En las últimas semanas hemos presenciado cómo los efectos de la pandemia nos han atravesado la vida de una manera inesperada y avasalladora. Nos encontramos frente a un acontecimiento que puede convertirse en una catástrofe global, inédita en la historia por la implicancia en la salud de las poblaciones, y por el grave impacto que tendrá en el mundo económico y laboral.
El parate en la actividad económica que exigen las cuarentenas que se están llevando adelante en la mayoría de los países traerá graves incovenientes de recesión y desempleo. La Organización Mundial del Trabajo proyecta la pérdida de entre 5 y 35 millones de puestos de trabajo formales en el mundo, aumento y deterioro de la calidad del empleo informal y subempleo, con especial afectación en las poblaciones laboralmente más desprotegidas, los jóvenes y los adultos mayores.
La pandemia deja al desnudo la crueldad de un sistema desigual, que ha concentrado la riqueza de una manera brutal durante las últimas décadas, dejando en segundo plano la producción y el trabajo, poniendo la especulación financiera como eje pricipal de la actividad económica, y haciendo de las deudas soberanas y personales uno de sus principales negocios. Esta dinámica trajo consigo aumento de la pobreza estructural en los “países en desarrollo”, capitales internacionales concentrados con gran poder de influencia sobre los estados, ciudadanos convertidos en deudores eternos, desprotegidos en sus derechos básicos y manipulados con el discurso de la meritocracia, mediante una sofisticada artillería comunicacional.
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La magnitud de la crisis traerá consigo cambios profundos, como lo han hecho en la historia las grandes guerras, descubrimientos y revoluciones. Aunque la dirección y los contenidos de esos cambios no son inexorables. ¿A quienes protegerán? ¿Quienes los liderarán? ¿Qué aprenderemos de la pandemia global? Lo que ocurra dependerá de la acción y la capacidad de reacción que tengamos las sociedades para mitigar los golpes y defener a los nuestros.
El rol del Estado, comandado por la política, ha sido fundamental en estas semanas y lo será en el tiempo que viene. También el de la sociedad organizada en todos sus niveles. Desde el movimiento obrero organizado, urge que activemos todos los resortes necesarios para defender de manera férrea e inclaudicable los puestos de trabajo y los derechos laborales. Nuestra historia nos llama a hacerlo y debemos estar a la altura de las circunstancias. Los sectores medios y los más humildes, hemos realizado un gran esfuerzo durante los últimos años para sobrevivir a los embates que las políticas neoliberales de Mauricio Macri y su gobierno de CEOs hicieron caer sobre nuestros hombros. Cargar nuevamente los costos de la crisis económica sobre los más golpeados no es justo ni tampoco viable. El tejido social hostigado y deteriorado no resistiría, nos llevaría a una situación de empobrecimiento y retroceso de una escala sin precedentes. La puja por la parte que cada sector aportará para salir de la crisis ya está en desarrollo y no se dirimirá con discursos ingenuos o buenas intenciones. Todos debemos hacer un esfuerzo, lo sabemos, y sabemos también muy bien que hay un esfuerzo mayor, proporcional a sus posibilidades reales, que deben realizar los sectores de la economía concentrada. Particularmente aquellos cuyos balances cerraron con altísimas ganancias durante los últimos años.
El Estado deberá acudir a compensar los desequilibrios para que PYMES y grandes empresas sigan produciendo y dando empleo, ya lo está haciendo. Los trabajadores deberemos adaptarnos a estos tiempos extraordinarios, capacitarnos y sobre todo cuidarnos para evitar contagios. Las grandes empresas deberán proyectar mayor producción y menores ganancias en los próximos períodos para mantener las fuentes de trabajo, entendiendo que esta vez no se trata de los números de una planilla excel, sino de sostener el trabajo, para sostener el país y a todos los que lo habitamos. El presidente Alberto Fernández ha sido claro: nadie se salva solo. Una frase que lejos de ser un slogan de campaña, representa una mirada del mundo compartida por millones en todos los países, e impulsada también por el papa Francisco particularmente en estas semanas. Es también una definición política. Nadie se salva solo.
No hay margen para especulaciones de ningún tipo, lo que está en juego es el presente y el futuro de nuestra patria y nuestra Mendoza, de nuestros afectos, familias, vecinos, compañeros y compañeras de trabajo. La cooperación y la solidaridad muestran el camino de salida con mayor racionalidad ante la emergencia que vivimos. A la luz de los hechos y de la historia, de este virus que vemos demoler estructuras y relatos aparentemente indestructibles, de los miles de infectados y de víctimas mortales, nos quedan las evidencias, y todas ellas indican el camino de la solidaridad social, política y económica. Nadie se salva solo, nadie sobrevive solo, nadie construye solo, nadie logra el éxito solo, nadie crece ni aprende solo, nadie es feliz solo.
Ante el peligro y la incertidumbre, tenemos la oportunidad de encarar juntos la pelea por una vida con trabajo y educación para todos, uso racional de los recursos del planeta y distribución equitativa de las riquezas. Estamos ante una oportunidad para volver a poner esos sueños en el horizonte. No se trata en esta ocasión de una utopía inalcanzable, sino más bien de la única salida posible ante el cambio de época que tenemos por delante.