¿Pragmatismo o extorsión?

12 de enero, 2020 | 00.05

Los voceros mediáticos del establishment local han asumido la tarea de extorsionar al gobierno a nombre de los intereses geopolíticos de Estados Unidos. La fórmula del apriete es que cualquier gesto de soberanía respecto de la política internacional de Washington “complicaría” la negociación con el FMI. Es decir, para que nos vaya bien conviene mantenerse en lo que constituyó la “política internacional” en los tiempos de Macri. 

Claro que lo primero que habría que preguntarles a los voceros de la embajada norteamericana es en qué consistió la ventaja de ese alineamiento absoluto. En la imaginación de los publicistas del ex presidente, esa “apertura al mundo” (eufemismo principal para designar la renuncia a cualquier política internacional soberana), sería la garantía de la “lluvia de inversiones” que harían próspero a nuestro país. Como esa lluvia nunca ocurrió, la apertura al mundo se redujo al sistemático y absolutamente irresponsable endeudamiento, que se presentaba como la disposición de “los mercados” a financiar “el cambio” en la Argentina. Todo termina: los dólares dejaron de fluir hacia el país (o, para decirlo mejor, a sus circuitos especulativos) cuando sus dueños llegaron a la conclusión de que la crisis era inevitable y convenía abstenerse de seguir prestándole plata a una economía sin rumbo. Y entonces llegó el FMI, prestó la plata, impuso condicionalidades y permitió que los dólares se fueran por la canaleta de la fuga de capitales, negocio extraordinario  para la máquina de la especulación financiera, muchos de cuyos protagonistas fueron funcionarios de Macri. 

Esa es la verdadera historia de la relación entre sumisión nacional y ventajas obtenidas por el país. Y la actual extorsión tiene problemas para explicar cuáles serían ahora las ventajas de retomar rápidamente la alineación absoluta con Estados Unidos. Se intenta suponer que así las fórmulas de pago serían más benévolas para nuestro país. Es decir, el Fondo nos “ayudaría” a aliviar el peso tremendo de un endeudamiento al cual contribuyó de modo decisivo el propio Fondo. Extraño pragmatismo. No lo comparten muchos analistas del establishment que reconocen que la deuda argentina es también un grave problema para el organismo internacional, que subordinó claramente sus decisiones a la estrategia geopolítica de Estados Unidos que necesitaba mantener el oxígeno de un gobierno subordinado e impedir el retorno del “populismo”. Al servicio de esa política se llegó a desconocer el propio reglamento interno del organismo. Más de un 60% del total de la cartera de préstamos del FMI está concentrada en la deuda argentina: ¿no es esa una paradójica fortaleza para la posición negociadora del nuevo gobierno? Está muy claro que la perspectiva analítica del establishment local carece de todo anclaje en el interés nacional. Lo que procura es impulsar una corriente de opinión favorable al rápido y completo alineamiento del gobierno con las fuerzas rectoras del capital financiero global bajo el argumento de los costos que traería cualquier otra opción política. 

Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

La historia de los acomodamientos de la política nacional a los requisitos de la principal potencia mundial es muy larga. Siempre se la presenta como el más alto grado de pragmatismo, capaz de renunciar a cualquier gesto de independencia para ganar la confianza de los poderosos. Detrás de cada concesión se pide otra más profunda, para cuya efectivización hace falta empeorar el nivel de vida popular. La consecuencia es que el gobierno se debilita, se aísla y con frecuencia cae. Eso ocurrió en 1975 con el “rodrigazo” que no pudo impedir que el gobierno de Isabel Martínez cayera pocos meses después; con los planes de ajuste aceptados por Alfonsín, después de la salida de Grinspun del ministerio de economía, que no impidieron el trágico final anticipado de su gobierno y con el gobierno de De la Rúa que se autoinmoló en nombre de la convertibilidad y de la sujeción absoluta de su política internacional a los intereses de Estados Unidos. “Así paga el diablo a quien bien le sirve”, dijo en su momento Perón. 

Es claro que el país tiene que tener buenas relaciones con todo el mundo. Es claro, también, que el vecindario regional atraviesa un momento complicado, en particular después del triunfo de Bolsonaro, facilitado por la lawfare brasileña con la detención y proscripción de Lula. Pero eso es solamente parte de la realidad. Vivimos un mundo diverso y en un pasaje crítico. La política imperialista de Estados Unidos ha abandonado los rituales más elementales; y esto no es exclusivamente resultado del insólito gobierno de Trump, que ciertamente lleva la cuestión a límites extremos como el crimen contra el líder iraní Suleimani. Asistimos a una época de crisis de la hegemonía mundial del capitalismo norteamericano. Nuevos actores, nuevas relaciones de fuerza, nuevas oportunidades para países que busquen establecer un régimen de relaciones de mutua conveniencia con preservación de su independencia. La independencia no equivale, como argumenta la derecha, al aislamiento. Argentina tiene que militar por la reconstrucción del proceso de integración regional, aún en las condiciones difíciles en que la defección circunstancial de Brasil la ha colocado. La integración no es ideológica, admite la diversidad y hasta la contradicción, siempre que se respete la pluralidad de intereses y perspectivas nacionales. En noviembre último se realizó la cumbre del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). El grupo reúne a países que constituyen el 40% de la población mundial y, según se calcula el 50% de la producción económica global. Es todo un centro de gravedad alternativa al dominio mundial estadounidense. Una política internacional soberana es lo que nos va a permitir a los argentinos ensanchar nuestro marco de oportunidades y desplegar nuestra potencialidad sin los límites que generan los alineamientos automáticos. 

El gobierno de Alberto Fernández acaba de ratificar en la OEA su posición de no alineamiento con el gobierno de Trump en la crítica cuestión de Venezuela. Es un hecho auspicioso por sí mismo y también porque supone un saludable enfoque contrario a la extorsión que se disfraza de pragmatismo.