Deconstruir la libertad neoliberal

La libertad es siempre política - res publica -, por lo tanto ni individual ni egoísta: debe apuntar a la felicidad de todxs

09 de noviembre, 2019 | 22.13

La libertad, junto con la igualdad y la fraternidad fue una proclama de la Revolución Francesa, que luego se definió como un "principio" de la República.

El neoliberalismo, en su avanzada angurrienta y depredadora, se apropió y privatizó casi todos los aspectos y valores de la cultura, incluyendo el significado de la palabra libertad, uno de los pilares básicos de la democracia,  asociándola con el individualismo y el levantamiento de restricciones.

La articulación entre el individualismo yoico y la libertad no trajo los felices resultados prometidos que muchos creyeron, sino que condujo a mayores ataduras, endeudamiento e imperativos sacrificiales para la subjetividad. Goces masificados, negociados y controlados por el poder, empuje exigente y sometimiento a nuevos ideales impuestos por el mercado. El debilitamiento de los Estados protectores y la lógica meritocrática, basada en la concepción de que cada uno se salva solo, dejaron como saldo un individualismo extremo. Un ideario que se naturalizó operó contra la solidaridad y los lazos sociales, dejando a la subjetividad despojada de derechos, a la intemperie, amenazada y en estado de angustia. Sobran evidencias para constatar que la promesa neoliberal de la libertad individual - el “tú puedes”-, no se cumplió sino que, por el contrario, aumentaron los índices de pobreza y desocupación. Tampoco se produjo un aumento en la libertad de pensamiento y de expresión, más bien se demonizó o castigó a la oposición, se estimuló la obediencia y se premió a los “periodistas”, ventrílocuos serviles de la palabra oficial.

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El neoliberalismo, agitando el ideal de la libertad individual ilimitada y el levantamiento de las restricciones, desorganizó la vida e hizo retroceder la democracia, pues se trata de una concepción que en extremo lleva a un estado de naturaleza pre-civilizatorio. Desde Hobbes sabemos que la libertad sin restricciones conduce a la guerra de todos contra todos, pues en ese caso cada hombre tiene derecho a  usar su poder como le plazca, incluso puede abusar del cuerpo del otro en beneficio propio. Para superar esa situación en la que el hombre se convertía en lobo del hombre, se celebró un contrato social en el que cada uno individualmente le transfería el poder al Estado, cuya función de ahí en adelante sería la de defender y garantizar la vida los hombres.

Para decirlo en pocas palabras, desde hace mucho sabemos que la entrada a la civilización implica la pérdida de la libertad ilimitada que gozaba el hombre en su estado de naturaleza, a cambio de obtener protección del Estado, paz, vida social y cierto equilibrio grupal. Siguiendo a Derrida afirmamos que no hay democracia sin una “comunidad de amigos”, que supone la vigencia de los principios innegociables de libertad, equidad y representación para las mayorías, como la mejor estrategia para la construcción democrática.

El próximo gobierno encabezado por Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner propuso, ante el caos civilizatorio que deja el modelo neoliberal, un nuevo pacto social que incluye, además de reorientar el modelo económico, volver a pensar el rol del Estado y los valores que organizan la cultura, entre ellos la categoría libertad.

Está demostrado que la libertad individual no puede organizar la cultura; será necesario revertir la perspectiva individual que ha sedimentado en la cultura e incluir la dimensión singular (que no es individual) y la colectiva. Tendremos que avanzar  más allá  del binarismo reduccionista individual-social y encontrar pasajes de articulación entre lo singular y lo universal como dimensiones no excluyentes ni limitantes.

La democracia no sólo es un procedimiento de elección de representantes, sino que también refiere a una práctica, a una forma de vida en la que la libertad incluye el derecho de construir una democracia nacional, particular, fundamentada en una voluntad popular. Esto significa que la Constitución, las leyes, los procedimientos y valores son instituciones vivas forjadas por la experiencia colectiva. Dicho de otro modo, la vida en común no sólo debe ser establecida jerárquicamente desde los representantes, sino también desde la pluralidad de voces y debates surgidos en la vida popular.

Será necesario organizar la voluntad colectiva preservando las diferencias, articulando deseos e incluyendo afectos, donde la libertad de pensar y expresarse sea la regla. Habrá que hacer comparecer y respetar la dignidad del conflicto político, que nada tiene que ver con la violencia y el odio sino que produce lucha, institucionalidad y un incremento de la potencia colectiva.

La libertad es siempre política - res publica -, por lo tanto ni individual ni egoísta: debe apuntar a la felicidad de todxs. Como decía el general Perón en las 20 Verdades Peronistas  “la política no es para nosotros un fin, sino solo el medio para el bien de la Patria, que es la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación”.

La libertad, la singular pero también la individual, constituida y afectada por el Otro, es un efecto de lo común. Nadie se humaniza ni puede vivir en la cultura desde el individualismo o la libertad solitaria. La libertad habita en el deseo, es abierta al mundo, exterior y con el Otro.

La Patria y la libertad constituyen el lugar del Otro.