraron a la mujer, sino a quien era su secretario, Héctor Flores que estaba con su hijo. Intentó defenderse pero los captores amenazaron con matar al joven y Flores se entregó sin oponer resistencia y lo subieron al Falcón donde estaban Lencina y Benítez.

Tras destruir la casa de Irma, la patota se dirigió a la Unidad Básica 22 de Agosto que estaba al lado y vaciaron el lugar llevándose toda la documentación que encontraron. La operación masacre siguió su rumbo a una vivienda ubicada en las calles Lules y el Hornero, la casa de los Gómez. Esa noche Pedro Maguna, Germán Gómez y los hermanitos Alfredo y Rubén Díaz habían preparado un asado para ver al Rojo. Los encapuchados irrumpieron por la fuerza con arma en mano y los subieron al mismo auto. A los hermanos Díaz los llevaron porque reconocieron a uno de los encapuchados que parece ser, era del barrio y había entregado a los jóvenes militantes.

La ola de destrucción, violencia y secuestros terminó en la calle Amenedo 4900 en el barrio San José en la casa de Guillermo Caferatta, quien vivía con su esposa Gladys Martínez de 21 años. La patota intentó entrar, ella enfrentó como pudo a los encapuchados y la remaron a tiros y dejaron su cuerpo sobre la cama.

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Después de destruir todo a su paso y amenazar a los vecinos con que no salieran de sus casas, los 15 autos y el medio centenar de efectivos de la Triple A llevaron adelante la última parte de plan: fusilar y dinamitar a los siete militantes de la Juventud Peronista. Había pasado más de una hora desde que comenzaron el operativo. Llegaron al baldío en el barrio de Mármol, ubicado en la esquina de la calle Sánchez y Santiago del Estero. Cercaron la calle y bajaron de los autos a los siete dirigentes peronistas que tenían los ojos vendados y las manos atadas.

“Si nos tienen que matar que sea de pie”, gritó uno de los militantes. “Viva la patria”, gritó otro. Y una lluvia de balas de un minuto se escuchó en el barrio San José. Acto seguido, los integrantes de la Triple A apilaron los cuerpos y los dinamitaron dos veces. El objetivo era que no fueran reconocidos. Antes de irse, le dejaron un mensaje a toda la militancia de Montoneros, ERP y de cualquier espacio que tuviera intenciones revolucionarias, colgaron una bandera de dos metros que decía: “Fuimos Montoneros, fuimos del ERP”.

“Cuelgan esa bandera porque tiene que ver con el proceso de desprestigio hacia los militantes de la época. Comenzaba con más fuerza ese proceso de ensuciar al otro que lucha, resiste y quiere otro país. Buscaban ratificar que los Montoneros y los del ERP eran terroristas cuando ellos eran los que asesinaban a quien pensaba diferente”, explicó la autora del libro Masacre de Pasco, 21 de marzo de 1975.

Con la complicidad de la Policía Bonaerense y Federal, la Triple A actuó con total impunidad ese 21 de marzo y en cada acto de violencia contra los militantes de cualquier espacio político que pensara diferente.

“Lamentablemente la Masacre de Pasco fue la antesala de la dictadura, preanunció los métodos que después las fuerzas represivas implementarían abiertamente. Son métodos que luego utilizó plenamente la junta militar”, indicó Rodríguez y subrayó que a partir de la investigación que llevó adelante se puede asegurar que “el barrio estaba totalmente liberado” y que fue un plan premeditado y orquestado por los servicios que siguieron el paso a paso de los militantes.

“No fue un secuestro azaroso y hay indicios que dan para asegurar que era una zona totalmente liberada, las fuerzas paramilitares actuaron en comunidad con las fuerzas policiales. Después del hecho, varios familiares que fueron a la Comisaría a pedir que busquen a sus familiares, recibieron la negativa de los policías”, señaló.

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Asimismo, explicó que “la interna política en el peronismo se daba a nivel nacional y en cada orden. La JP, algunos englobados en la agrupación Montoneros u otras, tenían una posición diferente al peronismo ortodoxo” por lo cual, a veces, cuando se habla la Masacre de Pasco, se deja de lado que fue un crimen de lesa humanidad y se busca bajarle el precio con que fue “una interna del peronismo”.

En ese punto, la escritora sumó que cuando se abrieron los archivos provinciales de la memoria “había una fotocopia de un volante que había arrojado la JP a un mes de la Masacre de Pasco responsabilizando por el hecho a Isabel de Perón, a José López Rega, al comisario Paillar y al intendente Duhalde”.

44 años de impunidad

En 2006, las acciones de la Triple A fueron catalogadas como crímenes de Lesa Humanidad y en 2016 se condenaron cuatro civiles y un policía bonaerense, pero la causa de la Masacre de Pasco nunca se abrió. Para impulsar la investigación, se creó la Comisión Permanente que exigirá que se reabra la causa.

Más de 40 años pasaron y Hugo Sandoval recuerda con nitidez cómo se enteró que su compañero de bancada había sido asesinado junto a otros militantes. Cada 21 de marzo, Hugo y los sobrevivientes del horror, realizan un pequeño acto en el cementerio de Lomas de Zamora donde descansan los restos de Lencina.

  • ¿Venis a ver el partido, ¿no negro?. Le preguntó Lencina ese día.
  • No te prometo nada, pero si puedo, voy. Respondió Sandoval en la barrera de Boedo y las vías.

Fueron las últimas palabras y la despedida de Hugo y con su amigo. Eran tiempos difíciles y Lencina ya había sido amenazado. Sandoval había decidido dejar su casa por seguridad y andaban con cuidado.

“No me olvido de todos los compañeros, los ocho que en esa noche fatídica, los agarraron, los metieron en un auto, los llevaron a un paredón, le metieron una bomba y fueron volados por el aire. Eso me queda bien la retina de mis ojos, todo lo que ha pasado”, advirtió Sandoval a El Destape.

El 22 de marzo de 1975, el cuerpo de Lencina fue velado en el salón de Pasos Perdidos del Concejo Deliberante. Al año siguiente, Sandoval y sus compañeros le rindieron homenaje en el cementerio en el nicho 1313. Años después, se enterarían que los militares habían profanado el cuerpo de Lencina y lo habían puesto en una fosa común.

“En 1984 recuperamos el cuerpo de Héctor porque un compañero del cementerio vio cómo lo habían sacado. Cuando abrieron la fosa metálica lo vi al negro, no lo había visto antes. Lo pude reconocer por el pantalón que tenía”, recordó Sandoval.

Con el correr de los años, el tiempo deterioró la salud del ex concejal pero no su memoria de recordar a cada militante que luchó junto a él en la década del ‘70: “No me olvido de ningún compañero, los recuerdo como si estuvieran vivos y estoy pagando las consecuencias de todo lo que pasé”.

Asimismo, se mostró crítico que el gobierno municipal no activó ni reclamó para que se reabra la causa de la Masacre de Pasco. No obstante, valoró el trabajo que emprendieron un grupo de militantes en conformar la Comisión Permanente para visibilizar lo que ocurrió en Pasco en 1975.

“A mí ese día me vinieron a buscar después de las 10 de la noche. Julio Sibara, un compañero del Concejo. Fui a buscar de mi compañero de bloque que también había dejado su casa porque eran tiempos difíciles porque cada día perdíamos a uno o dos compañeros de la tendencia revolucionaria", comentó Sandoval sobre lo que pasó esa noche del 21 de marzo. "Después fuimos a la casa de Selso Viola y cuando salía de lo de mi compañero de bancada, apareció una lancha y no hubo credencial que valga. Lo llevaron al Pozo de Banfield y lo golpearon. Pedimos hablar con el jefe distrital el Turco Alí y pudimos salir”, sumó conmocionado.

Con el tiempo, algunos detalle se pierden en el relato pero no la sensación que generó la matanza de esa noche. Concejales de los diferentes espacios se acercaron al baldío de Marmol para ver el horror. La Policía estuvo hasta las 11 de la mañana del día siguiente para sacar los cuerpos que estaban desparramados a varios metros del lugar. Según narra la autora del libro Masacre de Pasco, el más irreconocible fue Héctor Lencina a quien lo reconocieron por sus pantalones. “Nosotros si estamos vivos es gracias a nuestros compañeros que entregaron la vida y no delataron a ninguno de nosotros”, sentenció Sandoval.

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