De un CCK al otro

El centro cultural funciona como una metáfora perfecta para explicar la coyuntura política.

27 de agosto, 2019 | 20.55

Si la historia de las elecciones primarias del 11 de agosto fueran una película podrían comenzar y terminar en el mismo escenario: el Centro Cultural Kirchner.

 

Primer acto. Lunes 30 de octubre de 2017. Centro Cultural Kirchner.

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El Presidente de la Nación, Mauricio Macri, convoca a la presentación de una serie de propuestas para promover “un acuerdo nacional sobre un conjunto de políticas públicas”. Siete días antes, Cambiemos había obtenido una victoria en las elecciones de medio término: se impuso en 13 provincias, consiguió el 40% de los votos a nivel nacional y se hizo con una victoria simbólica y materialmente crucial en la provincia de Buenos Aires. Nada que no pudiera ser leído de otra manera si no como una victoria. Así lo leyó el presidente Macri en el CCK cuando propuso lo que llamó "Consenso básicos":

 

Hace poco más de una semana los argentinos dimos un enorme paso, confirmamos nuestra decisión de cambiar, decidimos profundizar la transformación que comenzamos juntos y que nació en el corazón de los argentinos. Confirmamos que se trata de un cambio de fondo (...), Confirmamos que empezamos un nuevo tiempo, que ya no aceptamos más “no se puede” que tanto daño nos hizo durante décadas, confirmamos que queremos desafiar el dogma melancólico y desesperanzado que cree que lo mejor sucedió en el pasado.

 

 

El presidente lanzó entonces una serie de reformas donde cada uno debería “ceder un poco”: reformas fiscales, laborales, jubilatorias, del sistema de justicia, del sistema electoral. Reformismo permanente, lo bautizó.

 

Si las elecciones de medio término de 2017 podían ser leídas como un respaldo al oficialismo no era tan claro - o tan automático - que significaran la voluntad de avanzar en un cambio como el que proponía Macri. Le faltaba un dato relevante a esa lectura: octubre de 2017 configuró un oficialismo pero también un tipo de oposición. Era tan cierto que el oficialismo se había impuesto sobre Unidad Ciudadana como cierto que ese espacio había obtenido mejores resultados que otras formas de oposición.

 

Fue, sin embargo, el auge de las interpretaciones que veían el surgimiento de una oposición “racional”, entendiendo por racional no tanto el apego a los juicios basados en la razón sino una definición político-ideológica. Que la oposición sea una alternativa pero que lo sea dentro de los “consenso básicos” que proponía el oficialismo. Geoffrey Howe, ministro de Margaret Thatcher, dijo alguna vez que el verdadero triunfo del thatcherismo fue haber transformado no un partido sino dos. No sólo la mentalidad del partido conservador británico sino también haber creado el nuevo laborismo de Blair: una oposición que no pudiera sino jugar dentro de las reglas del thatcherismo. Claro que había una diferencia grande entre la marca a fuego que dejó Thatcher en Inglaterra y los dos años de gestión que llevaba el gobierno de Mauricio Macri. La pregunta en ese entonces acerca de si había una nueva hegemonía macrista no tenía una respuesta correcta o incorrecta. Tenía una respuesta imposible porque era demasiado pronto para conocerla. Construir hegemonía, “asaltar” el sentido común, lleva mucho más tiempo que ganar elecciones y tomar las instituciones.

 

 

Segundo acto. Viernes 16 de agosto de 2019. Centro Cultural Kirchner.

 

El presidente de la Nación, Mauricio Macri, convoca a una reunión de gabinete ampliado, donde concurren ministros pero también dirigentes como María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta. La fuerza política viene de sufrir un revés electoral inesperado en su magnitud: antes de la elección, el oficialismo sostenía que podía llegar a revertir una diferencia entre cuatro y siete puntos. La diferencia termina en dieciséis puntos, con el Frente de Todos encabezado por Alberto Fernández superando además por cuatro puntos el piso necesario para evitar el ballotage. Los golpes simbólicos también se hacen presentes: María Eugenia Vidal pierde las primarias contra el candidato Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires por diecisiete puntos.

 

Ahora es otro CCK: ya no hay tiempo para reformas. La reforma fiscal se aprobó. La jubilatoria también con un saldo político para el gobierno negatívisimo, quizás el más negativo de toda su gestión y del que todavía paga costos. De hecho, la reforma jubilatoria funcionó como un cepo al resto de las reformas: luego de ella, ninguna otra pudo ingresar al Congreso. El segundo CCK es un balance negativo del reformismo permanente y, a la vez, un intento desesperado por empezar a acomodar un barco que sufrió un golpe doble. Por un lado, el del resultado electoral. Por el otro, el de la reacción del presidente la mañana posterior a las elecciones. Entre los dos, configuran un escenario que presenta dificultades y contradicciones diarias para el gobierno de acá hasta las elecciones generales.

 

En el discurso de Macri sobrevuela la idea que ya se había presentado, más descarnada, en la conferencia de prensa del lunes posterior. Aquello de que el presidente “les pidió mucho” a los ciudadanos y las ciudadanas. “Qué pude haber hecho para no exigirles tanto”, se pregunta ante el auditorio del CCK lleno, a modo de autocrítica. ¿Se está refiriendo a la ambición de aquellos consensos básicos?

 

Días más tarde, en el seminario Democracia&Desarrollo fue más explícito. Cuando le preguntaron si había fallado en el diagnóstico dijo: “yo nunca creí en la grieta y por eso la primer cosa que hice apenas asumí fue convocar a todos los gobernadores a hacer acuerdos (...) como los acuerdos después de ganar en 2017, los Consensos Básicos”. Allí, el presidente sostuvo que “hicimos lo que pudimos para el consenso que había en ese momento. (...) Muchas veces me llegó la frustración, yo decía: ´hagamos tal cosa´, y Emilio (Monzó) me decía ´no, esto no se puede´. No podía. Hay veces que podés convencer y otras que no, hay visiones diferentes”.

 

La idea de que “exigió demasiado” o que planteó una serie de reformas para las cuales no había consenso no supone una visión más benevolente sobre los motivos de la derrota de Juntos por el Cambio en las elecciones primarias. Un error de diagnóstico de semejante magnitud - dar por sentados consensos que no existen ni en la sociedad ni en los partidos que la representan - en verdad desnuda una de las grandes preguntas sobre qué significó el gobierno de Mauricio Macri en estos cuatro años, independientemente de lo que suceda de aquí en más. Desnuda que cada vez que el gobierno pudo elegir entre su convicción ideológica o alguna dosis de pragmatismo optó sin miramientos por la primera opción.

 

Días antes de la segunda vuelta de 2015, el jefe de campaña y luego de Gabinete, Marcos Peña, sostuvo en una entrevista que:

 

(...) hace diez años que están queriendo plantear una fuerza ideológico de derecha neoliberal. No lo somos (...) Nosotros nacimos en el siglo XXI, somos la primera fuerza política que nace en el siglo XXI y que se piensa contemporánea a esa realidad. Y en esa realidad atarse a un libro donde uno tenga todas las verdades e interpreta la vida desde ahí, como por ahí era más en el siglo XX, no es algo que nosotros compartamos.

 

Para algunos, la idea de un gobierno post ideológico que venía "sin libreto" es necesariamente falsa desde su concepción; para otros, el postulado fue imposible de cumplir una vez que el macrismo se hizo con el gobierno nacional. Una tercera posibilidad sostiene que la lectura del resultado de 2017 le haya permitido al gobierno deshacerse de semejante disyuntiva. Quizás no importa tanto cuándo empezó ni por qué. Quizás importa más pensar si el mensaje de las urnas, que siempre es polivalente e interpretable, pudo haber sido un revés al resultado que produjo un libreto ideológico que sí existía y que hizo su presentación estelar en aquel primer CCK, en octubre de 2017. 

 

Entre aquel primer CCK y el segundo pasaron cosas. El resultado electoral de las primarias de agosto tiene sus raíces, seguramente, en muchas de las actitudes y decisiones estratégicas que tomó la oposición. Pero todas ellas fueron decisiones posibles gracias al escenario que abrió el propio oficialismo en octubre de 2017. No sólo leyó su victoria como una convalidación de una agenda que no estaba en discusión en esa elección sino que la instaló sobre un escenario inexistente. Eso no lo vuelve un campeón moral de unas reformas que no pudo hacer por resistencias del sistema político y la sociedad. A esa sociedad no se le “exigió mucho”. Se le exigieron una serie de reformas que estaban en un solo libreto: el de Mauricio Macri.