Desde el año 2009 la política de Honduras gira alrededor de la crisis provocada por el derrocamiento del presidente Manuel Zelaya. La elección de este 28 de noviembre puede cerrar un ciclo si triunfa la fuerza progresista encabezada por Xiomara Castro, la compañera de Zelaya, o puede dejarlo abierto por tiempo indefinido.
Zelaya asumió la presidencia en enero de 2006 de la mano del partido liberal y sin el apoyo de las históricas fuerzas de izquierda. Este hombre, que provenía de un sector de la oligarquía tradicional, decidió impulsar reformas progresistas para favorecer a los sectores más postergados en un país con altísimos niveles de pobreza. Sus pares no se lo perdonaron y en junio de 2009 lo derrocaron. Si bien intervino el ejército cuando se lo llevó en pijamas de su casa y lo trasladó a Costa Rica, fue el parlamento el que fraguó una supuesta renuncia y su destitución.
En Honduras se inauguró el ciclo latinoamericano del llamado “lawfare” para derrocar un presidente progresista, diferente de los golpes de Estado “tradicionales” del siglo XX donde las fuerzas armadas tomaban el poder y cerraban el parlamento provocando una ruptura institucional.
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En este caso, las fuerzas armadas no tomaron el poder. Además, no hubo ruptura institucional ya que asumió la presidencia Roberto Micheletti, presidente del Congreso, como marca la constitución, y se mantuvo inalterable el cronograma de la elección presidencial de noviembre de 2009. Porfirio Lobo, del histórico y poderoso Partido Nacional, triunfó con holgura mientras Zelaya, que había regresado al país el 21 de septiembre, se hallaba refugiado en la embajada de Brasil y su movimiento impedido de participar.
En las elecciones de 2013 la candidata de las fuerzas progresistas en su conjunto, que ya abrazaban a Zelaya, fue Xiomara Castro, que lideró en las calles la resistencia a los golpistas de 2009. El nuevo movimiento de Zelaya -LIBRE- se fue organizando a pesar de la represión y pudo presentarse a las elecciones de 2013 pero fue derrotado por Juan Orlando Hernández, del mismo partido de Lobo, y entre denuncias de fraude.
En 2017 Hernández venció por escaso margen a Salvador Nasralla de la “Alianza de Oposición Contra la Dictadura” después de modificar gran parte del andamiaje institucional a su favor. Es así que removió magistrados y fiscales para que una Corte Suprema adicta le permitiera presentarse nuevamente como candidato aunque la constitución lo prohibía. Como si esto fuera poco, estuvo envuelto en numerosos escándalos de corrupción y narcotráfico, que también involucraron a su hermano, hoy condenado a prisión perpetua en Estados Unidos por tráfico de drogas. En un país donde no hay balotaje la diferencia de 50 mil votos a favor de Hernández por sobre Nasralla fue seriamente cuestionada, incluso por la propia OEA que denunció irregularidades y pidió convocar a nuevas elecciones. Estados Unidos fue clave por su apoyo a Hernández para evitar la repetición de unas elecciones que hubieran llevado al poder a una coalición de fuerzas progresistas.
Ahora nuevamente ronda el fantasma del fraude para evitar un triunfo de Xiomara Castro que ha logrado sumar todo el arco progresista y aparece liderando las encuestas por amplio margen.
Si Castro triunfa Honduras será noticia para los grandes cadenas de medios internacionales y comenzará la demonización de su gobierno desde el primer día, vinculándola con Cuba y Venezuela.
Si triunfa Nasry Asfura, el candidato del Partido Nacional, lo más probable es que tenga el apoyo de los Estados Unidos y Honduras desaparezca de las noticias a pesar de sus altísimos niveles de pobreza, responsabilidad de los partidos tradicionales que gobiernan hace décadas.