Hace cuatro años que no se reunía la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) por las profundas diferencias que existían entre varios países, principalmente respecto de la situación interna en Venezuela. Muchos gobiernos continuaron reconociendo la presidencia de Nicolás Maduro mientras que otros apostaron por Juan Guaidó, que contaba con el apoyo de Estados Unidos, aunque no controlaba un ápice del territorio venezolano. La disputa está saldada. En la cumbre de la CELAC estuvo Maduro y no hubo ningún tipo de representación de Guaidó, mal que le pese a quienes creyeron en su fantasía de liberación épica en febrero de 2019 desde la frontera colombiana.
La disputa política en América Latina se expresa con claridad en los últimos años cuando se observan los avances y retrocesos de la integración regional. Si los gobiernos progresistas se sienten fuertes impulsan mecanismos de integración; por el contrario, cuando los gobiernos de derecha se fortalecen se acercan a los Estados Unidos y dejan de lado, congelan o incluso destruyen los organismos regionales, como sucedió con la UNASUR.
La reactivación de la CELAC en México el 17 de septiembre está marcada por tres hechos. Primero, el actual debilitamiento de la corriente de derecha y la automarginación de Jair Bolsonaro. Segundo, la intensa gestión diplomática del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Tercero, el renovado planteo de algunos gobiernos de reemplazar a la OEA por un organismo latinoamericano y caribeño sin la presencia de los Estados Unidos. Después de duros enfrentamientos, marginaciones y expulsiones en varios organismos regionales, en la Cumbre primó el clima de unidad que ni siquiera se vio eclipsado por los discursos de los presidentes Mario Abdo Benítez de Paraguay y Luis Lacalle Pou de Uruguay que criticaron a los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Es más, estoicamente se mantuvieron en sus lugares cuando les respondieron los gobiernos aludidos, comprendiendo que hoy prima un clima de trabajo en conjunto por sobre los intentos de ruptura. Tampoco se conmovió la Cumbre por las ásperas declaraciones del gobierno de Nicaragua que acusó al argentino de asociarse con los Estados Unidos en su contra y por ello justificó que se opondría a que la Argentina asumiera la presidencia pro témpore de la CELAC. De todas maneras, esto no se concretó, entre otros motivos, por la ausencia del presidente argentino Alberto Fernández, inmerso en una crisis política por el resultado negativo de las Primarias del 12 de septiembre.
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Todos los países reconocieron que la pandemia los había afectado y que quedó al desnudo la falta de reacción mancomunada. Al decir del presidente de Guyana, Irfaan Ali, América Latina fue “víctima del nacionalismo de las vacunas” porque cada país negoció por su lado. La Unión Europea y la Unión Africana tardaron años en consolidarse y es utópico pensar que la CELAC lo logrará muy rápido con las diferencias ideológicas existentes y las presiones desde la Casa Blanca que empuja en sentido contrario.
Las Cumbres suelen emitir documentos con buenas intenciones para luchar contra la pobreza y ésta no fue la excepción. Sin embargo, hubo dos hechos novedosos para destacar. Por un lado, la firma del acuerdo constitutivo para la Agencia Latinoamericana y del Caribe del Espacio (ALCE), fundamental para avanzar con proyectos tecnológicos propios en el ámbito espacial. Por el otro, el planteo del primer ministro de San Vicente y las Granadinas, Ralph Gonsalves, de avanzar en lo que definió “la unidad de dos civilizaciones: la caribeña y la latinoamericana”. Amén del debate que pudiera existir sobre el concepto de “dos civilizaciones”, está claro que la idea es la convergencia de la América continental con el Caribe. Hoy se comprende que el origen de colonizaciones tan diversas no debe representar un escollo, sino más bien todo lo contrario: la integración regional puede y debe enriquecerse de la pluralidad histórica, cultural y lingüística.
La regularidad de las presidencias rotativas para seguir consolidando la CELAC y la disputa por su fortalecimiento frente a la OEA son tareas mayúsculas. En México se retomó un largo y sinuoso camino. Largo, pero con un horizonte a la vista.