Aunque fue minimizado por los medios occidentales (adictos en su mayoría a Estados Unidos), se conoció hace diez días una noticia aterradora: el Pentágono ha instalado, en varios países del mundo, laboratorios secretos con capacidad de construir armas biológicas que no sólo podrían arrasar con cosechas y ganados sino también aniquilar a grandes grupos humanos.
Los documentos hallados por el Ejército ruso en Ucrania son contundentes (pueden verse en el sitio de Sputnik). Estos escritos certifican la existencia de laboratorios en las ciudades ucranianas de Poltava y Járkov. También se verifica en ellos que el 24 de febrero, cuando el presidente Vladimir Putin lanzó su “operación militar especial”, los empleados de estos biolaboratorios recibieron la orden de destruir en forma urgente los “patógenos especialmente peligrosos de la peste, ántrax, tularemia, cólera y otras enfermedades mortales (…) Eso se hizo para evitar que se descubrieran las violaciones a la Convención para la Prohibición de Armas Bacteriológicas y Toxínicas (CABT) por parte de Ucrania y EEUU”, acusó la Cancillería rusa.
El analista argentino Eduardo J. Vior comprobó además que estos documentos están firmados por el Ministerio de Sanidad de Ucrania cuyo titular Viktor Liashko, ha trabajado siempre para la USAID (Agencia estadounidense de Ayuda para el Desarrollo) y participado en diversos programas para el combate de epidemias y enfermedades contagiosas.
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Las pruebas fueron tan contundentes que Estados Unidos, en boca de la subsecretaria de Estado Victoria Nuland, admitió de inmediato la existencia de “una red de más de 30 instalaciones de investigaciones biológicas en Ucrania”. Nuland es tristemente célebre por su papel protagónico durante los disturbios de 2014 en Kiev. A pesar de ser una diplomática, actuó públicamente en la insurrección que terminó con el derrocamiento del presidente ucraniano Víktor Yanukovich cuando faltaban apenas tres meses para unas elecciones presidenciales en las que Yanukovich no podía presentarse a reelección. Desde entonces las elecciones en Ucrania fueron proscriptivas (no se podían presentar candidatos los candidatos críticos de Occidente).
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Basta mirar los antecedentes históricos de Pentágono para sospechar que hay altas probabilidades de que esas armas biológicas sean usadas contra Rusia o contra cualquier país que moleste.
¿Acaso no descargaron dos bombas atómicas sobre Japón? ¿Acaso no experimentaron en su propio país? En septiembre de 1950, la Bahía de San Francisco, en California, fue “rociada” con las bacterias Serratia marcescens y Bacillus globigii para determinar cuán vulnerable era esa ciudad del Pacífico. La operación se llamó “Sea Spray”. Hubo un muerto. En 1977, el presidente Richard Nixon reconoció ante el Senado que el Pentágono había realizado este ensayo y más de 200 similares sin avisar a las autoridades sanitarias ni a la población.
En el resto del mundo, el record de los ataques criminales norteamericanos con armas biológicas lo tiene Cuba. (Esta última frase me recuerda el ofensivo enfoque que el diario El País de España le dio a la noticia sobre los 638 intentos que hubo para matar a Fidel Castro: “El líder cubano está en el libro 'Guinness' por haber sufrido centenares de intentos de asesinato”, frivolizó la publicación). Según el gobierno cubano, hasta diciembre del año 2000 han gastado “2.158 millones de dólares, con sumas adicionales cada uno de los años en el orden de los 59 millones de dólares para enfrentar las agresiones biológicas”.
La conocida Operación Mangosta, nombre en clave de las maniobras encubiertas de la CIA en Cuba tras el fracaso de la invasión a Bahía de los Cochinos, tenía varios objetivos: la guerra económica, la de propaganda, provocar insurrecciones y revueltas, sabotajes y ataques biológicos. Según documentos desclasificados por Estados Unidos, uno de los planes era “incapacitar a los trabajadores azucareros cubanos durante la zafra mediante el empleo de medios químicos bélicos”. Así la isla sufrió la fiebre porcina africana, el moho azul en el cultivo de tabaco y la roya en la caña de azúcar, entre muchas otras plagas. Hubo varios ataques también contra humanos. En 1981, una repentina epidemia de dengue hemorrágico afectó a 350.000 cubanos y mató a 158, la mayoría niños.
Ahora, en flagrante violación de acuerdos internacionales (CABT) se sabe que el Pentágono tiene una cadena de laboratorios en Ucrania. Al conocerse las denuncias que el Ministerio de Defensa de Rusia hizo el pasado 6 de marzo, la Cancillería china reaccionó. El vocero Zhao Lijian dijo que esto era apenas “la punta del iceberg” y denunció que el Pentágono "controla 336 laboratorios biológicos en una treintena de países con el pretexto de cooperación para reducir los riesgos de bioseguridad y potenciar la salud pública global".
Con el coronavirus como telón de fondo y la sospecha de que cerca de China también podría haber laboratorios de bioarmas, Zhao demandó: "Pedimos una vez más a Estados Unidos que aclare por completo sus actividades de militarización biológica dentro y fuera del país".
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Según los documentos presentados por Rusia, uno de los ensayos que se realizaban en los laboratorios ucranianos (el proyecto UP-4) estudiaba la posibilidad de usar a las aves que migran de Ucrania a Rusia para propagar enfermedades peligrosas como la gripe aviar H5N1, cuya letalidad alcanza el 50 por ciento en los humanos. Los experimentos se habrían financiados, según las pruebas encontradas, por la agencia militar estadounidense DTRA (Defense Threat Reduction Agency) que se ocupa de armas de destrucción masiva y una organización conocida como Eco Health Alliance, con sede en Nueva York, que recibió casi cuatro millones de dólares entre 2014 y 2019 para recoger muestras del coronavirus de murciélago en China.
Estados Unidos niega todas las acusaciones, aunque rechaza inspecciones internacionales. No obstante, Rusia solicitó al Consejo de Seguridad de la ONU tratar “las actividades militares biológicas de Estados Unidos en el territorio de Ucrania”. El viernes pasado, o el 11 de marzo, el organismo concluyó que no hay evidencias suficientes.
El capítulo sobre la guerra bacteriológica no está cerrado. La preocupación de que los peores instintos humanos salgan a la luz está aún en el horizonte.