Por lo general, cuando una persona asume la presidencia de un país, se espera el discurso inaugural ante el Congreso para ver los lineamientos de lo que será su gestión de gobierno. Por lo general, también dice que va a gobernar para todos y que a pesar de las diferencias con sus adversarios durante la contienda electoral su objetivo principal es unir a los ciudadanos y ciudadanas detrás de un objetivo común. Desde ya que las primeras palabras suelen estar dedicadas a responder a las expectativas de quienes depositaron su voto por quien triunfó.
Sin embargo, en su breve discurso de apenas nueve minutos, el flamante presidente de Brasil, Jair Bolsonaro sorprendió porque no delineó un plan de gobierno y repitió las consignas de su campaña. Fue tan obvia la falta de un plan de gestión que en la portada del influyente diario O Estado de Sao Paulo el título central fue “como presidente repite el discurso electoral”.
Por otra parte, no sólo que no hubo alusiones a que gobernaría para todos, sino que dijo que combatiría la “ideología de género” y que Brasil volvería a ser un país “libre de amarras ideológicas”. Bolsonaro fue aún más explícito fuera del Congreso ante una multitud de seguidores. Allí dijo que “el pueblo comenzó a liberarse del socialismo” y que no se podía dejar que “ideologías nefastas dividieran a los brasileños”.
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Por si quedaban dudas de lo que implica la frase “libre de amarras ideológicas”, su jefe de gabinete, Onyx Lorenzoni, lo aclaró cuando afirmó: “Vamos a despetizar el Brasil”. Lo dijo en clara alusión a erradicar todo lo que pueda estar ligado al PT, el Partido de los Trabajadores del expresidente Lula da Silva, quien continúa preso. Dicho y hecho, el gobierno dispuso cesantear a funcionarios del gobierno federal porque “es importante retirar de la administración todos los que tienen una marca ideológica clara”, según aseguró el propio Lorenzoni.
En cualquier lugar del planeta esto se llama persecución ideológica. Pero en el Brasil de Bolsonaro, la persecución se traduce en estar “libre de amarras ideológicas”, entendiendo a la ideología solamente como la ideología del PT de Lula; como si no fuera una definición ideológica el cálido recibimiento al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, o al primer ministro de Hungría, Viktor Orban, ambos políticos que suelen ser calificados como de “derecha” e incluso de “extrema derecha”. Ni que hablar, claro está, de la manifiesta admiración del presidente Bolsonaro hacia Donald Trump, que muy pocos en el mundo declaman tan abiertamente.
Brasil entra en una nueva era. ¿Será esta la era de las persecuciones ideológicas en nombre de la erradicación de las ideologías?