El epílogo de la tercera experiencia neoliberal de nuestra historia deja dos hechos inéditos, que pueden estar cargados de consecuencias.
Por un lado, Macri es el primer presidente que declara un default sobre deuda que él mismo emitió, y no sobre la "herencia recibida". Por otro lado, termina su mandato con la disposición de una serie de regulaciones sobre el mercado financiero y, sobre todo, con medidas de control de cambios, después de haber estigmatizado cualquier administración de divisas como un "cepo".
Pese a los intentos de ver fantasmas desestabilizador es en un peronismo que, en cambio, facilitó el rumbo de su gobierno mucho más de lo deseable, hoy es evidente para la gran mayoría del pueblo argentino que el programa económico liberal trajo consecuencias desastrosas para el desarrollo nacional, incluso cuando contó al asumir con condiciones muy superiores a las de cualquier otro gobierno, al menos desde 1983.
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Por este motivo es muy importante que haya tenido que ser el propio Macri quien adopte medidas elementales del recetario heterodoxo. Porque eso permite pensar que ya no está solamente en discusión el fracaso del macrismo como experimento político, sino que lo que se debate es algo más profundo: el fracaso del propio programa ortodoxo.
Se trata de una distinción fundamental, en la medida en que el discurso liberal no es privativo de un partido político ni de una coalición de gobierno. De hecho, en su primera puesta en práctica lo llevó adelante la última dictadura militar, en su segunda experiencia el bipartidismo peronista-radical de los años 90 y, ahora, la coalición antikirchnerista conducida por el PRO. Los partidos y dirigentes cambian, pero el proyecto de país y su programa económico es el mismo, así como sus consecuencias.
Después de esta tercera experiencia fallida, ¿qué debemos hacer para que las políticas neoliberales queden atrás para siempre? Se trata de una disputa central en el sentido común. Para eso hay que decir que no fue una "tormenta", no "nos pasaron cosas", no hubo "viento de frente" del "mundo", no hubo un "peronismo golpista", no hubo una "recaída populista" en el ala gradualista del PRO -como quieren hacernos creer los ultraliberales que no se hacen cargo del gobierno más parecido a la UCeDé que existió en nuestra historia-. Nada de eso sucedió. Lo que pasó fue la consecuencia previsible de un programa económico calamitoso.
Lo que fracasó fueron las políticas de endeudamiento externo y fuga de capitales, los dogmas de la desregulación de mercados y la apertura financiera, la ingenuidad del libre comercio para un país periférico, la bestialidad de la dolarización de tarifas de servicios públicos elementales. Lo que generaron fue una sociedad fracturada, con una porción de nuestro pueblo sometida estructuralmente a la exclusión social.
Después de tres años de euforia, los ideólogos cambiemitas ahora desempolvan el viejo discurso de que nuestro pueblo es "suicida" y descubren que, pasado el espejismo, "seguimos siendo un país de mierda" que va de crisis en crisis "desde hace 70 años".
A ese relato cínico y grotesco es preciso oponerle otra narración de nuestra historia. No hay 70 años de decadencia nacional. Al contrario, lo que inició un proceso de deterioro tremendo de nuestro país fue el programa liberal en 1976. Y lo que desde entonces lleva de cada crisis a la siguiente son esas mismas políticas neoliberales.
El paso de una economía cuyo foco era un ciclo de negocios anclado en la valorización financiera a una economía basada en la producción de bienes, fue un enorme paso adelante que dimos en 2003. Por supuesto, eso no resolvió todos los problemas del país. Al contrario, generó otros problemas, diferentes, nuevos, porque no es posible ningún modelo de desarrollo que no atraviese tensiones. Pero una cosa es afrontar tensiones y problemas, algunos muy serios, en el marco de un rumbo de desarrollo y justicia social, y otra cosa totalmente diferente es sufrir las consecuencias de un modelo de país que solo acrecienta la desigualdad social y el descarte de los más vulnerables.
Después de 2001 muchos pensamos que ya no volveríamos al pasado, que se había aprendido colectivamente una lección. Amargamente descubrimos que no fue así. En 2015 nuestro país dio un enorme paso atrás. Pero a diferencia de aquel diciembre de bronca, piquetes y cacerolas, ahora la bronca popular no se expresa a través del rechazo a la política, sino que se convierte en esperanza a través de las urnas en el apoyo al Frente de Todos. Como dice Cristina, tenemos una oportunidad histórica de salir de la condena del neoliberalismo, en un mundo que ya dejó atrás las ilusiones de que la globalización por sí misma iba a traer prosperidad a todos los pueblos del mundo. Vivimos un tiempo mucho más complejo que requiere que pongamos lo mejor de nosotros para afirmarnos como nación junto a nuestra región. Esta vez tiene que ser la vencida.