En septiembre de 2018, mientras se profundizaba la crisis del gobierno de Cambiemos, el paradigmático CEO Mario Quintana renunciaba a su cargo como vicejefe de gabinete de Macri para iniciar un “viaje espiritual”. Como despedida, leía a sus empleados un poema del monje budista Thich Nhat Hanh, que decía: “No digas que partiré mañana porque todavía estoy llegando. (…) Mira profundamente: llego a cada instante para ser el brote de una rama de primavera, para ser un pequeño pájaro de alas aún frágiles que aprende a cantar en su nuevo nido, para ser oruga en el corazón de una flor, para ser una piedra preciosa escondida en una roca”. Quintana volvió un poco antes del derrumbe del gobierno de Cambiemos, pero no como brote, ni como pájaro, ni como oruga, sino como “simple armador político y colaborador del espacio”.
Dos semanas antes de la retirada de Quintana, el entonces presidente del Banco Central, Luis “Toto” Caputo, viajaba a Río de Janeiro para despabilarse en el lujoso Hotel Sofitel y se dejaba fotografiar, muy relajado, sobre las arenas blancas de Ipanema, mientras en Argentina se desataba una feroz corrida bancaria. Poco después, antes de que terminara ese septiembre frenético y tras haber llevado el dólar a orillar los 40 pesos, también el “ex Champions League” presentaba su renuncia aduciendo “motivos personales”. Eso sí, Caputo no volvió.
Mientras destrozaban la Argentina tras haberla convertido en su caja registradora personal, los CEO procuraban no estresarse demasiado con este invivible país nuestro, tan afecto a fracasar una y otra vez. Y más ahora, tras la retirada general de diciembre, cuando dejan 40,8% de pobreza, 8,9% de indigencia y un 59,5% de niños y adolescentes viviendo en hogares pobres. Afortunadamente para ellos, el tiempo de los sacrificios terminó, y esa vida de privilegios los sigue esperando ahí, como casi siempre. Afortunadamente para ellos, de los restos de este país en llamas se encargarán los políticos profesionales, que para eso están.
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Ahora, ¿dónde van los CEO cuando “fracasan”? ¿Alguien sabe dónde están ahora Caputo, Quintana, Dietrich, incluso el mismo Peña? ¿Abriendo otra consultora? ¿Dictando conferencias en Yale o Harvard? ¿Escribiendo sus memorias para hacerlas best sellers? ¿No estará siendo muy indulgente con ellos la mayor parte de nuestro periodismo, tan adicto a preguntar en otras épocas pero que ahora procura no preguntarse demasiado en serio a dónde se fueron los CEO? Nada por aquí, nada por allá. Y eso sí que es magia.
No hay costos políticos para los CEO que hacen política. Mientras que a los políticos profesionales se los hace, y se los debe hacer, responsables por las consecuencias de su gestión, la vara no es la misma para los CEO, que así como vienen, se van, y vuelven otra vez, como volvieron Quintana, Lopetegui o Cabrera. En cambio, si un político profesional es el responsable de un desastre colectivo, es esperable (y deseable) que su carrera se resienta o termine. Pensemos, por caso, en el ex presidente Fernando de la Rúa y las víctimas de la represión de 2001, o en el ex jefe de gobierno de la CABA Aníbal Ibarra y la tragedia de Cromañón. Todas las excepciones que el lector pueda encontrar para esta regla no la hacen menos pertinente.
Sin embargo, para los CEO hay otra vara. De ellos no se espera responsabilidad en el ejercicio de la gestión. La política es, para ellos, un espacio secundario y provisorio, al que solo entraron como cumpliendo una probation, como una forma de devolverle al país una ínfima parte de todo lo que le quitaron, o porque se creyeron aquello de la “venezuelización” de la Argentina. Su posibilidad de volver a su mundo de seguridades y privilegios no dependerá de la responsabilidad con que hayan ejercido la función pública, o de los éxitos que hayan alcanzado en beneficio de las mayorías. Otros son los aspectos que pesarán cuando quieran reinsertarse en el mundo empresarial, como sabemos: know how adquirido en el transcurso de su experiencia en el Estado, red de contactos y vínculos que habiliten a sus socios y empleadores a concretar nuevos negocios con el sector público, etc.
Y como no hay costos ni responsabilidad para los CEO cuando fracasan, cuando quieran volver a la política, convertidos en vaya a saber qué, volverán.
“Soy el efímero insecto en metamorfosis sobre la superficie del rio, y soy el pájaro que cuando llega la primavera llega a tiempo para devorar este insecto. Soy una rana que nada feliz en el agua clara de un estanque, y soy la culebra que se acerca sigilosa para alimentarse de la rana. Soy el niño de Uganda, todo piel y huesos, con piernas delgadas como cañas de bambú, y soy el comerciante de armas que vende armas mortales a Uganda”, continúa el poema de Quintana. El léxico del management que hablan los CEO incluye palabras clave para el oficio, como “metamorfosis”, “devorar”, “feliz”, “comerciante”, “mortales”. Pero, evidentemente, no incluye nada que suene, ni siquiera parecido, a responsabilidad política.
Paula Canelo es socióloga, autora de ¿Cambiamos? La batalla cultural por el sentido común de los argentinos, Siglo XXI Editores.