Decisiones médicas y prácticas sociales

19 de abril, 2020 | 00.05

Lavarse las manos, una actividad que incorporamos a nuestras rutinas desde la niñez, peor que ahora con la pandemia entre nosotros lavarse las manos es una defensa y una responsabilidad. De hecho, todas nuestras actividades pasan a balancearse sobre esos dos andariveles buscando mantener toda la armonía posible, las cuales no dejan de vincularse porque aprendemos que ante una epidemia cuidarnos a nosotros implica necesariamente cuidar a los demás y viceversa; no parece posible, salvo en un asilamiento geográfico que nos aleje de toda la sociedad, salvarnos solos, necesitamos que los demás se cuiden, y cada uno es a la vez “el otro” de los demás. 
Pero como se sabe lavarse las manos no fue una práctica que la medicina recomendó desde siempre; la historia, conocida por muchos, tiene un valor para ilustrar algunas situaciones del presente. Hay antecedentes pero su principal mentor fue el médico obstetra de origen  húngaro Ignaz Semmelweis. En 1846 ejercía la medicina Viena; había allí dos clínicas para atender nacimientos en una llamada la Primera y otra la Segunda. El dato era que la muerte por fiebre puerperal era más alta en la Primera que en la otra. Incluso había tastas más bajas de mortalidad en mujeres que daban a luz en la calle, que en la llamada Primera. Esto intrigó al médico que comenzó a realizar comparaciones sistemáticas para encontrar explicaciones de esta diferencia en clínicas que parecían seguir procedimientos iguales, hasta que dio con la respuesta: en la clínica con mayor mortalidad los médicos que atendían a las parturientas lo hacían luego de analizar cadáveres y solo se lavaban las manos con agua y jabón; en la otra clínica las parturientas eran atendías por “matronas”, quienes no pasaban por las morgues. Resultado, los médicos llevaban en sus manos particular cadavéricas que provocaban infecciones. Semmelweis incorporó la práctica de lavado de manos con cloro a los médicos antes de atender a las mujeres, lo que produjo una gran caída en la tasa de mortalidad por fiebre puerperal; era el nacimiento de la asepsia. Sin embargo esta noticia conllevaba una conclusión: las mujeres habían muerto por culpa de los médicos. Aunque estos ignoraban esa situación, no dejaba de ser un descrédito para las ciencias médicas y sus profesionales el hecho que quedaba expuesto. Ello derivó en que Semmelweis fuera apartado de su cargo y sus prácticas de asepsia descartas porque “no podía ser que los médicos llevaran la muerte en sus manos”. La historia aquí contada ha sido un poco extensa para esta columna pero es un punto clave de la medicina moderna (también de un buen método de investigación) que nos deja varias enseñanzas además de la importancia de lavarse las manos. Una de ellas consiste en recordar que las prácticas médicas son prácticas sociales, y no enunciados que deben seguirse por obediencia. Nuestro amigo húngaro debió estar feliz cuando hizo su descubrimiento, pero no pudo o no supo vislumbrar que detrás del hallazgo clínico había prácticas sociales, prestigios, reconocimientos que serían afectados. A tal punto esas prácticas son relevantes que a pesar de tener razón en su investigación, lo pagó muy caro. Hoy, en una crisis sanitaria, estas cuestiones vuelven una y otra vez a cobrar relevancia. La medicina suele tener en nuestras vidas una presencia y autoridad que no todas las profesiones pueden exhibir: la palabra de los profesionales de la salud suele ser inapelable. Afortunadamente en las últimas décadas esa relación bastante jerárquica, fue desarticulándose y las personas que no pertenecen a ese ámbito pasan a tener un rol más activo que el de meros “pacientes” y sus demandas ingresaron en la órbita de los derechos; queda mucho por recorrer pero se ha ganado un espacio importante en esa relación: como mínimo, los médicos saben que deben explicar. 
Es estos días hay muchas cosas en juego: la salud de la población, algunas libertades, la economía, el acceso a la alimentación, el trabajo, la gobernabilidad, las emociones. La lista es larga, por eso nos referimos a una crisis de carácter histórico porque no es frecuente que estén afectadas tantas dimensiones de la vida social, lo que hace que no se trate exclusivamente de un problema médico, ni siquiera de salud pública. Estamos ante algo grave que pone en juego nuestro presente y las acciones que llevemos adelante como sociedad, condicionarán el futuro, más aun de lo que el mismo Covid-19 haga por sí sólo. Por eso las medidas de política pública que se están tomando en nuestro país no pueden ser observadas individualmente de acuerdo a si estoy o no de acuerdo, si afectan o no mi libertad, porque inevitablemente la va a afectar; decíamos que muchas situaciones entran en juego pero también es cierto que no todas poseen las mismas implicancias; asumir esa realidad es la que nos hace aceptar reducir nuestra libertad porque priorizamos salvar vidas, la nuestra y la de los demás. Eso no quiere decir que los profesionales de la salud, principalmente los médicos, tendrán derecho a convertirse en personas capaces de regular de manera absoluta la vida social, menos cuando, como los más destacados epidemiólogos afirman, están aprendiendo a medida que pasan los días. Y ello se traduce en lo siguiente: que se afecten la vida de la menor cantidad de personas posibles, ese es un objetivo primordial, y para alcanzarlo debemos cuidar las otras dimensiones que son concurrentes con ese objetivo prioritario. En eso radica la habilidad en las decisiones de política pública que, como siempre, busca articular intereses diversos e incluso contradictorios. El Estado debe articular autoridad con capacidad de generación de consensos y en una crisis, esa es una tarea trabajosa. 
Por es posible afirmar que se presentan dilemas semejantes a los de 1846: la asepsia de manos salvaba vidas, Semmelweis tenía razón y quienes lo criticaron e incluso expulsaron estaban equivocados; pero el médico no tomó en cuenta el clima y los factores sociales y su voz no fue escuchada sino muchos años después. El asilamiento preventivo salva vidas; las curvas de contagio y fallecimientos reprimidas en los países que la han aplicado, como el nuestro, lo demuestra; todo indica que quienes argumentan que la cuarentena no es necesaria, se equivocan; pero el aislamiento social debe ser explicado y aplicado a partir de las condiciones sociales que poseen y viven las diferentes poblaciones para ser efectiva y eficaz en su objetivo. Y nosotros las y los que vivimos en este suelo, aceptar que un virus indefectiblemente ha cambiados nuestras vidas y que para salvarlas, debemos asumir estas limitaciones. Porque de salvar vidas, de eso se trata. 
 

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Sergio De Piero

Politólogo y docente universitario UBA, UNAJ, UNLP.