Francia: la deriva presidencialista

La caída del gobierno del primer ministro Michel Barnier por la moción de censura revela la necesidad de un cambio constitucional profundo.

07 de diciembre, 2024 | 17.37

La crisis política e institucional desatada en Francia por la caída del gobierno constituido hace apenas tres meses es una muestra de la necesidad de remplazar la constitución de la Va República instaurada por el general Charles de Gaulle en 1958. El Parlamento no puede ser disuelto antes de julio del 2025 por lo tanto la composición de la Asamblea Nacional seguirá siendo la misma cuando en los próximos días Macron nombre al nuevo Primer ministro. Francia vive un presidencialismo crepuscular que está llevando al país a una situación inédita de la que es difícil vislumbrar una salida.

Emmanuel Macron, elegido en 2017 y luego en 2022 gracias al voto anti Le Pen de una gran parte de los electores de izquierda, decide en solitario el 9 de junio la disolución del Parlamento con el riesgo asumido de llevar al poder a la extrema derecha. Gracias a la unión de la izquierda representada por el Nuevo Frente Popular (NFP) se pudo evitar lo peor. De hecho, Macron nunca había imaginado que el NFP pudiera resultar vencedor en las elecciones legislativas. Por ello, se encontró en un callejón sin salida, obligado a encontrar subterfugios para impedir que esta coalición gobierne y decida derogar sus principales reformas neoliberales: un sistema fiscal que favorece a las grandes empresas y a los más ricos, y una reforma injusta de las pensiones rechazada por la inmensa mayoría de la población.

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En una reciente entrevista del portal francés Mediapart, el sociólogo Marc Joly, autor de un libro dedicado a la personalidad de Macron titulado “El pensamiento perverso en el poder” sostiene:

“Nunca sabremos exactamente por qué disolvió la Asamblea Nacional. ¿Acaso lo sabe él mismo?  Quizá intentaba eludir la responsabilidad del fracaso de su política de oferta en todos los frentes: industrialización ficticia, reducción artificial del desempleo, despilfarro de fondos públicos mediante subvenciones y exenciones fiscales sin destinatarios concretos que fueron captadas por los grandes grupos, explosión del déficit y de la deuda, etcétera. Y es precisamente porque está en la negación -negación de su falibilidad, negación de su impostura- por lo que estimuló constantemente a sus tropas que le complicquen la tarea a Michel Barnier, rechazando cualquier medida de justicia fiscal o cualquier cuestionamiento a las reducciones de las cotizaciones patronales”.

A la pregunta de si Macron podría nombrar alguien del NFP responde: 

Para Macron, nombrar hoy a alguien del NFP a Matignon equivaldría reconocer que ha hecho perder casi cinco meses de tiempo al país, y que la serie de argumentos que esgrimió para no hacer lo que dictaba la lógica – nombrar a Lucie Castets propuesta por el NFP, la coalición con la mayor cantidad de diputados-, no eran más que pobres pretextos y tácticas dilatorias bastante burdas”.

Es sobre todo impensable porque las tres primeras medidas del NFP serían: anular la reforma de las pensiones, aumentar el salario mínimo e imponer un impuesto a las grandes fortunas, lo que para Macron es inaceptable. 

En los pasillos se especula sobre la posibilidad de nombrar primer ministro al centrista François Bayrou, del MODEM, aliado a Macron en lo que se denomina el “bloque central” junto al ex primer ministro Edouard Philippe, del partido derechista Horizons. Marc Joly responde:
“En mi libro cito el testimonio exclusivo del historiador Patrick Weil quien habló con Bayrou por teléfono unos días antes de que este último se uniera a Macron el 22 de febrero de 2017. Las palabras del alcalde de Pau no presagiaban tal acercamiento: «Sé que es un narcisista perverso », dijo. Sin embargo ambos comparten la misma visión simplista, megalómana y egocéntrica del «sistema político» francés y del cargo presidencial. También comparten la misma retórica, sobre todo en lo que se refiere al mito de la «soberanía europea».

Marc Joly sostiene que “Macron es incapaz de imaginar el fin de su poder y, que en el fondo sigue preguntándose cómo ejercer un tercer mandato consecutivo (no previsto en la Constitución), o cómo puede preparar su regreso en 2032. Es su obsesión. Esto va más allá de la dificultad habitual que tienen las personas para ceder el poder. Porque va de la mano de una profunda incapacidad para formar parte de la historia, de una tradición, para forjar vínculos con el pasado y con los demás, si no es en forma teatral, de conmemoraciones con gran pompa”. 

Un ejemplo claro fue la implicación del presidente francés en los Juegos Olímpicos y para-olímpicos en julio y agosto de este año. Y sobre todo en sus intentos de capitalizar la reconstrucción de la catedral de Notre Dame que después del incendio en abril del 2019 y gracias al esfuerzo de miles de trabajadores y artesanos se inaugura hoy 7 de diciembre con la presencia de más de 40 dirigentes mundiales, entre ellos Donald Trump y una ausencia importante: la del Papa Francisco que visitará la isla de Córcega el 15 de diciembre.

El lunes 9 de diciembre Macron seguirá recibiendo a los partidos políticos entre ellos a los ecologistas y al Partido Comunista. La Francia Insumisa que propone la destitución del presidente, decidió no asistir. Ayer viernes, antes de entrar a reunirse con Macron, Olivier Faure, el primer secretario del Partido Socialista, en ruptura con el programa del NFP, se declaró dispuesto a dialogar con los macronistas, e incluso con la derecha, sobre la base de «concesiones recíprocas». También dijo estar dispuesto a hacer «compromisos en todos los temas», incluida la derogación de la reforma de las pensiones. El líder del PS habló de una «congelación» de la reforma, en lugar de una derogación inmediata, y la necesidad de organizar «una conferencia de financiación», aclarando que “no apoyaremos ningún gobierno de derecha”. Declaraciones que motivaron el enojo del resto de los partidos del NFP, especialmente de Jean-Luc Mélenchon de LFI.

Marine Le Pen y su partido apoyaron finalmente la moción de censura de la izquierda a pesar de las concesiones de Barnier. Especulan con la dimisión de Macron y el llamado a elecciones presidenciales anticipadas antes del 31 de marzo del 2025, fecha fatídica para Le Pen, que podría quedar inhabilitada por cinco años a ejercer cargos públicos si es condenada por malversación de fondos a la UE.

A pesar de la caída del gobierno, las huelgas y manifestaciones se suceden en todo el país. A la cólera de los agricultores contra la posible firma del acuerdo UE-Mercosur, bloqueando rutas y desfilando por varias ciudades con tractores, el jueves 5 se sumaron los estatales en huelga que se movilizaron en toda Francia reclamando mejoras salariales. El miércoles 11 está prevista una huelga de ferroviarios, el 12 la CGT llama a movilizarse con ocupación de fabricas contra los miles de despidos y varios sindicatos docentes llaman a sumarse al movimiento en defensa de la educación pública.

En lugar de atacar a los diputados que han ejercido su derecho democrático a censurar al gobierno, Macron haría mejor en reconocer sus errores. En lugar de aferrarse a su postura autocrática, se honraría en crear un comité representativo de fuerzas políticas que trabaje con especialistas y representantes de la sociedad civil para proponer una nueva Constitución, democrática y parlamentarista, como en la mayoría de los países europeos. Pero eso no ocurrirá.

Es esencial entonces que la democratización del sistema político, su parlamentarización efectiva, se convierta en un objetivo político compartido por el conjunto de la izquierda. Debatirlo ahora sería una forma de ganar la atención de los trabajadores y del conjunto de la sociedad civil, un capital decisivo en la lucha contra la extrema derecha y contra el presidencialismo jupiteriano de Macron.