Y finalmente, tal y como estábamos esperando, Cambiemos envió al Congreso la propuesta de reforma de la Carta Orgánica del Banco Central de la República Argentina (BCRA). Desde que tuvimos acceso a la lista de reformas estructurales que el FMI solicita en el acuerdo Stand-by, sabíamos que iba a llegar esta modificación. De hecho, en su último informe, el FMI preanunciaba que Dujovne iba a enviar la propuesta de una nueva carta orgánica del BCRA para finales de marzo a fin de cumplir con los tiempos estipulados, requisito sine qua non para garantizar los desembolsos futuros de dólares.
El Congreso se prepara entonces para debatir nuevamente una ley diseñada desde Washington D.C. ¿Por qué nuevamente? Porque la reforma reabre un histórico, aunque actual, debate sobre la independencia de los bancos centrales y las funciones de la política monetaria. Para ponerlo en sencillo, Cambiemos busca institucionalizar la idea de que el Banco Central solo debe garantizar la estabilidad de precios y evitar financiar al gobierno ya que la emisión monetaria genera inflación.
Esta idea, tan instalada en el sentido común, tiene poco sentido. Miremos simplemente qué ha sucedido en los últimos tres años. Desde que asumió el gobierno Mauricio Macri, de facto el BCRA actúa con el único objetivo de conseguir la estabilidad de precios y ha dejado de financiar al Tesoro nacional. Sin embargo, la inflación sigue siendo de mayor al 3,5% mensual desde mediados del 2018. De hecho, el gobierno de Cambiemos acumula una inflación en tres años del 158,44%. Es decir, esa idea tan corriente de que la inflación provine de darle a la maquinita del Banco Central, parece que no se estaría cumpliendo. Sandleris llegó para secar la plaza, puso tasas de intereses mayores al 60-70%, dejó de facilitar el crédito y no está “dándole a la maquinita”, y sin embargo hay inflación. La respuesta es parcial es sencilla: vivimos en un país con costos dolarizados. Si se deprecia nuestra moneda suben nuestros costos y, por tanto, los precios.
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Y es que el problema es asumir que la política monetaria es neutral a la estructura productiva, a la economía real, y que solo genera variaciones en precios a corto plazo. Esta posición, profundamente ideológica, niega la historia del desarrollo económico, del New Deal, de las salidas a las crisis económicas mundiales. Pero por sobre todas las cosas, parece ser una escusa barata para realmente trasladar el centro de poder de la política monetaria del Banco Central a los intereses del centro financiero mundial, Wall Street.
Nuevamente vivimos un dejà vu, o como diría el politólogo Nicolás Tereschuk, seguimos en la calesita argentina. En 1992, en pleno Consenso de Washington, la Carta Orgánica del Central se modifico para garantizar que la misión del Banco sea “preservar el valor de la moneda”. En el 2012, Cristina Fernández de Kirchner proponía modificarla y cambiar su redactado por “la estabilidad monetaria, la estabilidad financiera, el empleo y el desarrollo económico con equidad social”. Ahora, nuevamente el Cambiemos propone un redactado que diga “la misión primaria y fundamental de preservar la estabilidad de precios”. ¿Coincidencias entre el 92 y el 19? Quizás que en el 2018 hemos tenido la inflación más alta desde 1992 y que, en ambos momentos, gobernaron coaliciones de neoliberales con procesos de endeudamiento externo y monitoreados por el FMI.
Claramente la reforma que propone el Gobierno es una nueva perdida de soberanía política. No solo se quiere eliminar la capacidad de la política monetaria de apalancar y sostener el proceso de crecimiento, creación de empleo y desarrollo que tanto necesita nuestro país, sino que además se elimina la capacidad de financiamiento intra sector publico en nuestro país. La propuesta de ley busca la “eliminación de la posibilidad de que el BCRA financie al Tesoro; la eliminación de la posibilidad de utilizar las reservas del BCRA para el pago de deuda pública y la eliminación de la posibilidad de que el BCRA distribuya al Tesoro utilidades no realizadas.”
Cristina Fernández de Kirchner, en su discurso del 2012 sobre la reforma de la Carta Orgánica, recordaba el origen histórico de la función de los bancos centrales: dar respuesta a las necesidades financieras de los estados en tiempos de crisis. Para hacer un poco de historia, el primer banco central fue el Riksbank de Suecia (Riksbanken), creado en 1668 como respuesta al colapso del principal banco privado y para financiar una guerra. Luego el Banco de Inglaterra se estableció en 1694 para gestionar las deudas relacionadas con la guerra y si bien los accionistas fueron propietarios privados hasta 1956, tenia un objetivo de interés publico. Y una vez más, el Banco de Francia fue creado en vísperas de la Revolución Francesa en 1800, como una concesión de Napoleón a la burguesía para crear estabilidad e impulsar la economía.
Siempre dando respuesta a las necesidades del Estado. Pero es más, si miramos hoy el mundo, vemos que la idea de un BCRA independiente a simple vista es contraproducente con una estrategia de salir de la crisis económica actual. Comparemos brevemente la Reserva Federal de los Estados Unidos (Fed) y el Banco Central Europeo (BCE). Por un lado, la Fed responde a un mandato múltiple: pleno empleo, crecimiento equilibrado y una razonable estabilidad de precios. Esta ley fue promulgada en 1978 en pleno auge del monetarismo y, sin embargo, la Fed responde políticamente al Congreso de los Estados Unidos y mira la economía real, por eso la modificación de los ultimas tasas de interés de la Fed responden al mercado de trabajo de su país.
Por otro lado, el BCE es realmente independiente como pretende la modificación de Cambiemos. Sin embargo, la eurocrisis lleva más de diez años golpeando Europa. El BCE nace inspirado en el Banco Central Alemán (Bundesbank) cuya independencia se fijó no solo por las experiencias de hiperinflación, sino principalmente para limitar la soberanía de Alemania en la reconstrucción. En 1951, el Bundesbank ganaba la independencia de los Aliados para ser un Banco Central “independiente”, aunque las oficinas de los Aliados seguían ubicadas en el mismo edificio del Bundesbank en Frankfurt, hoy también sede del BCE. El BCE no tiene capacidad de realizar una política monetaria que genere mejores condiciones para los Estados del sur y el objetivo de estabilidad de precios está llevando a Europa el riesgo de la deflación, tal y como ha estado sumergida recientemente la economía.