El humorista argentino Adrián Stoppelman popularizó la frase “pasan cosas raras” cuando tiene que analizar temas políticos o de la vida cotidiana que son muy extraños y nos dejan con la boca abierta. Seguramente esté dentro de la categoría mayor de “cosas raras” el documento “Paz para la prosperidad” bautizado como “acuerdo del siglo”, y presentado por el presidente de EE.UU. Donald Trump junto al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, en la Casa Blanca. No es muy común que se presente un plan para resolver un conflicto entre dos partes sin siquiera consultar a una de ellas, y cuando quien lo presenta claramente se manifiesta aliado de la más poderosa.
Por si quedaban dudas sobre las intenciones del “mediador”, Trump dijo que tenía “un equipo de trabajo que ama a EE.UU. y que ellos aman a Israel”.
En realidad, no es extraño que un mandatario estadounidense manifieste su apoyo al Estado de Israel o que tome decisiones unilaterales sobre el Medio Oriente, como se jactó Trump en su discurso, cuando afirmó que había “hecho mucho por Israel”, como mudar su embajada a la ciudad de Jerusalén, algo tantas veces planteado por otros presidentes, pero concretado durante su gestión. Tampoco extrañó que en el mismo discurso ratificara la soberanía del Estado de Israel sobre los altos del Golán, territorio de Siria conquistado en 1967 y que el gobierno sirio reclama infructuosamente que le devuelvan.
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Pero sí es extraño presentarle al mundo un “Acuerdo del Siglo” entre palestinos e israelíes sin presencia palestina. Este “detalle” no podía pasar inadvertido, como tampoco que se presentara a poco más de un mes de las elecciones generales en Israel, las terceras en menos de un año porque la fragmentación parlamentaria no permite la elección de un gobierno, ha paralizado virtualmente el sistema político y debilitado a Netanyahu está debilitado.
Un conjunto de senadores demócratas lo criticó duramente, calificó la iniciativa de “unilateral” y afirmó que Trump estaba “interfiriendo” en el proceso electoral israelí a favor del primer ministro, que enfrenta diversos procesos judiciales por acusaciones de corrupción. El ex primer ministro israelí, Ehud Olmert, a quien nadie puede señalar de “pro palestino”, fue aún más duro y afirmó que este acuerdo terminará en una política de “apartheid”, comparando el trato de los israelíes a los palestinos con el de la minoría blanca a la mayoría negra en Sudáfrica durante décadas.
¿Puede un plan de “paz” derivar en políticas de apartheid? ¡Qué extraño! Pasan cosas raras, ¿verdad?