El avance global del neoliberalismo y la concentración de poder que produce determinan la necesidad civilizatoria de volver a pensar la democracia, porque el contrato social ha entrado en crisis. La democracia fue perdiendo su carácter instituyente y ha llegado a transformarse en un mero procedimiento de elección de representantes, con el agravante de que las elecciones resultan manipuladas por el poder mediático concentrado.
En la conferencia de Clacso, la expresidenta Cristina Fernández expresó su posición teórico-política frente al avance neoliberal en el país y en la región, que tiene como consecuencia la pérdida de derechos así como el debilitamiento de los estados y las democracias. Oponiéndose al “no hay alternativa” de Margart Thachter en los años '80 y a la idea de “fin de la historia” anunciada por Fukuyama, Cristina aportó sus “recetas” nacionales y populares para comenzar a salir del atolladero neoliberal. Estas podemos sintetizarlas en tres cuestiones: la construcción del pueblo, la subordinación de la economía a la política y el cambio del rol del Estado.
El pueblo
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El pueblo no es la sociedad, la masa o la suma de los votos, ni se define por los individuos que nacen en un país. A partir de Ernesto Laclau, la categoría pueblo se convirtió en un concepto que radicaliza la democracia entendida como soberanía y revitaliza las ideas de libertad, igualdad y fraternidad-sororidad. Trata de la construcción de una hegemonía que no está determinada por las contradicciones de clase, ni dominada por un agente privilegiado o una vanguardia esclarecida. Más bien, el pueblo se fundamenta en una voluntad popular que resulta de una lógica colectiva contingente, no calculada, que incluye discursos, afectos, cuerpos, goces, razones y pasiones. Concibe como puntos de partida la suposición de sujetos de discurso que demandan y el principio de igualdad de inteligencias. Ambas premisas significan que cualquiera es un sujeto de derecho que puede pensar, expresar públicamente su disconformidad respecto al orden establecido, proponer formas de emancipación y aportar políticamente a la comunidad. La igualdad de inteligencias no supone ninguna uniformidad sino que se opone al privilegio y a la excepción, enfrenta la desigualdad y la indiferencia hacia el otro.
La lógica del patriarcado trajo como una de sus consecuencias la naturalización de un orden jerárquico de expertos y asesores, una suerte de aristocracia de “los que saben”. Produjo también como secuela incomodidad y desconfianza hacia la horizontalidad igualitaria, contraria a las jerarquías establecidas en tanto estas implican concentración de poder y dominación.
La igualdad popular no consiste en un espacio homogéneo con un discurso único o uniformado como la masa, no supone ausencia de diferencias. No se trata allí de identidad sino de afirmar la equivalencia, con una tensión permanente en el interior de la construcción entre las diferencias. La condición de posibilidad del pueblo son las demandas diferenciales que se articulan, se debilitan, pero nunca se anulan ni se “resuelven”: permanecen en el seno de la construcción como una tensión continua e ineliminable. No exige soportar las diferencias sino hacerlas comparecer, reconocerlas y otorgarles dignidad, ya que son la base y la condición de permanencia de la construcción.
El líder del pueblo nunca es un punto de partida ni un procedimiento electoral, siempre es un efecto, una función que se encarna y ocupa el lugar vacío del poder, que no es propiedad de nadie en particular. Sin embargo, una vez que este efecto de la voluntad y del reconocimiento del pueblo tiene lugar esa decisión colectiva no se puede contrariar, aunque se lo encarcele o se lo proscriba.
Cristina, como líder del pueblo, en su última conferencia pronunciada en Clacso llamó a la tarea de la construcción de un frente amplio, democrático, nacional y plural, capaz de vencer en las urnas al neoliberalismo. La orientación frentista comprende un tiempo político intenso, plagado de debates, en los que se tratará de convencer, persuadir, acordar y consensuar sin imponer ni dominar. Se trata de un momento complejo de ampliación de las articulaciones, rearticulaciones y nuevas fuentes de tensión.
Hay una paradoja que conviene destacar: sin las diferencias el frente desaparece, pero existe el riesgo de que ellas se tornen hostiles e incluso que hagan estallar la construcción. Nunca se debe confundir ni olvidar que la batalla es contra el adversario y no entre las diferencias; ellas no constituyen la oposición sino que son el fundamento del pueblo.
También cabe considerar que las construcciones populares no constituyen una conquista conseguida para siempre, sino que son precarias e inestables y pueden desarmarse rápidamente; por ello es necesario anteponer la continuidad a la “pureza” hegemónica.
Cristina propuso un cambio de rumbo consistente en una economía subordinada a la política, un Estado orientado a la integración y al servicio de los intereses nacionales y el poder del pueblo como organización de la voluntad popular. Tres pilares fundamentales que pueden restituir a la democracia debilitada por la degradación neoliberal.