El día de la Lealtad, ese 17 de octubre en que el pueblo argentino tomó el destino en sus manos y cambió estructuralmente la historia, fue recordado con una enorme cantidad de actos, desde los realizados por los dirigentes hasta los modestos brindis en las agrupaciones de base. Esto puede ser leído como un síntoma de vitalidad del movimiento que ha salido a la calle en todos sus estamentos a enfrentar la agresión gorila de los “70 años de fracasos”, pero también la diversidad de conmemoraciones exterioriza la ausencia de un liderazgo indiscutido, lo que podría complicar la conformación de un frente unido para 2019.
Ambas lecturas son ciertas y en definitiva pareciera que ocurrirá una vez más que las urnas legitimarán una coalición surgida de “la calle”. En definitiva, eso fue el 17 de octubre, mientras que el Cordobazo fue el que rompió la proscripción y Néstor Kirchner afirmó su gobierno poniendo en el Estado el reclamo de la calle aquellos luctuosos 19 y 20 de diciembre de 2001.
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Pero hablando de economía, que en definitiva es el objeto de esta columna, las divisiones del peronismo emergen cuando las cuentas externas se desequilibran y se angosta la oferta de divisas para proseguir la expansión del nivel actividad con las aristas distributivas que lo caracterizan. La elasticidad importaciones/Producto Bruto Interno es estructuralmente alrededor de 3, es decir que para obtener un crecimiento sostenido de la economía a una tasa del 4% anual, las importaciones aumentan a razón del 12% por año y consecuentemente es necesario obtener los dólares para financiarlas y evitar el freno al proceso en curso.
Todos los presidentes peronistas han sufrido el impacto del estrangulamiento del proceso de expansión económica por falta de divisas. La consecuencia política fue la división del movimiento y la pérdida del gobierno.
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La segunda presidencia de Perón (1952-1955) estuvo surcada por este conflicto y los intentos de recrear un proceso de inversión que redujera la demanda de dólares -apelando incluso al capital extranjero- desestructuraron a la coalición gobernante abriendo el camino al golpe brutal del 55. Los enfrentamientos posteriores entre las corrientes que reclamaban una radicalización de la gestión económica y la alianza vandorista-desarrollista con un sector de las Fuerzas Armadas, revelaban distintas apuestas para superar la carencia de dólares.
El retorno en el marco del descripto conflicto irresuelto, alumbra la tercera presidencia de Perón (1973-1974) con el Pacto Social CGT-CGE, que produce una fuerte expansión de la actividad, colocando al año 1974 como el históricamente mejor para la clase trabajadora. Pero la crisis internacional del petróleo en 1973 y la muerte del líder en 1974 reabrirán la confrontación con singular virulencia y nuevamente una dictadura sanguinaria clausurará la experiencia en el 76.
La segunda presidencia de Menem (1995-1999) arrancó con el golpe de la crisis regional conocida como “efecto Tequila” que clausuró cuatro años de expansión e hizo explotar el desempleo. La decisión de Menem de atarse al inviable régimen de Convertibilidad provocó la fractura política con los sectores más golpeados económicamente por este esquema, esencialmente en la Provincia de Buenos Aires, y concluyó con la derrota electoral de Duhalde en el 99 y el desastre de 2001.
La segunda presidencia de Cristina (2011-2015) estuvo signada por la insuficiencia de las exportaciones para seguir solventando el proceso de crecimiento del ciclo 2003/2011. La caída del precio de los productos primarios y la reducción de la cantidad por menor demanda de las manufacturas industriales fueron claves en el estancamiento de ese período. Además, se agregó el mayor peso de los servicios de deuda restructurada que también vencían en esos años.
En el año 2013, la división en la provincia de Buenos Aires generada por una opción política más vinculada a los reclamos de las capas medias del peronismo provoca una derrota de la lista oficialista, que anticipa el triunfo de una alianza radical-conservadora en 2015 que parirá al actual gobierno oligárquico.
Así las cosas, entonces, la falta de dólares que frena la clásica expansión peronista afirmada en distintos grados de consumo interno, ocasiona fracturas que expresan distintas soluciones al problema. Pero a la vez, esas divisiones lo hacen naufragar en la búsqueda de un rumbo.
Las razones deben rastrearse en hasta dónde el peronismo avanza sobre las rentas extraordinarias primarias (agropecuarias, mineras y energéticas) que permiten sostener su proyecto clásico o intenta transitar horizontes más conservadores. Y, por supuesto, cuáles son los respaldos populares de los diferentes programas.
A pesar de la Argentina devastada que dejará el gobierno de Cambiemos, emergen dos activos que no estaban presentes en el pasado y que pueden ser la base de una recuperación rápida proveyendo los recursos necesarios. El yacimiento de petróleo y gas no convencional de Vaca Muerta, que puede allegar los recursos energéticos imprescindibles para un proyecto industrial autónomo; y la exteriorización de capitales por un 22,5% del PBI, que pueden ser sujetos de gravámenes que permitan afrontar los pagos de la deuda descomunal que este Gobierno prohijó.
Veremos cómo esto se procesa hacia el interior del peronismo.