(Por enviado especial).- La República Turca del Norte de Chipre, el tercio norte de la isla mediterránea que desde 1974 se mantiene bajo ocupación turca del otro lado de la denominada "línea verde" que divide al archipiélago, ofrece desde el primer momento una serie de fuertes contrastes con la parte Sur.
Un primer control de pasaportes al final de la peatonal Ledras aparece casi camuflado en el paisaje de la capital chipriota Nicosia. Son apenas tres las personas que hacen fila para cruzar al lado Norte cuando el enviado de Télam se acerca pasado el mediodía local.
Desde fines de noviembre, con los casos de coronavirus en aumento en toda Europa, las autoridades locales redoblaron los requisitos para cruzar: además de la vacuna, se necesita ahora un PCR negativo. Una farmacia cercana ofrece el servicio a solo cinco euros (un tercio de lo que cuesta, por ejemplo, en Italia), y a los diez minutos el resultado está listo.
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Identificación, vacuna y PCR. Reunidos los tres requisitos, son solo dos personas las que un rato después pasan primero el control migratorio en el lado Sur. Se entra ahí en la "línea verde", de unos 40 metros de amplitud, a través de los que un pergolado de madera hecho "con contribución del Ministerio de Turismo y Ambiente" turcochipriota ofrece de guía natural a quienes cruzan la frontera.
Al final del pasillo, un segundo control, de las autoridades turcochipriotas, controla la documentación mientras en el aire se escuchan cánticos de oración en árabe.
Los cánticos no son casuales: en la primera cuadra del lado Norte, una mezquita, una de las tantas que según denuncian en el Sur reemplazó a las Iglesias cristianas que había antes de la ocupación, dispone sus parlantes hacia la frontera, como en señal de resistencia activa.
Una resistencia que se mezcla con deseo de pertenecer en el relato de algunos turcochipriotas que acceden a contar su sentimiento. Desde un bar de la zona, cuentan cómo, en una población de cerca de 220 mil personas, la mitad solo tiene el pasaporte turcochipriota. Casi una cárcel burocrática, desde que su nación solo es reconocida por Ankara, según lamentan.
Así, tienen dos opciones: quedarse en un territorio en el que mantienen una rivalidad enorme con sus vecinos a causa de una disputa histórica heredada, o mudarse a Turquía, en donde consideran que el régimen del presidente Recep Erdogan tampoco es un lugar en el que echar raíces.
La presencia del Estado es alta, y funciona como aliciente para buscar compensar la poca perspectiva de atravesar sus fronteras. En torno a 75.000 turcochipriotas tienen un ingreso del Estado, lo que en la práctica asegura una entrada de dinero a casi todas las familias de la República.
Ya probaron la posibilidad de borrar la frontera de la "línea verde" y unir toda la isla bajo una misma República, perteneciente a la Unión Europea, junto a sus 1.2 millones de vecinos del Sur. Pero el referéndum 2004 mostró tanto apoyo a la reunificación en el empobrecido Norte como rechazo en el enriquecido Sur.
El volumen de las economías, así como su nivel de informalidad, son contrapuestos. De hecho, en los 40 metros que separan un puesto fronterizo del otro, se ven varios carteles amenazando con sanciones a quien cruce "bienes pirateados".
Aún lamentándose por no poder ver al Papa de cerca, coinciden con el Pontífice en la necesidad de un "diálogo", como el que existía hasta 2017, para poder avanzar en un acuerdo entre Nicosia y Ankara que dé una salida a los habitantes de la República Turca del Norte, la "otra Chipre", a metros de donde viajó Francisco.
Con información de Télam