El ministro de Hacienda Nicolás Dujovne se enredó en una discusión técnica con el candidato presidencial del Frente de Todos, Alberto Fernández. Fue porque Fernández señaló en un programa televisivo algo muy simple, que el déficit fiscal del actual gobierno superó con creces al heredado de la gestión anterior. Al momento en que se escriben estas líneas dicho programa superó ya el millón de visualizaciones, lo que llevó a Dujovne a intentar tapar el sol con las manos reeditando los cambios metodológicos en la medición de las cuentas públicas implementados desde diciembre de 2015.
El procedimiento de recurrir a tecnicismos es conocido, está probado y es muy utilizado cuando se quiere empiojar el debate económico. Es más, los economistas son hábiles en el arte de ganar discusiones usando un poco de “jerga”. Suele ser el camino más rápido para dejar en silencio al interlocutor, que siente que se metió en un campo que no domina. El problema es que este es un texto periodístico y el lenguaje es radicalmente diferente. Si hay exceso de jerga, de teoría o de números el lector, antes que impresionarse, se aburrirá y no llegará al final del texto, lo que significa el fracaso del autor. En consecuencia, se intentará ser concisos, ir al grano y, sobre todo, hacerlo conceptualmente.
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Más allá de los números finos el dato de aumento del déficit fiscal resulta clave. Para la lógica oficialista el equilibrio fiscal es un objetivo en sí mismo. Las mal llamadas “finanzas sanas” serían una presunta condición necesaria y un punto de partida para la mejora de la economía. Sin embargo, los déficits o superávits son apenas un efecto del comportamiento de otras variables y lo único que importa de los primeros es cómo se financian. Para el buen economista es imposible, además de un error teórico, separar al déficit fiscal del ciclo económico. El ciclo económico se define por los números positivos o negativos de la evolución de la producción, es decir por el crecimiento, el estancamiento o la recesión. En circunstancias normales los superávits se corresponden con los ciclos de crecimiento y los déficits con las recesiones. Un superávit en recesión es una grave anomalía que profundiza las caídas de la producción. Esto es así porque el déficit no se relaciona sólo con los Gastos, sino también con el componente que el discurso fiscalista suele obviar: los ingresos, los que dependen del nivel de actividad.
La función de los buenos hacedores de política económica es conducir el ciclo. Se supone a priori que el objetivo de esta conducción es sostener el crecimiento en el tiempo, la verdadera condición necesaria para el desarrollo y, en consecuencia, para el bienestar creciente de las mayorías. Contra el discurso oficial, las recesiones (que son el resultado clavado de los llamados “ajustes”) no son momentos de purificación o expiación de los excesos del pasado, sino la expresión del fracaso de la política económica.
Desde diciembre de 2015 la Alianza macrista-radical recurrió a una fórmula que se sabía y se confirmó explosiva: redujo los ingresos --bajando los impuestos a los más ricos-- por encima de lo que redujo el gasto, lo que provocó el aumento del déficit primario, es decir la diferencia entre ingresos y gastos antes de pagar intereses de deuda. Luego, argumentó que la única manera de financiar la diferencia era endeudándose, tarea que privilegió hacer en moneda extranjera, lo que de paso le servía para financiar otro déficit mucho más rígido, el de la cuenta corriente del balance de pagos, un déficit compuesto por importaciones, turismo y pagos externos, desde deuda a remisión de utilidades y, por supuesto, por la ya legendaria “fuga” de capitales. En el plano fiscal primario financió con dólares gastos en pesos, lo que constituyó un mero artificio para justificar el inusitado endeudamiento en divisas.
Se destaca que la toma de deuda fue a razón de 50 mil millones de dólares por año, es decir, muy por encima de cualquier déficit fiscal del período. Si se dejan de lado las problemas de medición del verdadero volumen del PIB provocado por las mega devaluaciones cambiemitas y se lo mantiene a los fines expositivos en los alrededor de 500 mil millones de dólares que alcanzaba a fines de 2015 significa, siempre redondeando, que la segunda Alianza tomo deuda en divisas por el equivalente a 10 puntos del PIB por año. O sea, mucho más que lo necesario para supuestamente cubrir el déficit fiscal (en rigor no hacen falta dólares para cubrir gastos en pesos) y muchísimo más que los 15 mil millones de dólares pagados sin chistar, discutir ni negociar a los fondos buitre.
Cuando se justifica la mega deuda con la idea del presunto “gradualismo” simplemente se está mintiendo de manera flagrante. Se tomó deuda desbocadamente con el objetivo de financiar el rojo de la cuenta corriente, pero fundamentalmente para reconstruir la dependencia y traer de regreso las políticas del FMI y sus condicionalidades de largo plazo, las que constituirán la terrible herencia cambiemita a las futuras administraciones.
La mega deuda tomada por Cambiemos significa una carga creciente y explosiva --nunca mejor usada la palabra-- del servicio de esta deuda, es decir del pago de intereses. La ecuación contable del déficit es simple y nada técnica: déficit fiscal = déficit primario (gastos – ingresos) + intereses de la deuda. Obsérvese que como los intereses crecen progresivamente gracias al megaendeudamiento, la búsqueda del equilibrio fiscal significa estar compelidos a aumentar ingresos y/o reducir gastos. Como la política oficial y la recesión impiden el crecimiento de los ingresos, el resultado es un círculo vicioso y de nunca acabar en la reducción del Gasto, es decir, en el recorte de las funciones del Estado, el verdadero objetivo de última instancia de todo el circo.
Frente a la contundencia de la evolución de los componentes del déficit en el tiempo, la discusión por la metodología de medición --si se incluyen los resultados de la Anses, del Banco Central, de las provincias o el déficit cuasifiscal (por ejemplo los intereses de las Leliq), etc.-- es completamente irrelevante. La única realidad, el resultado al final del camino, es que la política de la Alianza macrista - radical conduce a una inestabilidad macroeconómica permanente que por ahora se sostiene con el ingreso de capitales para sostener el tipo de cambio y que demanda la reducción infinita del gasto para pagar intereses.--