Las críticas a las posesiones materiales de una persona para deslegitimar un pensamiento o una acción política hablan más de quien las hace que de quien es objeto de las mismas. Por supuesto que esto no es solo patrimonio nacional y tampoco corresponde solo a nuestro tiempo. Miremos diferentes escenas de una misma estrategia para cumplir un mismo objetivo: desautorizar a actores sociales que buscan sociedades más justas.
La actual dictadura boliviana y, por supuesto, los medios de comunicación que la sostienen, decidieron profanar la propiedad privada de Evo Morales y presentar algunas pertenencias como “los lujos que tenía el indio”, y hasta llegaron al absurdo de llamar “un gimnasio” a una simple cinta para correr. También ingresaron a la habitación “secreta”, en la Casa Grande del Pueblo, donde “el dictador” tenía una cama con imprevistos y lujosos objetos encima: almohadas. Una escena surrealista ver a grupos de periodistas, con cámaras y micrófonos, apuntando a una cama y dos sillas, mientras afuera masacraban a sus compatriotas.
Como si no bastara la difamación en su propia patria, un medio argentino, de esos que avalan golpes de Estado, aportó datos sobre la buena vida de Evo en México, mostrando su presencia en un lujoso restaurante. Sin embargo, desde el propio local comunicaron que el lugar le había sido cedido al presidente para que atendiera a la prensa y que solo había “consumido un café y agua”. ¿Acaso no está en todo su derecho de comer lo que quiera en el lugar que se le antoje? Sí, pero ni siquiera tomando un café con agua se salvó de esa crítica, porque haga lo que haga lo que se busca es desgastar su imagen, cuestionar su accionar, hablar de cualquier cosa menos de lo verdaderamente importante.
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Lo mismo ocurrió cuando la Revolución Fusiladora que derrocó a Perón entró a la residencia presidencial luego del golpe de 1955. Hablaban de las joyas de Eva y de los muebles, seguramente inferiores a los que la oligarquía derrocadora tuviera en sus palacios, pero prohibidos de facto para quienes beneficiaron como nunca antes en la historia a los más humildes y postergados.
Podríamos analizar en la misma clave los falsos kilos de oro que Hipólito Yrigoyen supuestamente guardaba en su departamento de la calle Brasil, y que después del golpe de 1930 fue destrozado en busca de ese tesoro que, por supuesto, nunca apareció. O, por qué no, la nota falsa del Corriere della Sera contra Cristina Fernández de Kirchner -reproducida por medios locales- en la que mentían un gasto de 140 mil euros en joyas cuando la vicepresidenta electa se encontraba participando de una Cumbre sobre el hambre organizada por la FAO. La difamación le valió un juicio que el diario perdió, siendo sentenciado a pagarle a CFK 40 mil euros, que fueron donados al Hospital de Niños de La Plata.
Acá y ahora, sin ir más lejos, el presidente electo Alberto Fernández convoca a un amplio, y heterogéneo Observatorio contra el hambre para buscar, como señaló en entrevista con AM 750, que “hagamos la epopeya para terminar con ese flagelo que padecen millones de argentinos” porque de esa manera “vamos a ser una mejor sociedad”. Se cuidó de no realizar ese encuentro en campaña para que no lo tilden de clientelismo político, se cansó de señalar que no es un beneficio para él o para Cristina sino para todo el país y ¿qué salieron a decir algunos medios?: que hubo personas que llegaron a la reunión en autos de alta gama. Esto que, en realidad, señala la amplitud del encuentro que reunió a dirigentes sociales, empresarios industriales, un productor televisivo y un Premio Nóbel, organismos de derechos humanos, representantes sindicales, la iglesia, etc... es presentado como un acto de hipocresía. Se buscar deslegitimar a ciertas personas, como si tener un auto de alta gama impidiera la acción política de buscar un mundo más justo.
“Todos saben que vengo de una familia de clase media, media alta”, dijo el presidente electo en AM750, “¿Qué quieren, que me disfrace de pobre para combatir el hambre?”. La pregunta retórica dirigida a la que catalogó como “la argentina miserable”, encontrará oídos sordos en quienes se escandalizan por un auto y no por un gobierno, como el de Macri, que endeudó de manera récord al país y produjo 5 millones de nuevos pobres (en auto de alta gama, por cierto).
En cuanto al periodista en cuestión, personalmente prefiero su versión off the record cuando coucheaba a candidatos a senadores del actual oficialismo. Ahí, por lo menos, era incisivo y los dejaba en evidencia el desconocimiento que tenían de la realidad del país. Lástima que era todo un acting. Ante la cámara “real”, sólo puede plantear comentarios de baja gama con falsas dicotomías para distraer sobre el tema central: terminar, de una vez y entre todos, con el hambre en la Argentina.