La guerra en Ucrania se ha convertido en una pieza clave en la pugna entre modelos y partidos políticos que atraviesa hoy a Estados Unidos y Europa. El emergente más claro se vislumbra en los actuales procesos electorales estadounidense y francés. Distanciarse de la rusofobia oficialista parecen ser tanto para el republicano Donald Trump como para la ultraderechista Marine Le Pen un activo que los diferencia y que podría llevarlos al triunfo.
El pasado 14 de junio, el expresidente y otra vez candidato para presidir la Casa Blanca arrojó una bomba en forma de promesa: “Si gano en los comicios de noviembre, voy a detener la guerra en Ucrania. La detendré rápidamente, antes de llegar al Salón Oval (el 20 de enero de 2025)”, aseguró Trump.
Ese mismo viernes que, como se verá más adelante, no era un día cualquiera. El presidente ruso, Vladimir Putin, presentó un nuevo plan de paz “no para congelar el conflicto, sino ponerle fin”. Las principales condiciones del Kremlin fueron cinco:
- Reconocimiento de Crimea, Sebastopol, las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, las provincias de Zaporozhie y Jerson como entidades constituyentes de la Federación Rusa.
- Retirada de las tropas ucranianas de esos territorios.
- Renuncia oficial de Ucrania a su adhesión a la OTAN.
- Cancelación de todas las sanciones occidentales contra Rusia.
- Neutralidad, no alineación, desmilitarización, desnazificación y desnuclearización de Ucrania.
“Rusia está dispuesta a sentarse a la mesa de negociaciones incluso mañana. Sin demora declararemos el cese del fuego”, aseguró Putin. “Si Occidente y Kiev rechazan de nuevo la propuesta de paz rusa, el derramamiento de sangre será responsabilidad suya”, agregó.
Obviamente, ni Putin ni Trump eligieron aquel día por casualidad. Ese viernes estaba en plena marcha la reunión del G7 en Italia (había comenzado el jueves 13) con el objetivo explícito de blanquear una mayor “ayuda” a Ucrania. En esa reunión, las siete potencias decidieron darle a Kiev un dinero que no era de ellas: le prestarán 50.000 millones de dólares provenientes de los depósitos rusos congelados (a través de las sanciones) que se encuentran, mayormente, en bancos europeos. Con ese dinero se dilatará algunos meses más (¿quizás hasta después de los resultados electorales en EE.UU.?) la derrota ucraniana.
Otro acontecimiento importante que estaba en la mira de Putin y Trump a la hora de hacer sus declaraciones fue la “Cumbre por la Paz en Ucrania”, realizada el sábado 15, en el exclusivísimo complejo hotelero de Bürgenstock (Suiza), paraíso elegido por estrellas glamorosas como Sophia Loren. Más que la paz, el objetivo de esa cumbre fue aumentar el respaldo a Kiev y el repudio a Moscú, por parte de la “comunidad internacional”, sobre todo la del Sur Global.
Que no fue una reunión de paz quedó en evidencia por, al menos, dos decisiones: 1) no invitar a una de las partes beligerantes: Rusia y 2) Sólo debatir el plan del ucraniano Vlodomir Zelensky, ninguneando otras siete opciones de peso como la de Sudáfrica (que cuenta con el apoyo de varios países africanos) o como el proyecto chino-brasileño, además de las propuestas impulsadas por Indonesia, el Vaticano o Arabia Saudita.
El resultado del encuentro fue malo: estuvieron en Suiza apenas 92 de los 160 Estados y organizaciones invitados; hubo ausencias muy significativas como la de China y la declaración final no fue firmada por países de creciente peso geopolítico como Brasil, México, India, Arabia Saudita y Sudáfrica, entre otros. Sí firmaron Chile y Argentina. Uno de los puntos del texto final -“respetar la integridad territorial”- es central para nuestro país ya que es uno de los pilares que sostiene que las Islas Malvinas son argentinas.
La sumisión a los poderosos
Es probable que la firma del documento de Suiza por parte del gobierno de Javier Milei tenga más que ver con su sumisión a los poderosos que con la defensa de la soberanía nacional. Desde que asumió en diciembre pasado, el presidente ha puesto en riesgo la seguridad de todos los argentinos al desconocer la tradición de neutralidad y no injerencia en asuntos de otros países de nuestra política exterior.
La historia pacifista del pueblo argentino permite afirmar que Milei no fue votado para llevar al país a enfrentamientos con potencia militares del calibre de Rusia. Sin embargo, un día antes de la reunión del G7 en Italia, sin cumplir con lo dictado por la Constitución Argentina, el ministro de Defensa de Milei se reunió con el “Grupo de contacto Ramstein” y acordó –a espaldas de la ciudadanía y sin autorización del Congreso- el envío de, por lo menos, cinco aviones Super Etendard a Ucrania.
El Grupo de Contacto Ramstein, creado por la Casa Blanca para suministrar todo tipo de asistencia militar a Kiev, carece de legalidad internacional y no es reconocido por ninguna de las entidades –como la Organización de Naciones Unidas- que conforman la arquitectura legal del planeta y acuerdan las reglas de juego que rigen entre los países. Este grupo fue pergeñado hace dos años por EE.UU. para ampliar en forma encubierta a la OTAN y sumar al conflicto europeo, a países de Asia Pacífico, Africa y América latina. El ingreso de un país a este grupo no es por votación sino por decisión unilateral del Pentágono. Lo conforman 52 países entre ellos aliados históricos de EEUU como Australia, Nueva Zelanda, Japón, Corea del Sur, Túnez y Kenia.
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Ramstein es una ciudad alemana donde las Fuerzas Armadas estadounidenses tienen una de sus más poderosas bases de operaciones. Según consta en los documentos del Pentágono, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. estableció, en Alemania, 287 de las más de mil bases militares que tiene esparcidas por el mundo. El gobierno alemán no tiene autoridad sobre esos espacios. Como se ve (y aunque no se difunde) se trata de un país ocupado. La base militar de Ramstein, por ejemplo, fue utilizada para vuelos de la CIA en sus operaciones encubiertas luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001. El grupo a favor de Ucrania lleva ese nombre porque se conformó en abril del 2022 en la mencionada base.
El ingreso de Argentina a ese grupo provocó la reacción del Kremlin. El embajador ruso en Buenos Aires, Dmitry Feoktistov, advirtió al gobierno de Milei: “Moscú espera que Argentina no interfiera. Transmitimos firmemente que esos pasos tendrán un carácter hostil”. La traducción de la palabra “hostil” es conocida: Argentina puede ser considerada un objetivo militar.
Ucrania divide a Europa
La grieta que enfrenta a los europeos por la adhesión o el rechazo a las estrategias de la OTAN en relación a Rusia y a Ucrania es cada vez más profunda. En Francia (como en EEUU), han pasado a ser, incluso, parte de la propuesta electoral.
En pleno desarrollo de la mencionada “Cumbre por la paz” en Suiza, Marine Le Pen, principal opositora y referente de la ultraderecha francesa, se mostró moderadamente en contra de la corriente y cuestionó que no se hubiera invitado a Rusia a la reunión. “¿Creen realmente que podemos negociar la paz sin hablar con uno de los beligerantes? Quienes creen eso son más una pose que una realidad”, disparó.
Desmarcándose de la rusofobia europea y proponiendo una política diametralmente opuesta a la del actual presidente francés Emmanuel Macron, Le Pen sugirió “hablar con Rusia” para que 1) Ucrania pueda tener una salida digna a una guerra que “evidentemente no puede ganar”; 2) Francia puede desempeñar un papel para “el rápido retorno a una paz duradera” y 3) poner fin también a “la guerra energética que ha sido devastadora para nuestras economías”, es decir, volver a comprar gas ruso. Es conocida la buena sintonía entre Le Pen y Putin. No obstante a medida que crecen las chances de triunfo de su partido, Reagrupación Nacional, Le Pen ha moderado su discurso.
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Jordan Bardella (28), presidente del partido lepenista y candidato a ser primer ministro de Francia si la ultraderecha gana en las legislativas del 30 de junio y 7 de julio, también se mostró reacio a fogonear la guerra. “Si asumo como primer ministro no tengo intención de entregar misiles de largo alcance o armas que pueda permitir a Ucrania atacar territorio ruso, algo que podrían conllevar a una escalada del conflicto en Europa oriental”, aseguró a la prensa. ¿Quieren los europeos –como se rumorea– que se reimplante la conscripción militar obligatoria? ¿Quieren que se expanda la guerra y que sus hijos tengan que luchar en el frente?
Sin dudas, las promesas del jovencísimo candidato Bardella tienen tufillo electoralista. Su fin es oponerse al presidente Macron, quien ha estado haciendo alarde (ante el espanto de sus socios europeos) de querer enviar tropas a Ucrania.
Está claro que los nuevos escenarios políticos que se produzcan en las próximas semanas y meses en Francia y EE.UU. van a acelerar los cambios que ya están en marcha en la guerra europea. Esas transformaciones y sus consecuencias se sentirán también en América latina. Es muy urgente, por lo tanto, que Argentina se sume al resto de Latinoamérica y retome su tradición pacifista, de neutralidad y no injerencia en asuntos de otros países.