Hace tiempo ya que la porción más politizada de la población, una minoría, descubrió la capacidad de los medios de comunicación como potentes instrumentos para legitimar las relaciones de poder. Por supuesto, también lo descubrieron las ciencias sociales. Pero sin meterse en cuestiones teóricas, esta potencia se advierte al escuchar a muchas personas repetir, prácticamente sin mediaciones, el discurso de los medios. Como insistía hace algunos años el filósofo José Pablo Feinmann, para los más entrenados es posible identificar rápidamente qué medios de comunicación consume un individuo luego de escuchar sus primeras oraciones. Estos individuos de “existencia inauténtica”, decía Feinmann apoyándose en Heidegger, cuando hablan no dicen, sino que “son decidos” por los medios.
Si se piensa bien, sin el trabajo ideológico de los medios de comunicación sería imposible que una democracia de masas sostenga un régimen capitalista, es decir no sería posible que los dominados voten a quienes los dominan. La “democracia” realmente existente es algo más complejo que su definición canónica de “gobierno de las mayorías respecto de las minorías”. En el mundo real, las minorías con poder de mercado poseen una gran capacidad para influir en la voluntad de las mayorías a través del control de los medios de comunicación.
Lo dicho no es novedad. El rol de los medios de comunicación forma parte del debate público en todo el mundo. Pero lo que realmente impacta en el capitalismo avanzado es la nueva dimensión del poder comunicacional, ahora potenciado por la revolución digital, que multiplicó los mecanismos de transmisión. A un individuo cualquiera los mensajes le llegan de manera multidimensional, desde Netflix a la prensa gráfica, desde que enciende la computadora hasta cuando chequea un grupo de Whatsapp, mira cualquier red social o simplemente camina por la calle. Y no sólo eso, los medios también funcionan de manera bidireccional como un panóptico que descubre movimientos, gustos y deseos. El habitante del capitalismo avanzado está a la vez vigilado y atravesado por discursos desde que se despierta. La concentración del poder económico asegura el control de la producción y la distribución de ese discurso que se retroalimenta con información personalizada. La idea de “prensa libre” es pura mitología capitalista, la libertad es empujada a los márgenes de la comunicación alternativa.
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El gran teórico de la propaganda nazi, Joseph Goebbels, decía que “muchas repeticiones hacen una verdad”. Lo recordamos porque la “posverdad” como fenómeno comunicacional no es precisamente un fenómeno contemporáneo. Lo que es contemporáneo en Argentina es la hiperconcentración de los medios de comunicación y la integración de la propiedad que permite el control casi total por parte de un solo grupo económico sobre la producción y distribución de la información. Los grupos mediáticos ya no se limitan al lugar mítico del cuarto poder, una suerte de mecanismo de control extraordinario sobre el funcionamiento de los tres poderes de la república, sino que son “el” poder. Existe una confluencia absoluta entre el poder económico y el mediático hasta el punto de la “creación de realidad”, algo más que el dominio de la agenda.
El proceso de distribución regresiva del ingreso nunca se detuvo, continuará en 2019
Como habitualmente se describe en este espacio, desde 2015 se indujo en la economía local un fuerte cambio en los precios relativos o básicos –dólar, tarifas y salarios– y por lo tanto en la distribución del ingreso entre el trabajo y el capital, pero también al interior del capital, entre empresas locales y extranjeras, a favor de las segundas, y entre bancos, energéticas, agropecuarias y extractivas en desmedro de la industria. El marco fue la reconstrucción del endeudamiento externo y la resubordinación al capital financiero.
Dados los cambios estructurales, el resultado fue la desindustrialización, la recesión y el aumento de la dependencia con el exterior. Se trata de un modelo desastroso para las mayorías, pero con claros ganadores alineados a los poderes globales. El proceso de cambio de los precios relativos y de distribución regresiva del ingreso iniciado en diciembre de 2015 nunca se detuvo, no fue sólo un shock, continuará en 2019. Pero para seguir profundizándose, el régimen necesita ganar elecciones, lo que dados los resultados parecería un verdadero prodigio en un escenario normal. Sin embargo el oficialismo confía en su potencial revalidación electoral. Es aquí donde pesa el poder comunicacional y los logros ya conseguidos.
Repasando muy brevemente, el poder mediático logró frenar la difusión de los Panamá Papers que revelaron la propiedad firmas offshore –generalmente creadas para la evasión y la elusión impositivas–, del grueso de la plana mayor del gobierno, incluido especialmente Mauricio Macri. El dato es notable porque se trata de un grupo de CEOs que llegó al poder de la mano del lawfare, es decir invocando la supuesta inconmensurable corrupción del gobierno precedente y la voluntad purificadora.
El poder mediático cubrió luego el reingreso vía blanqueo del dinero sacado al exterior vía las offshore. El beneficio alcanzó incluso, vía decreto presidencial, a los familiares del presidente, lo que significó saltar la disposición en contrario del Congreso. Vale recordar que el blanqueo fue vendido en paquete con la “reparación histórica” para los jubilados. Oponerse al blanqueo de los evasores equivalía en su momento a oponerse al bienestar de la tercera edad.
El poder mediático cubrió la muerte de Santiago Maldonado en un contexto de represión de la Gendarmería y también el asesinato de Rafael Nahuel a manos de la Prefectura. La prensa del régimen alimentó la continuidad de la mentira sobre el supuesto asesinato del fiscal Alberto Nisman, cuya muerte se atribuyó tácitamente a sicarios kirchneristas.
La prensa hegemónica legitimó la existencia de presos políticos
Los dos principales diarios porteños y sus satélites apoyaron el encarcelamiento de opositores e hicieron propia la defensa de la prisión de los funcionarios del gobierno anterior incluso antes de que se agoten las instancias de apelación de las sentencias amañadas. En síntesis, la prensa hegemónica legitimó la existencia de presos políticos.
Frente al desastre económico, la transferencia de ingresos en favor de unos pocos y el aumento de la pobreza, la apuesta para 2019 es la misma que en 2015, insistir con el “se robaron todo”. Ello requiere no sólo disimular el verdadero y fenomenal robo del presente, sino también subir la apuesta hasta el encarcelamiento de la principal líder opositora. Con este fin se urdió la operación de inteligencia-judicial-mediática de “las fotocopias de los cuadernos”. La operación necesitaba retorcer las normas jurídicas, por lo que debió crearse, con apoyo del opoficialismo, la figura del “arrepentido”, proceso que luego se completó con un decreto que se espera utilizar como complemento, el de la “extinción de dominio”. Lo que siguió fue la vergonzosa extorsión judicial a algunas decenas de empresarios vinculados a la obra pública a quienes se les permitió optar entre la cárcel o declararse arrepentidos y denunciar a funcionarios del gobierno anterior. Todo ello sobre la base de las fotocopias de cuadernos que no existen porque, se admitió, fueron quemados.
Y ahora apareció la frutilla del postre. Todo indica que los funcionarios judiciales que controlan la causa decidieron usarla no sólo para fines políticos, sino también para enriquecerse personalmente extorsionando en la periferia a potenciales “involucrables”. Más mafioso no se consigue. Nótese en el camino el rol de la prensa. Los operadores periodísticos que participaron en esta sucesión de encubrimientos y operaciones fueron hasta premiados, cuando en realidad, si se respetase la constitución y las leyes, son pasibles de sanciones penales, por ejemplo por su contribución al armado de causas truchas.
El escenario del presente no es ni remotamente el final del camino. Si la legitimidad de la causa de las fotocopias nació renga, la presunción, con la sobreabundancia de pruebas que se pueden leer en este portal, de que también fue utilizada para el enriquecimiento personal de los funcionarios judiciales intervinientes la hiere de muerte. El problema es que no es una causa más, sino la que el poder mafioso que, con apoyo internacional, hoy conduce el aparato de Estado pensaba utilizar como ariete central contra la oposición. En los meses venideros se asistirá a acciones desesperadas. Es mucho lo que está en juego para quienes corren el riesgo de perder el poder, no sólo prebendas y honores, sino también la libertad.
Pero imaginemos un probable triunfo opositor. El recambio político deberá lidiar con un poder judicial amañado, con un poder mediático todavía más concentrado y belicoso que en diciembre de 2015 y con el condicionamiento de una deuda externa incrementada por lo bajo en 150 mil millones de dólares. Al mismo tiempo la sociedad pretenderá una reparación más o menos rápida del daño provocado por cuatro años de políticas antipopulares. Parece imposible imaginar una salida que no involucre rupturas realmente profundas con el orden del presente.