El día después. Las encuestas volvieron a fallar, pero no por tanto. Joe Biden aventajó en millones de votos a Donald Trump pero tendrá que sufrir unas horas más antes de que la matemática del Colegio Electoral confirme su triunfo, por un margen pequeño, quizás uno exiguo. Pero es posible que no sea ese el final de esta historia. Tal como había avisado que iba a hacer, el republicano denunció un supuesto fraude en el voto por correo y dijo que acudirá a la Corte Suprema para pelear por la elección. Si su intento progresa, el desenlace podría estirarse días o semanas. En las calles se vive una tensa calma. Las urnas dieron su veredicto pero en Estados Unidos eso no alcanza. Biden ganó la elección pero todavía no sabemos quién será el próximo presidente.
Fue la elección más concurrida de la historia moderna, a tal punto que no solamente Biden pulverizó el récord de votos obtenidos por Barack Obama en 2008 sino que seguramente Trump también llegue a superar esa marca. La afluencia de nuevos votantes no modificó la polarización extrema de los últimos años, aunque Trump consiguió un apoyo significativo entre los hispanos, que le valieron retener el sur, y Biden recuperó votos de los suburbios que hace cuatro años le habían dado la espalda a Hillary Clinton. Eso se verá reflejado en el mapa final, muy similar al de 2016 con una diferencia que cambia todo: esta vez el Partido Demócrata supo revertir su desventaja en los estados del Cinturón de Óxido (Michigan, Wisconsin y casi seguro también Pennsylvania) que sellaron el triunfo republicano hace cuatro años.
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Las demoras en el recuento de cien millones de votos por correo van a estirar la definición en algunos distritos clave, pero el veredicto, por la tarde del miércoles, era unánime. A pesar de que Trump superó las expectativas y tuvo, durante algunas horas, la ilusión de un triunfo, el “espejismo rojo” del que advertían los analistas de datos antes de la elección, el escrutinio de los sufragios anticipados volcó la balanza en favor de Biden en una “ola azul” que se procesó más tarde a causa de las trabas que impusieron los republicanos en las legislaciones locales para evitar que los votos anticipados se contaran antes del día de la elección. El efecto de una elección que cambió de sentido en la mitad de la madrugada (como reflejaron, también, las casas de apuestas) no fue más que una ilusión estadística.
Por supuesto que eso no fue obstáculo para que Donald Trump diera una conferencia de prensa a las dos y media de la mañana denunciando fraude y declarándose ganador de la elección. Después de varias horas de silencio, reapareció al mediodía a través de su cuenta de tuiter, sin que le importara el cartel que la red social adosa a cada uno de sus posteos aclarando que “todo o parte del contenido está en discusión y puede resultar engañoso respecto de una elección u otro proceso cívico”. El Presidente está cerca de cumplir su primer objetivo: pasar las primeras 24 horas desde la elección sin conceder una derrota y echando dudas sobre el resultado final. El tiempo y la confusión juegan para él. Cuanto más normal se desarrollen las cosas, más probable es que deje la Casa Blanca el 20 de enero.
Los equipos de abogados de ambos partidos ya están desplegados en los distritos en disputa para dar la batalla por cada voto. El mapa del laberinto legal que comenzará esta tarde es difícil de imaginar por anticipado, aunque el mandatario decidió llevarlo hasta la Corte Suprema, donde existe una mayoría de seis jueces conservadores. A esta altura parece inevitable que el asunto se dirima en una sentencia y no contando boletas. Las chances de éxito y cuán lejos puede llegar Trump en este arrojo depende en gran parte de hasta dónde lo acompañe el establishment republicano. Hasta ahora, cada vez que jugó al fleje, sus legisladores terminaron acompañándolo, sea para desestimar un juicio político o aprobar el pliego de una jueza de la Corte en tiempo récord poco antes de las elecciones.
Independientemente del final del culebrón kafkiano que definirá al próximo presidente, el recuento de votos dejó algunos apuntes más. En primer lugar, las encuestas y los análisis previos también fallaron en predecir la composición del Congreso. En el Senado, los republicanos se encaminan a mantener su mayoría, o a lo sumo resignar una banca. En la cámara de Representantes también habrá un equilibrio similar al actual, con mayor peso del bloque demócrata. Eso significa que cualquiera de los dos candidatos a presidente, en caso de ganar, deberán lidiar con un parlamento que tiene el potencial de bloquear muchas de las iniciativas que salgan de la Casa Blanca. En un contexto de altísima polarización y descrédito de las herramientas electorales, será un escenario complejo y novedoso.
Por último, cualquier análisis que deje de lado el hecho de que la mitad de la población norteamericana apoya, por acción u omisión, a una figura como Trump, después de cuatro años de mandato, con una pandemia que causó hasta ahora un cuarto de millón de muertos y en medio de la peor recesión en un siglo, carece de todo valor. Resulta claro a esta altura que el Presidente norteamericano es una luz naranja que alerta sobre un fenómeno político y social que es más grande que él, que no terminamos de comprender y que tiene, a fin de cuentas, un alcance equivalente al de los movimientos identitarios que por izquierda también buscan renegociar los límites del castigado pacto de convivencia de occidente en el siglo XXI. Es una bomba de tiempo que puede explotar tan pronto como esta misma noche.