Crónica del cacerolazo: retrato de una clase media empobrecida

15 de julio, 2016 | 09.17
Cuando los cacerolazos, que anoche recorrieron los cien barrios porteños, no se imaginaban en la cabeza de ningún opositor, los comerciantes de una de las esquinas más típicas de la Ciudad de Buenos Aires comenzaron a organizarse. Fue una reacción casi instintiva a las subas de los servicios de agua, luz y gas que empezaron a trepar en forma inversamente proporcional a la caída del consumo.

La ecuación es demoledora para los comercios de barrio: caen las ventas, suben los costos y, sobre esa pinza, se monta la inflación. Para frenar esa tormenta perfecta se reunieron hace tres meses por primera vez y ayer lo repitieron, en San Juan y Boedo, como un anticipo del golpeteo de ollas con un "Veredazo": "Nos manifestamos contra el tarifazo vendiendo en la vereda".

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"En seis meses dejé de tener prepaga, no puedo pagar las cuotas del colegio de mis hijas, corté con el cable y el servicio de Internet", dijo Darío Przylucki, que tiene 48 años y hace 19 que abrió la granja "El Arado", en San juan al 4100. Él fue el que inició todo lo que ayer se expresó en la esquina Homero Manzi, donde para calentar el clima del cacerolazo los comerciantes habían decidido salir a la calle a ofrecer sus productos y cortaron el tránsito desde las seis de la tarde. Dos horas más tarde, las cacerolas sonaron en toda la ciudad.

A dos metros de él, en el medio de San Juan, dos vecinos y una vecina -de distintas edades- conversaban de un tema recurrente en los últimos meses: cada uno contaba dónde y cómo vive y describía la brutalidad de los números de las facturas de luz, gas y agua. Parecía la sala de espera de un consultorio médico donde cada uno va contando sus dolencias y se produce una oscura competencia por ver cuál es la peor.

El nivel de vida de Darío estaba en el promedio de los trabajadores de la clase media porteña: alquila la casa donde vive con su familia -esposa y tres hijos- y el local donde funciona el almacén. Y hace tres meses comenzó a preocuparse seriamente con los primeros aumentos de tarifas: pasó de pagar 1400 pesos por bimestre de luz a 8000 y el agua saltó de 160 a 950 pesos. Un cliente le habló de un grupo de abogados y así llegó hasta la agrupación Nace un Derecho, conformada por abogados de universidades públicas que ofrecen asesoramiento gratuito como una forma de retribuirle a la sociedad el esfuerzo por sostener las facultades nacionales.

Ahí comenzó todo: lo asistieron para presentar un amparo judicial que se convirtió en un amparo colectivo y por el que no tuvo que pagar los 40 mil pesos que tradicionalmente se cobra por ese trámite. En la presentación señalaron la inconstitucionalidad de las resoluciones que establecieron los aumentos de tarifas de energía eléctrica y gas por violar los derechos de trabajar, de participación ciudadana y de defensa.

"La suba de los servicios se combinó con la merma en el consumo. Los alimentos crudos cayeron un 20% y los cocidos casi un 50%. Pasé de vender 60 kilos de milanesas preparadas por día a 15 kilos. Lo único que se mantuvo es el huevo y el pollo porque la gente cocina todo en su casa. Y cualquier consumo que no es consumo de primera necesidad se desmoronó: la venta de gaseosas bajó a la mitad. Y, encima, con la inflación nosotros estamos muertos porque no podemos trasladar todos esos aumentos a los precios. Algunos se están comiendo el negocio", describió Darío y, al mismo tiempo, explicó el mecanismo por el cual los comerciantes no están pudiendo reponer la mercadería que venden.

Veinte metros más allá, sobre Boedo, estaba Laura González, de 63 años y con 17 de tintorera. Se define como "eléctrica dependiente" porque la tintorería que tiene con su familia en el barrio de Paternal está completamente enchufada a la red eléctrica: plancha, lavadora, secadora. Llegó desde ese barrio hasta Boedo cuando se enteró que los comerciantes se organizaban y fue parte de ese grupo fundador que ahora está intentando replicar en torno a su local.

"Pasé de 1600 pesos por mes en enero a 9900 en junio. Las boletas fueron subiendo meses a mes pero el consumo de electricidad fue bajando. La gente viene a la tintorería un 15% menos", detalló Laura, que tiene tres empleados con unos 5 años de antigüedad laboral promedio. No dejó de pagar las cargas sociales pero ve difícil sostener ese nivel de costos.

A las siete de la tarde se sumaron más vecinos. De a poco fueron cortando completamente el tránsito sobre San Juan y bloquearon la mitad de Boedo. Algunos cantaban esas estrofas que circularon por Whatsapp durante el día: "Vengo pagando los aumentos/aumentos de agua, luz y gas/ te juro que aunque sobre aguinaldo/las cuentas no las puedo pagar", con el ritmo de "Brasil, decime qué se siente".

Para Martín Garaicochea, cocinero de 30 años, los números no van tan mal. Vende panes caseros, budines, dulces de frutas y algunas semillas y frutos secos. No tiene local pero su microemprendimiento recorre distintas ferias. "Lo que veo que se está afectando es el consumo indirecto. Esa familia que tenía una empleada doméstica, sale a comer afuera y se da algunos gustos está recortando gastos. Y no hablo de lujos sino de algunos gustitos como el que se dan, por ejemplo, una docente que compra nueces o un budín con frutos secos. Esos no compran más. Empecé a hacer dulces en frascos más chicos para sostener la venta. Se compra menos", explicó.

Martín también se sumó a los comerciantes de Boedo, que funcionaron como una suerte de prueba piloto para que la experiencia se replicara en otros barrios. Se reúnen cada quince días, analizan su situación, hacen un poco de catarsis y planifican actividades. La de ayer se discutió hace quince días y después apareció la propuesta de hacer un cacerolazo a las ocho de la noche. Por eso, ellos comenzaron con el corte de calle a las seis.

Una hora y media más tarde comenzó a caer una llovizna fría pero parecía que nadie se quería ir. Todavía faltaba el cacerolazo. Aparecieron algunos con paraguas pero la mayoría se aguantó el agua con la cabeza descubierta. La peor tormenta no estaba por caer del cielo, se había gestado cuatro kilómetros al este, detrás de las vallas reforzadas que la Policía Federal desplegó en Plaza de Mayo unas horas antes de que comenzara la protesta.