El pasado jueves 2 de mayo se realizaron elecciones municipales en Inglaterra y Gales que determinaron los nuevos alcaldes y consejeros locales para los próximos cuatro años. Los Partidos Conservador y Laborista se midieron en una elección que funciona como la antesala de las próximas elecciones generales, que el primer ministro Rishi Sunak está obligado a convocar en la segunda mitad de este año y que, muy probablemente, se realicen durante el próximo mes de octubre.
Esta elección, de una importancia media para un país con un sistema unitario de gobierno, determinó un quiebre en el dominio de más de 14 años del Partido Conservador, y han dejado tambaleando al gobierno del Primer Ministro Sunak. Su resultado fue tan malo, que los “Tories” cayeron al tercer lugar en relación a su despliegue territorial.
El Partido Liberaldemócrata, situado como la histórica tercera o cuarta formación política británica, siempre lejos de los desempeños electorales de los dos grandes partidos, se terminó posicionando como la segunda con más concejales electos en estas elecciones subnacionales parciales. Los Laboristas se hicieron con unos 1.069 concejalías y 49 ayuntamientos, el Liberaldemócrata con 519 concejalías y 12 ayuntamientos, los Conservadores con 498 concejalías y 6 ayuntamientos, mientras el emergente Partido Verde habría obtenido 159 concejalías, y otras formaciones políticas obtuvieron 284.
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"Seguiremos trabajando tan duro como siempre para llevar la lucha a los laboristas y ofrecer un futuro mejor a nuestro país", ha prometido Sunak, el Primer Ministro de ascendencia india, intentando validar un liderazgo que tambalea ante los ojos de su propia dirigencia partidaria. La ex Ministra de Interior Suella Braverman culpó de esta derrota a la actual administración de Downing Street, y pidió la destitución de Sunak como líder del partido, afirmando que “el agujero del que tienen que salir los conservadores británicos es del primer ministro, y ya es hora de que empiece a palear”.
La reaparición electoral del Partido Laborista
Después de que en las elecciones nacionales de 2015, Jeremy Corbyn, un histórico miembro de la Cámara de los Comunes por el Partido Laborista y con un origen sindical, conocido por su austeridad y su rebeldía izquierdista, intentó empujar un giro profundo en la programática laborista, anclado en la matriz ideológica del social-liberalismo de Tony Blair y su “tercera vía”. Tras su victoria en las internas partidarias, el Partido Laborista vivió un acercamiento con la juventud. Tras la elección de Corbyn como su Secretario General, solo en 24 horas el Partido Laborista consiguió 15.000 nuevos afiliados.
El giro hacia una izquierda democrática duró poco. Corbyn, reconocido en Argentina por estar públicamente dispuesto a dialogar sobre la soberanía de Malvinas, no pudo conducir al Laborismo en el mar de divisiones internas que generó la votación del Brexit en junio de 2016. En las elecciones de 2019, el viejo Partido con raíces en el movimiento obrero del siglo XIX obtuvo su peor desempeño electoral desde 1935.
Tras su dimisión, el Partido Laborista casi eliminó todo vestigio de su conducción izquierdista, y el nuevo Secretario General, Keir Starmer, se propuso virar el rumbo hacia un programa más moderado, muy similar al sostenido por el Partido Demócrata de Joe Biden en los EEUU. Pese a que su liderazgo no despierta simpatías, la situación económica del país catapultó a los laboristas nuevamente al centro de la escena.
El programa de tinte globalista de Starmer, centrado en el cambio climático, en un feminismo de corte liberal, en el relativo respeto a los derechos migrantes, y en un re-entendimiento económico con la Unión Europea (UE), no explican esta rápida reaparición electoral del Partido Laborista. De hecho, la ausencia de grandes definiciones y hasta el silencio político fueron los elementos que marcaron su campaña.
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El nudo central de lo que acontence es la situación económica de las y los británicos de a pie. La debacle económica se puso a la luz pública con los yerros sistemáticos de Liz Truss, la Primera Ministra libertaria que duró 45 días en el cargo. El plan anarcocapitalista de Truss ocasionó un derrumbe de la libra esterlina y de los títulos de la deuda pública, contrajo la capacidad de endeudarse de un país con una exorbitante deuda externa (de más de un billón de dólares y de 44,4 mil euros por habitante), ahondó la balanza comercial negativa del país tras la salida de la UE, y descapitalizó los fondos previsionales, tras una salida de estos de inversiones que se empezaron a considerar ruinosas.
En síntesis, bajo el influjo programático neoconservador, con el Brexit y la experiencia libertaria de Liz Truss incluidos, la economía británica ingresó en un debacle económico que Rishi Sunak -un hombre de las finanzas con pasado en el Goldman Sachs- no pudo, supo o quiso torcer. Ésta es la situación que llevó a los Laboristas a una posición de predominio en las encuestas nacionales de opinión.
El Partido Laborista, bajo la dirección globalista de Keir Starmer, un ex-fiscal que prestó servicios durante gobiernos de distinto signo político, pudo capitalizar en política las dificultades de sus rivales. Con Starmer, el Partido Laborista retorno a la senda ideológica de la Sociedad Fabiana. Bajo su dirección, el laborismo abandonó cualquier pretensión de pelea con los factores de poder de la sociedad británica. Según James Stafford, “el partido se reformuló como una fuerza en favor de la estabilidad: buscó la anuencia para gobernar de los mismos sectores de la seguridad, los medios y los negocios que el antecesor de Starmer, Jeremy Corbyn, había tratado de desafiar”, al punto de que en la última convención anual partidaria, celebrada en octubre del año pasado, “hubo gran presencia de auspiciantes corporativos, no sólo atraídos por la creciente receptividad de los laboristas frente al lobby empresarial sino también por su percibida cercanía al poder”.
En su vocación por sostener el beneplácito de los factores de poder, Starmer requirió a la bancada laborista que votaran en contra de una moción para exigir el cese del fuego en Gaza. Eso llevó a un tercio de sus parlamentarios a rebelarse. “Resulta que no son solo los seguidores acérrimos de Corbyn quienes se conmueven ante las bajas palestinas, se preocupan por las repercusiones negativas entre los numerosos votantes musulmanes del laborismo o dudan de las probabilidades de que una guerra librada en estos términos y por este gobierno israelí redunde en beneficio del Estado”, afirma Stafford.
Sadiq Khan, la figura laborista
Detrás del liderazgo centrista de Stramer, pareciera emerger la potencia electoral de Sadiq Khan, el Alcalde de la Ciudad de Londres, electo por tercera vez. Hijo de inmigrantes paquistaníes y musulmanes insertos en la clase obrera británica, obtuvo su reelección con más de un millón de votos, frente a los 800 mil de la candidata conservadora Susan Hall. Khan, ex presidente de la Sociedad Fabiana, el histórico think tank asociado al Partido Laborista, en su discurso por el triunfo electoral en Londres se anotó en la carrera para llegar a Downing Street. El Alcalde reelecto sentenció que el Laborismo está “preparado para gobernar otra vez en Reino Unido”, y, mientras pedía a Rishi Sunak la convocatoria a elecciones generales, afirmó que “nuestros días más brillantes están por delante”.
En 2016, Khan se convirtió en el primer musulmán en gobernar una ciudad importatne de todo “occidente”. Con su reelección en este año, se anotó el récord de ser el primer Alcalde de Londres en ser electo en tres oportunidades. Un factor determinante en su triunfo está dado por el carácter cosmopolita de la capital del viejo Imperio Británico. En ella, un 44% de sus habitantes pertenecen a una de las múltiples “minorías” migrantes. Aún con la cultura conservadora británica y occidental rasgándose las vestiduras, las “minorías” ya son una mayoría en la capital de su país.
El gobierno de Rishi Sunak en el banquillo
Desde las elecciones del pasado 2 de mayo, Rishi Sunak está tratando de evitar su debacle política. Múltiples actores económicos y políticos -incluso dentro de su Partido- están reclamando su dimisión o, en su defecto, en exigir que su convocatoria a elecciones generales sean realizadas lo antes posible. El pasado miércoles 8 de mayo fue acusado de liderar un gobierno “caótico” por Natalie Elphicke, una legisladora de su Partido que desertó y se pasó al Laborismo. “Bajo Rishi Sunak, los conservadores se han convertido en sinónimo de incompetencia y división”, afirmó Elphicke antes de sacarse una foto con Keir Starmer (Apnews, 8/05/2024).
Los sondeos de cara a esas elecciones, que determinarán la conformación de un nuevo gobierno, sitúan al Partido Laborista con un 41% de los votos, mientras los Conservadores apenas llegan a un 21%. Al mismo tiempo, un 16% del electorado estaría dispuesto a apoyar al Partido Reforma UK, partido euroescéptico y antiinmigrantes, liderado por viejos dirigentes del Partido UKIP, la organización política que más promovió la salida británica de la Unión Europea.
Jacob Rees-Mogg, un importante parlamentario de derecha y ex Secretario de Negocios del Reino Unido, insistió en que unir a la derecha británica era la “única oportunidad de los conservadores de escalar esta montaña electoral”. Según Rees-Mogg, el Partido Conservador debería “ofrecer la selección de candidatos a los miembros de alto rango del Partido Reformista”, incluido su presidente honorario Nigel Farage, y sus líderes Richard Tice y Ben Habib.
Según un artículo del Financial Times, “el parlamentario conservador señaló que, en 2010, su partido había estado dispuesto a formar una coalición con los demócratas liberales que 'no eran nuestras almas gemelas', mientras que, por el contrario, 'la mayoría de los miembros del Reforma UK no están a un millón de millas de distancia de la mayoría de los conservadores', tanto de los votantes como miembros políticos” (FT, 14/05/2024).
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La jugada del gobierno tory, para perpetuar sus ya 14 años en el poder, es intentar trazar una batalla argumentativa simple, presentando al Partido Conservador como reductores de impuestos y al Partido Laborista como si tuvieran la intención de aumentar los impuestos. Jeremy Hunt, el Canciller de Hacienda -equivalente a un Ministro de Finanzas-, anunció que “habrá más recortes de impuestos en otoño después de que la economía haya 'doblado una esquina', y criticó a Keir Starmer por prometer 'maternidad y pastel de manzana'”. Al mismo tiempo, Hunt reconoció que las familias británicas habían sido “golpeadas por los impactos globales de una pandemia y una crisis energética causada por la guerra en Ucrania” (The Guardian, 17/05/2024).
Éste es el marco de la disputa política británica. La misma opera al interior del bloque de poder angloamericano, y su resultado será, sin dudas, un factor a tener en cuenta en la estructuración de las correlaciones de fuerzas de la geopolítica mundial. A su vez, un eventual gobierno laborista en Downing Street sería, sin dudas, un espaldarazo a la continuidad, demócrata y globalista, de Joe Biden en la Casa Blanca.