Sábado, de Félix Bruzzone
Limpio la pileta de una casa en donde no hay nadie. La tentación de meterme al agua cuando termine es muy grande, pero hacerlo sería romper el hechizo. El agua no se mancha. Mucho menos con el sudor de un piletero. Los mineros no se llevan el oro a sus casas para hacerles anillos a sus novias. Por eso trabajo con mangas largas. Para transpirar mucho y hacer crecer el deseo de usar esas piletas que nunca-nunca voy a usar. Cuando el deseo crece y espera, crece y espera, puede pasar cualquier cosa. El big bang se produjo cuando Dios limpiaba piletas con manga larga. Después de eso se dedicó a crear mundos en siete días, y así estamos.
Se acerca un pibe a la reja que da a la calle y me grita.
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No hay nadie, digo.
No, quiero hablar con vos, dice
Me acerco. Quiere que le limpie la pileta, lógico.
Le explico que es sábado, un día muy complicado para conseguir piletero, que tengo todo completo, que hace mucho calor y que se considere muy afortunado de al menos estar pudiendo hablar con un piletero.
Me tenés que salvar, hoy tengo un evento re importante, dice, es acá a la vuelta.
Lo miro. Calculo cuánto me queda por hacer, si voy a tener tiempo, todo eso, y al final le digo termino acá y voy, no te hagás problema. El gran problema del sí fácil es que el otro te puede considerar un regalado.
Me da la dirección. En su cerrada garganta cheta los números no se entienden y se los hago repetir tres veces.
Al rato llego a su casa. Toco timbre. Aplaudo. Grito. Toco bocina. Nada. Me dajaste plantado, cheto, evidentemente no entendiste nada.
Escribo una nota.
"Soy el piletero. Pasé y no había nadie. Sos un poco forro, ¿no? Sí, bastante forro sos."
Leo la nota. Me doy cuenta de que el forro soy yo y la rompo.
Escribo otra nota.
"Soy el piletero. Pasé y no había nadie. Cualquier cosa llamame", y anoto mi número.
Al rato el cheto llama. Se disculpa.
Le histeriqueo un poco. Me hago el enojado. Le digo que me espere que voy más tarde. Pienso en dejarlo plantado yo, ahora, pero al final desisto de semejante venganza y solo lo hago esperar un buen rato mientras limpio otras piletas y voy. Como tiene culpa, es muy atento y me vuelve a pedir
disculpas, y me ofrece cerveza. Esto me hace acordar al Hombre del Fernet, pero no sos ni la sombra de ese genio, hermano.
Acepto:
Dale, con un litro está bien.
Se ríe.
Es en serio, le digo. Un litro para empezar...
La pileta no está muy sucia. Tardo más en tomarme el litro de cerveza, y en hablar de huevadas astronómicas con el cheto, que en terminar de limpiar. Tomo la cerveza despacio. Siempre con espuma. Tomar la espuma te hace sentir liviano. El cheto me sirve cada vaso rápido y yo soy un piletero algodonoso y sencillo que en cualquier momento se va a abalanzar sobre el agua y a caminar sobre ella, como Cristo, por la redención de todos los chetos. No creo que el cheto me vuelva a llamar. O quizá sí. No importa. Mi buena acción del día fue limpiarle la pileta a un cheto que no se lo merecía. Estoy feliz. Fue como poner la otra mejilla. Y fue muy lindo. Además, poner la otra mejilla es una forma de denuncia. A los chetos hay que denunciarlos siempre. La mejilla también, hay que ponerla siempre. Más si sos piletero, siempre van a esperar eso de vos.