Si bien los resultados definitivos de las elecciones para el Parlamento Europeo aún están siendo procesados y mientras no se descarta alguna que otra sorpresa en la conformación de los bloques parlamentarios, se descuenta un incremento neto en el número de bancas de los partidos que se conocen como euroescépticos -es decir, que rechazan la integración regional del bloque- en detrimento de los dos principales grupos parlamentarios que dominan el centro de la política de la Unión Europea (UE) desde hace más de cuatro décadas, los Socialdemócratas (S&D) y la centroderecha del Partido Popular Europeo (PPE).
Según los resultados preliminares, los partidos de la extrema derecha salieron cómodamente primeros en países como Austria (FPO, 27%), Francia (RN, 31%), Italia (FdI, 27%), Hungría (Fidesz, 43%), y Letonia. Y segundos en Alemania (AfD, 16%), Países Bajos (PVV, 17,7%), y Polonia (PiS, 33%).
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Estas elecciones profundizan una tendencia que viene creciendo desde la crisis económica de 2008/2009 y que en la mayoría de los países de la UE ha implicado fragmentación del sistema de partidos con un marcado crecimiento de los extremos, con un sesgo hacia la derecha. En esta oportunidad, la ultraderecha podría contar con una masa crítica importante para influir en el Parlamento Europeo.
Los resultados de este domingo introdujeron otra novedad: el debilitamiento político del eje franco-alemán, tradicionalmente considerado como el motor de la integración europea. Tanto el canciller alemán, Olaf Scholz, como el presidente francés, Emmanuel Macron, recibieron un revés histórico en los comicios.
En ese sentido, la nueva legislatura abrirá con desafíos y novedades en tres frentes:
- La conformación de las alianzas y la elección de los funcionarios europeos
- La discusión de la agenda de los próximos años, y fundamentalmente
- La reconfiguración de la política continental.
La conformación de las alianzas y la elección de la comisión europea
El desafío más inmediato tiene que ver con el recambio de autoridades de la Comisión Europea, el órgano ejecutivo de la UE. Son los Estados miembros, a través del Consejo Europeo, que proponen a las nuevas autoridades y es el Parlamento el que debe aprobarlas. Tradicionalmente, el presidente de la Comisión Europea pertenece al grupo con más escaños en el hemiciclo.
En las próximas semanas se abrirán las negociaciones para la conformación de la Comisión y, cualquiera sea el resultado, el escenario es complejo.
La Presidenta saliente de la Comisión, la alemana Ursula von der Leyen, quiere renovar y tiene a su favor pertenecer al centroderechista Partido Popular Europeo (PPE), primera fuerza en el Parlamento. Es una figura conocida por los europeos y, generalmente, reputada en su liderazgo durante la pandemia del Covid-19. Sin embargo, hasta ahora, está lejos de tener garantizado un segundo mandato.
En 2019, la actual Comisión se conformó gracias a la alianza tripartita entre el PPE, los socialdemócratas y los centro-liberales (Renew Europe). En la nueva legislatura una reedición de este acuerdo podría no estar del todo asegurada: Renew ha perdido su lugar como tercera fuerza y la figura de Von der Leyen está lejos de despertar un apoyo unánime en la socialdemocracia y los verdes, que también salieron disminuidos de estas elecciones.
En caso de no poder reeditarse el reparto de 2019, en los pasillos de la política en Bruselas ya se barajan distintos escenarios. Una posibilidad es que el Consejo Europeo decida presentar un candidato fuerte (¿independiente?) que pueda acaparar el apoyo de todas las fuerzas pro-europeas.
Es sabido, por ejemplo, que el Gobierno francés ha tanteado para el cargo al ex primer ministro italiano, Mario Draghi, un viejo conocido de la política continental (fue presidente del Banco Central Europeo hasta 2019). Otro escenario, por ahora lejano, es que Von der Leyen apele al apoyo de una parte de la extrema derecha. Y, en este punto, hay otra figura italiana que asoma: Giorgia Meloni.
La capo del governo italiano es la figura líder los conservadores europeos y, si bien mantiene un bagaje euroescéptico histórico, ha sabido hacer buenas migas con la Presidenta de la Comisión y proveer apoyo en temas claves como la polémica nueva regulación europea sobre la migración y el asilo.
Implicada fuertemente en la campaña europea, principalmente para capitalizar políticamente y disminuir a sus aliados nacionales de la Lega, Meloni ha decidido mantener una posición lo suficientemente vaga al respecto de un posible acuerdo con el PPE. Esto le ha valido tensar la relación con otros exponentes de la ultraderecha europea, como la francesa Marine Le Pen, que aspira a crear un gran grupo euroescéptico que podría transformarse en el segundo bloque del hemiciclo. Ardua tarea. Es preciso recordar que actualmente la extrema derecha en el Parlamento Europeo se encuentra dividida, grosso modo, en dos grandes grupos.
El partido de Le Pen, Rassemblement national, pertenece al grupo Identidad y Democracia (ID) que porta una visión euroescéptica dura y se ha propuesto bloquear cualquier iniciativa de la Comisión. Allí tienen asiento también los eurodiputados neerlandeses de Geert Wilders, y la Lega de Matteo Salvini. Hasta hace poco también pertenecía el filonazi Alternativa por Alemania (AfD), eyectado del grupo recientemente por las declaraciones irreproducibles del eurocandidato Maximilian Krah.
Del otro lado, está el grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE) al que pertenece Giorgia Meloni y está integrado por partidos como el español VOX y el francés Reconquête! Los conservadores mantienen un discurso tradicionalmente duro en temas culturales e inmigración, pero entiende que la práctica política requiere converger hacia una “unión de las derechas” que incluya a la centroderecha “blanda”. En el caso del Parlamento Europea, se trata del PPE de Von Der Leyen.
Por el momento, solo hay conjeturas y algunas negociaciones sottoterra, pero solo el hecho de que una reconstitución profunda de las alianzas en el Parlamento esté sobre la mesa es revelador. Se estima que el Parlamento Europeo vote por las nuevas autoridades hacia mediados de julio, antes del receso de verano.
En ese sentido, el próximo fin de semana se celebra la cumbre anual del G-7 en Fasano, donde los dirigentes de las tres grandes potencias de la UE (Alemania, Francia e Italia) y los presidentes de la Comisión y el Consejo Europeo se verán cara a cara por primera vez luego de las elecciones. Es probable que allí comience el tiempo de cabildeo para Ursula von der Leyen.
La agenda legislativa y el presupuesto de la UE
El Parlamento de la Unión Europea es el segundo cuerpo legislativo elegido democráticamente más numeroso del mundo (después del parlamento de la India). Sin embargo, tiene la particularidad de carecer de iniciativa legislativa, responsabilidad que recae sobre la Comisión Europea. El Parlamento se guarda únicamente el derecho de votar o rechazar la legislación.
En términos prácticos, esto significa que los eurodiputados no pueden formalmente proponer normativas, pero tienen la capacidad bloquear la acción de la Comisión.
La agenda legislativa estuvo marcada en los últimos años por cuatro puntos principales: la defensa, la política agrícola, la cuestión de la inmigración, y la transición ecológica. En todos estos puntos la irrupción de un contingente numeroso de europarlamentarios de extrema derecha podría cambiar la dinámica de las discusiones. La bien conocida ventana de Overton.
Esto ya comenzó a operar en la legislatura saliente con el polémico Pacto Europeo sobre la Inmigración y el Asilo aprobado recientemente, a instancias del PPE y de la derecha radical de Giorgia Meloni, que implica un endurecimiento de la política migratoria. Estas medidas, instrumentalizadas por el centro y la centro derecha, ilustran la capacidad de la ultraderecha para marcar el eje del debate.
El Pacto Verde Europeo aprobado en 2020 podría convertirse en otro ejemplo revelador. En 2019 los Verdes fueron la sorpresa de las elecciones, cosechando resultados históricos en países como Francia y Alemania. Si bien en número total de diputados quedaron cuartos, la victoria simbólica (propulsada notablemente por el voto joven) permitió que muchas de sus propuestas se colaran en la agenda parlamentaria y fueran priorizadas por la Comisión Europea.
Dado que los partidos ecologistas se cuentan entre los grandes perdedores de los comicios de este domingo y que el momentum parece estar del lado de los partidos más críticos de la agenda verde, hay quienes comienzan a cuestionarse si la Unión Europa seguirá avanzando con la misma velocidad y determinación en la cuestión climática y medioambiental.
Otro punto para observar en la nueva legislatura será la Defensa, tema central desde la invasión de Rusia a Ucrania en 2022. Los partidos pro-europeos, que promueven la profundización de una política de defensa común, debaten un sinnúmero de medidas: desde el fortalecimiento de la industria armamentística, hasta la creación de una fuerza defensiva europea. De momento, muy poco se ha materializado más allá del apoyo unánime a Ucrania.
La extrema derecha mantiene una posición soberanista contraria a mayor integración defensiva, pero la cuestión de la guerra divide: Identidad y Democracia, liderado por Marine Le Pen es menos enfático en el apoyo a Ucrania y se mantiene ambiguo frente a la OTAN. En cambio, los conservadores referenciados en Giorgia Meloni son principalmente atlantistas y esgrimen menos reservas a la hora de apoyar la causa ucraniana.
En ese sentido, ¿cómo se avanza hacia una autonomía estratégica de Europa en el actual contexto geopolítico? ¿Qué va a pasar con la defensa continental si, el próximo noviembre, Donald Trump es elegido presidente de Estados Unidos? ¿Cómo podría Europa, en soledad, sostener a Ucrania frente a Putin? Son algunas de las cuestiones que ya picaban en Bruselas, pero que adquieren relevan una particular ansiedad a la luz de los comicios de ayer.
A estas incógnitas se le suma una adicional, tal vez menos debatida, pero particularmente importante desde el punto de vista de la gestión: el presupuesto. La Unión Europea funciona dentro un Marco Financiero Plurianual de siete años consensuado entre los miembros y el actual vence en 2027. Es decir, que el próximo acuerdo deberá ser aprobado por este nuevo Parlamento.
Resta ver cuál será el peso de los nuevos alineamientos políticos en el futuro financiero de la UE.
La reconfiguración política de Europa
En muchos países, las elecciones europeas suelen ser utilizadas por la ciudadanía como forma de voto premio o castigo al gobierno nacional. Es importante, entonces, leer estos resultados no solo en clave de la política comunitaria.
En Alemania, el Partido Socialdemócrata (PSD) del canciller Olaf Scholz acaba de recibir un fuerte revés electoral, quedando por debajo de la centroderecha de la CDU y en un virtual empate con la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD), que ha logrado captar más de un 14% de los votos a pesar de todas las polémicas en torno al partido y su eurocandidato principal Maximilian Krah en las últimas semanas.
Hace rato que en Berlín la coalición de gobierno está en jaque y no sería impensable una anticipación de las elecciones luego de la pausa estival. Donde ya se anunciaron elecciones legislativas adelantadas a raíz de los resultados europeos es en Francia, el otro gran espejo de la Unión Europea.
Los dos principales partidos de ultraderecha, el Rassemblement National (RN) de los Le Pen y Reconquête de Eric Zemmour, cosecharon esta vez cerca de 40% frente a un magro 14,5% del macronista Renaissance, y muchos ya comienzan a hacerse a la idea de que Marine Le Pen llegue, en su cuarto intento, al Eliseo en 2027.
Frente a este batacazo, que disparó el domingo por la noche la crisis política en el Gobierno francés, el presidente Emmanuel Macron parece haber decidido acelerar los tiempos llamando a elecciones para la Asamblea Nacional los próximos 30 de junio y 7 de julio. En el campo de la ultraderecha gala se entusiasman con la idea de nombrar a un primer ministro propio en una virtual cohabitación a partir del verano (¿Marine Le Pen o su delfín Jordan Bardella?), mientras que las distintas fuerzas de izquierda (verdes, socialistas, comunistas y melenchonistas) negocian a partir de ahora la reedición de la unión de 2022. Barajar y dar de nuevo.
Desde que la crisis de la deuda europea, allá por 2009, inauguró la erosión el sistema de partidos tradicionales que regía la política europea desde fines de la Segunda Guerra Mundial, los dirigentes de la ultraderecha han venido avanzado posiciones consistentemente en el debate público y estas elecciones ya no los encuentran con la etiqueta de parias antisistema. La norma de los últimos años ha sido la rehabilitación de la derecha extrema por una parte de la centroderecha tradicional. Hoy fuerzas de ultraderecha participan en gobiernos de coalición en países como Italia, Suecia, Chequia, Hungría y próximamente en los Países Bajos y, tal vez, en Austria. También han sabido estar al frente de Polonia.
Los puntos comunes de todos estos movimientos, que han logrado penetrar principalmente en las clases populares y en los jóvenes, son conocidos: un discurso nacionalista y anti-inmigración en óptica civilizacional, el rechazo al establishment político (convenientemente no al económico), y la cruzada cultural contra los derechos femeninos y LGBT+.
Además, en muchos casos, estos partidos tienen vínculos históricos directos con estructuras y procesos totalitarios. Tal es el caso de Fratelli d’Italia, escisión del fascista Movimiento Social Italiano, y del Rassemblement National (ex Front National) francés fundado originalmente Pierre Bousquet, un ex agente de las SS, y dirigido durante décadas por un antisemita confeso como Jean-Marie Le Pen. En España, VOX reivindica abiertamente al franquismo y al integrismo católico.
La fragmentación de la representación política y la (re)emergencia de estos grupos no solo están corriendo el eje del debate público, sino que también están transformando la praxis política de sociedades que se habían acostumbrado a una cierta convivencia democrática y a niveles de confrontación bajo. Muestra de ello es que esta campaña ha sido la más intensa y violenta en muchísimo tiempo. Por ejemplo, VOX y sus organizaciones satélites agitan desde hace meses una campaña de desinformación constante contra el gobierno de Pedro Sánchez.
En Alemania, donde la AfD disimula cada vez menos su discurso xenofóbico y filonazi, el eurodiputado del Partido socialdemócrata Matthias Ecke fue brutalmente atacado a principios de mayo mientras instalaba unos carteles de campaña, y a fines del mismo mes un militante anti musulmán fue acuchillado junto a otras 5 personas mientras daba un discurso en la ciudad de Mannheim.
También en mayo, el primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico, fue apuñalado en un evento público. Mientras que, en Francia, el antisemitismo se hizo presente en la campaña con insultos y agresiones en redes sociales a candidatos de origen judío, como el eurodiputado Raphaël Glucksmann o la socialista Emma Rafowicz. Incluso en la apacible Dinamarca la primera ministra, Mette Frederiksen, decidió suspender la campaña el pasado viernes tras haber sido golpeada en la vía pública.
No hay evidencia de que exista coordinación en estos hechos, pero dan muestra de un clima de época febril e inestable, y de un dialogo político cada vez más mediado por la desinformación, la provocación, la descalificación y la violencia. Es, en definitiva, el idioma en el que habla el extremismo. La avanzada de la ultraderecha ha sido contenida en los países donde la elite política ha decido, al menos de momento, engrosar el llamado cordón sanitario. Tal es el caso de España, donde la unión de las izquierdas ha permitido romper la dinámica de Vox. En Francia y en Italia, los socialdemócratas sueñan, aún en desventaja, con dirigir procesos similares.
De momento, los resultados de las elecciones europeas revelan una vez más que el continente está en plena reconfiguración política, y esto debe interpelar a las fuerzas democráticas que han trabajado en la construcción de la posguerra. Como le gusta decir a los encuestadores, lo del domingo fue solo una foto. La foto de una Europa que debe convivir con las sombras de un pasado doloroso, la agobia de un presente repleto de complejidades, y las ansiedades de un futuro incierto.
El desafío es que estas fuerzas democráticas asuman la responsabilidad de encontrar una fórmula en el Parlamento y las instituciones europeas que permita reencauzar las demandas legítimas de la ciudadanía y desarticular la dinámica de las ultraderechas. Y sería deseable que no pase simplemente por un cordón sanitario cortoplacista y desesperado, sino por la regeneración de un horizonte de propuestas, prácticas y liderazgos que invite a vigorizar el proyecto europeo y la calidad de la democracia. De no ser así, la foto puede transformarse en película, o en serie. Primer episodio: 7 de julio, elecciones legislativas francesas.