Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, el conflicto bélico entre Rusia y la OTAN con epicentro en Ucrania, es la continuación de la disputa por la imposición y conformación de un nuevo orden mundial, marcando una disrupción en la hegemonía mundial, que se sintetiza en una contienda entre EE.UU y China, pero en lo profundo son mucho más que Estados-Nación.
En este 2022, la guerra marcó un punto de inflexión entre dos mundos, uno que no termina de morir y otro que no termina de nacer. Tomó escala cuando Vladimir Putin, presidente de Rusia, en respuesta a la incorporación de Ucrania a la OTAN, decidió avanzar con sus tropas sobre el territorio del Donbás, un territorio ubicado al este de Ucrania con la mayoría de su población rusoparlante. La provocación constante por parte de Kiev, con el beneplácito de Biden y la OTAN, provocó que la Federación de Rusia acudiera a su Doctrina de Defensa Nacional establecida en 1993, la cual contempla “operaciones militares especiales” para protección de minorías rusas en países fronterizos.
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Los hechos tuvieron varias dimensiones, desde los ataques armados en territorio ucraniano, sabotajes energéticos, operaciones psicológicas y hasta sanciones financieras y económicas hacia Rusia por parte de EE.UU y Europa. Lo que se presenta como un tránsito hacia un momento estratégico-militar en la lucha interimperialista, que aparece como guerra convencional, pero de fondo es una guerra multidimensional.
La escalada del conflicto, de mínima, fortaleció las previsiones de recesión económica global, y juega a favor de la idea de que la Casa Blanca está apostando por desindustrializar la Unión Europea como un mecanismo de recapitalización en su disputa de fondo, es decir, con China.
Sin ir más lejos, el 21 de diciembre pasado, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, arribó a Estados Unidos en su primera visita desde iniciada la guerra con Rusia, donde el Presidente de EE.UU, Joe Biden, anunció un nuevo paquete de ayuda a 1,85 mil millones de dólares en equipos y municiones y una batería de misiles Patriot que, según explicó, fortalecerá la defensa aérea de Ucrania.
Zelenski expresó en su cuenta de Twitter: “Agradezco al presidente Joe Biden, por la cálida bienvenida y agradezco profundamente todo el apoyo de los Estados Unidos y el pueblo estadounidense. Estoy seguro de que juntos podremos asegurar un futuro mejor, próspero y libre para nuestras dos naciones. La victoria de Ucrania también será la victoria de Estados Unidos”.
En contrapartida, el Presidente ruso firmó el martes pasado un decreto por medio del cual prohibió la exportación de petróleo a los países que adhieran a la fijación de un precio máximo sobre el producto. Medida que aplica a los países del G7. Lo que deja claro que el escenario, al menos en lo inmediato, seguirá siendo de confrontación y guerra por todos los medios.
La importancia del control de Ucrania reside en varios factores: su posición geoestratégica, como salida al Mar Negro; la presencia de recursos naturales centrales; el paso de gasoductos y oleoductos de gran envergadura, la sangre del viejo capitalismo industrial, así como la presencia del 90 % de las reservas del suministro de neón en grado semiconductor, la sangre nueva del capitalismo digital, del cual depende Estados Unidos en su lucha intercapitalista con el proyecto financiero y tecnológico asentado en Pekín.
Actualmente, se prevé que este año la economía ucraniana se contraerá un 35%, pese a que la actividad económica está marcada por la destrucción de la capacidad productiva, los daños a las tierras agrícolas y la reducción de la oferta de mano de obra, ya que, según las estimaciones, más de 14 millones de personas han sido desplazadas.
Según el Banco Mundial, la actividad económica seguirá profundamente deprimida durante el próximo año, y se espera un crecimiento mínimo del 0,3 % en 2023, en un contexto en el que las crisis de los precios de la energía siguen afectando a todo el globo.
El escenario imperante es de una franca inestabilidad del sistema social de producción en el 99% de los países del globo, con crecimientos reducidos, pujas distributivas persistentes, distribución e intercambios de bienes y servicios al menos desordenados, con grandes desplazamientos de la fuerza de trabajo que se traduce en masivas migraciones e inestabilidad social.
Como expresión de la guerra multidimensional, adquiere particular importancia la violencia ejercida por grupos paramilitares neofascistas, del ultranacionalismo ucraniano (que el propio presidente Zelenski personifica), sobre los habitantes de la región histórica y cultural del Donbass ubicado en el este del país, habitado mayoritariamente por rusoparlantes. Esa violencia sistemática desencadenó una guerra civil, un conflicto armado de “baja” intensidad, a la que hicieron vista gorda desde Kiev y que ya cuenta más de 15 mil muertos en ocho años.
Otro ejemplo de la guerra multidimensional es la advertencia por parte de Ucrania sobre un desastre nuclear en Europa central, ya que el gobierno, ordenó desconectar la central nuclear de Zaporizie a razón de un ataque ruso sobre instalaciones accesorias, lo interesante es que dicha central y la ciudad aledaña se encuentran en control ruso desde abril, este curioso dato que la prensa occidental no menciona es un ejemplo de lo que se denomina guerra cognitiva donde se enfrenta la manipulación de los medios corporativos y lo que realmente ocurre en el territorio para posicionar de un lado o del otro del conflicto a la ciudadanía.
Ucrania, se convirtió así, en un escenario más de la disputa intercapitalista por el control de los tiempos sociales de producción de las cadenas globales de valor. La disrupción de la digitalización, virtualización e informatización de la vida de la sociedad global vinieron para quedarse. Lo que nos lleva a interpretar que el capitalismo no murió, y que solo está en un proceso de franca metamorfosis.