Pasaron solamente 21 días desde las PASO. En tres semanas, el dólar se fue de 46 a 62 pesos. Ese incremento se trasladó a los precios a una velocidad aún mayor de lo que estamos acostumbrados. Eso significa más pobres, más indigentes, menos comida para alimentar a los millones de personas que ya estaban hambrientas el 11 de agosto. En el mismo lapso, la tasa de interés de referencia se elevó de 64 a 84 por ciento. Menos empresas. Menos trabajo. Menos consumo, menos changa. Más pobres. La rueda gira cada vez a mayor velocidad. Faltan 49 días para las elecciones y luego 44 más hasta el 10 de diciembre. Nadie puede arriesgar qué va a pasar este lunes.
Ese es el diagnóstico que manejan en las oficinas de la calle México donde Alberto Fernández armó su centro de campaña. Por eso, el candidato y sus asesores más cercanos evitan dar precisiones sobre el futuro. Sin conocer la magnitud del desastre que va a dejar Mauricio Macri, difícilmente puedan prescribirse recetas. “No es lo mismo recibir diez mil millones que el Central vacío, default sí o no, inflación de cincuenta o más alta, provincias pagando sueldos o no, gente protestando en la calle o no”. El diagnóstico es malo. El candidato ya dejó de hablar de encender la economía. Comprendió que el proceso puede llegar a ser más accidentado que lo que previó.
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Tomó, en ese sentido, la decisión de empezar a trabajar a primera hora del día siguiente de que las urnas lo confirmen como presidente electo. Espera contar, para eso, con la colaboración del gobierno, aunque, a esta altura de los acontecimientos, Fernández tiene una profunda desconfianza en que en Cambiemos estén bien predispuestos a una transición rápida y ordenada. La actitud que hubo desde las primarias avivaron el temor. En el Frente de Todos ordenan prioridades: “Queremos que Macri termine su mandato, pero lo más urgente es cortar la espiral de hambre y pobreza. No vamos a convalidar cualquier cosa para sostenerlo”, advierte un dirigente que mete la cuchara en el armado opositor.
De una forma u otra, el 28 de octubre por la mañana, luego de que el resultado electoral confirme su triunfo, Fernández anunciará su equipo y dará los principales lineamientos de su gobierno para comenzar a marcar certezas sobre el rumbo que tomará el país una vez que asuma. Las prioridades tendrán cuatro ejes: garantizar que haya un plato de comida en la mesa de los cincuenta millones de argentinos; impulsar una rápida reactivación de la capacidad instalada ociosa; ordenar la macroeconomía para tomar control de las variables y encontrar líneas de crédito que permitan hacer frente a las deudas, a través de una renegociación con el FMI o la búsqueda de vías alternativas en otros rincones del globo.
El primero y más urgente será atender la cuestión alimentaria. En ese sentido, Daniel Arroyo, que ya se mueve entre los equipos técnicos como si fuera el próximo ministro de Desarrollo Social, es el encargado de diseñar un plan que permita revertir “en 24 horas” las situaciones más urgentes. Las primeras medidas pasarán por la reasignación de partidas para compra directa de alimentos que puedan volcarse de inmediato en las zonas vulnerables, a partir de espacios que ya tienen actividad, como escuelas y comedores. Además, se evalúan herramientas para que el Estado ponga tope a los precios de los once productos de la canasta básica.
La reactivación de la economía real, en un primer momento, pasará por inyectar recursos en el mercado interno y dar créditos subsidiados a pequeñas y medianas empresas para comenzar a revertir el proceso de desindustrialización de los últimos cuatro años. La desdolarización de tarifas y el aumento de salarios y jubilaciones son compromisos públicos del candidato, al que se sumará otra batería de medidas. En los equipos económicos están evaluando especialmente una forma de alivianar el peso de las deudas que dejó este ciclo económico en familias y pequeñas empresas, apostando a que el dinero que se ahorrarán en los intereses usurarios que acumulan se vuelque al consumo.
El futuro de la macroeconomía es lo que aún permanece más nebuloso, por la incerteza respecto a las condiciones que dejará el actual gobierno. De todas formas, hay algunas medidas que pueden preverse, como la aplicación de algún tipo de control a la salida de divisas, la imposición de plazos más cortos para la liquidación de las exportaciones y, casi con seguridad, una fuerte actualización de las retenciones al agro. Además, es muy probable que se anuncie una baja importante de las tasas de interés, para sacar el pie que ahoga a la industria argentina. Esas medidas, sumada a la búsqueda de capitales que ayuden a hacer más sencillo el despegue, sentarán las bases del plan económico.
Para poder empezar a implementar su proyecto desde el día después de la elección, en caso de que Macri no preste colaboración, Fernández prepara una serie de proyectos para enviar al Congreso, al que espera hacer actuar incluso antes del recambio de diciembre. Si bien para entonces tendrá mayoría en el Senado y estará cerca del quórum propio en la Cámara Baja, el candidato puede conseguir los votos necesarios para aprobar un paquete de leyes clave con la actual composición legislativa. A la suma de los bloques peronistas que le responden, hay que agregrarle casi una decena de votos cambiemitas que seguirían a Emilio Monzó y otra media docena de radicales que aparecen dispuestos a cooperar. Ese número resulta suficiente para sumar la mitad más uno de los votos de ambos recintos y vencer la resistencia del gobierno, si la hubiera. Hay diputados opositores que incluso hacen planes de contingencia ante una situación peor. El temor, que por ahora se cuidan de no expresar en voz alta, es que Macri, ante la derrota, decida dejar tierra arrasada. En ese caso, advierte uno de ellos, el Congreso se vería obligado a tomar decisiones más drásticas. En estos días circuló entre algunos whatsapps el artículo 101 de la Constitución Nacional, que dice que el jefe de Gabinete puede “ser removido por el voto de la mayoría absoluta de los miembros de cada una de las Cámaras.”