Pedro Castillo menguó de forma notoria sus intervenciones públicas en los días previos a su asunción como Jefe de Estado en el Perú. Su unción presenta sesgos históricos. Quizás, eso influya en su cautela. En principio, será el presidente del bicentenario, ya que su llegada a la Casa de Pizarro coincide con el significativo aniversario de un país que supo ser aliado de Argentina en circunstancias extraordinarias como la Guerra de Malvinas. Pero, principalmente, como señala el periodista Carlos Bedoya en dialogo con El Destape, la entronización del maestro rural del departamento de Cajamarca implica “una tremenda derrota del fujimorismo, se trata de una derrota de magnitud para la derecha peruana. Castillo expresa un cambio de modelo político, la asunción de otra clase política, rural y campesina".
La extensa comitiva argentina encabezada por el presidente Alberto Fernández y el Canciller Felipe Solá harán visible la voluntad política de la Casa Rosada de incluir a Castillo en el eje progresista latinoamericano. En definitiva, el mandatario argentino, que junto a la Vicepresidenta Cristina Kirchner fueron los primeros dirigentes de relieve del Cono Sur en reconocer públicamente el triunfo de Castillo cuando Keiko Fujimori acusaba fraude, intentará sumar a Perú al por ahora minoritario pero ascendente concierto de gobiernos integracionistas, hilado por las administraciones de Argentina, México y Bolivia.
"Castillo expresa un cambio de modelo político, la asunción de otra clase política, rural y campesina".
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Alberto Fernández manifestó en la elección su adhesión a la otra gran figura del campo progresista peruano, la académica Verónika Mendoza, quién finalmente no llegó a protagonizar el ballotage. Sin embargo, la plataforma de Mendoza -en contraposición a Castillo, de contornos más urbanos, ambientalistas y feministas - estará representada en el gabinete de Castillo con Anahí Durand, que se dirigirá el ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables.
En el resto del gabinete, que será oficializado tras un acto de asunción pensado en dos instancias para dar lugar a una ceremonia que será protagonizada por los pueblos originarios, predominarán “voceros técnicos”, de esa manera Castillo buscó dar tranquilidad a los mercados y diferenciarse de Vladimir Cerrón, líder de Perú Libre, el sello partidario que cobijó al maestro de Cajamarca en la campaña, un dirigente que se reivindica como “marxista leninista”.
La supuesta tensión entre Castillo y Cerrón para definir el gabinete y el rumbo del nuevo gobierno concita la atención de los grandes medios de comunicación. Incluso, un matutino de perfil progresista como el diario La República lo responsabiliza de haber permitido que un conjunto de partidos de derecha asumiera la presidencia del Congreso el último lunes. “El ala radical de Perú Libre provoca el fracaso de cualquier negociación del nuevo Gobierno. Provoca desazón evaluar cómo pudo la principal fuerza política en el Congreso perder la posibilidad de participar o, incluso, liderar una lista multipartidaria para la Mesa Directiva (del Parlamento)”, se lamentó ayer el citado medio en su editorial.
“El pueblo es el gobierno. Esta lucha no puede ser traicionada”
Con la presidencia del Legislativo en manos de la oposición, un dato político medular porque el Congreso peruano cuenta con la facultad y la experiencia necesaria para activar con celeridad la vacancia presidencial, más el rencor manifiesto de las élites económicas locales, que dieron su apoyo sin cortapisas a Keiko Fujimori para evidenciar su profundo malestar con Castillo, el entrante presidente peruano quizás active un proceso constituyente con el propósito de refundar el orden legal del país en un solo acto, una medida redencionista ya ejecutada en la región cuando Rafael Correa en Ecuador, o Evo Morales en Bolivia, decidieron dar un giro copernicano apenas asumieron al frente del Ejecutivo.
“El flamante jefe de Estado le ha hecho saber a las personas que forman parte de su círculo de confianza que, durante su discurso inaugural en el hemiciclo parlamentario, solicitará, de saque, modificar la Constitución Política a través de una Asamblea Constituyente. La propuesta no es anticonstitucional, pero significará el retorno a la confrontación envenenada que la derecha espera aprovechar”, adelantó 24 horas atrás el experimentado periodista César Hildebrandt en la portada del semanario que dirige.
Cauto en sus promesas programáticas, con un escaso patrimonio de votos propios en la elección, y de recorrido político en un terruño alejado del centro gravitacional del país, la asunción de Castillo presenta rasgos políticos notoriamente similares con lo sucedido aquí en el 2003. Por lo pronto, Castillo habla poco, pero cuando lo hace, comienza a delinear un norte emancipatorio. “El pueblo es el gobierno. Esta lucha no puede ser traicionada”, prometió el último viernes parapetado en un balcón con miras a la céntrica y limeña Plaza San Martín, en lo que constituyó su última aparición pública.