¿Por qué vino la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, la general “cuatro estrellas” Laura Jane Richardson, a la Argentina? Existe una explicación en términos geopolíticos y se vincula directamente con la razón de existir de este brazo militar con el que la Casa Blanca busca influir sobre la región: el afán de recuperar un territorio que una vez fue “propio” y ahora evalúa en disputa, en medio de la reconfiguración global que aceleraron la pandemia y el desafío belicista de Moscú. Si bien Rusia ha monopolizado la atención pública de la Casa Blanca desde febrero, en lo que refiere a Latinoamérica, el descenso a estas latitudes de la máxima autoridad militar para la región expone no solo que la competencia con China, el verdadero rival geopolítico, sigue allí latente, sino que la Argentina es uno de esos terrenos claves para dirimirla.
“Mi preocupación con respecto a China y la región es el acceso y la presencia que tienen y han podido conseguir, en parte, debido a la pandemia de COVID-19 y los retrocesos económicos que esta ha implicado para la región”, expresó la propia Richardson el último 24 de marzo en su exposición frente al Comité de Servicios Armados del Senado, un mes antes de viajar hacia nuestro país y seguir luego rumbo a Chile. “El 8% de la población mundial se encuentra en esta zona, sufrieron el 33% de las muertes por COVID del mundo. Por lo tanto, han tenido un momento difícil con eso. La economía se ha contraído 8%, hundiendo al 22%de la población en la pobreza”, añadió.
Acorde a la primera militar en liderar el Comando Sur, el auténtico “competidor estratégico a largo plazo” es Beijing, que se expande en Latinoamérica como lo hizo en antes en África, de forma “depredadora y egoísta”. “Extiende su influencia económica, diplomática, tecnológica, informativa y militar en América Latina y el Caribe y desafía la influencia de EE.UU. en todos estos dominios”, detalló unas semanas antes de la primera frase, el 8 de marzo, esta vez en el comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes, el equivalente a nuestra Cámara de Diputados.
Acorde a Richardson, China juega fuerte, con financiamiento a una escala muy superior a la que ofrecen las agencias de cooperación estadounidenses como USAID, señaladas en lugares como Bolivia por disimular tareas de espionaje bajo la cobertura de ayuda humanitaria. “Mi ‘palanca’ es el Cuerpo de Ingenieros y sus proyectos. Pero en términos del Departamento de Defensa, son solo unos 250 millones de dólares durante un período de cinco años. Si miro lo que la República Popular China está invirtiendo en esta zona durante un período de cinco años, de 2017 a 2021, son 72 mil millones de dólares. Está fuera de serie”, previno la general.
En aquella primera sesión en el Capitolio, Richardson mencionó una serie de proyectos “preocupantes” cerca del Canal de Panamá y el Estrecho de Magallanes. Puntualmente, de siete obras de infraestructura que citó, tres se geolocalizaban en la Argentina: “la planta de energía nuclear en Argentina, 7,9 mil millones de dólares”; la “represa energética en Argentina, 4 mil millones de dólares” y “el ferrocarril de carga en Argentina, 3 mil millones de dólares”, dentro de una región “rica en recursos” en la que “los chinos no van allí a invertir. Van allí a extraer”.
La pandemia acrecentó la inquietud de Washington tras el cambio de la administración en 2021, a sabiendas de cómo la diplomacia sanitaria de China —y Rusia— se había abierto paso en Latinoamérica mientras los ojos de la gestión Trump apenas alcanzaban a ver hasta Venezuela. Entienden que el desembarco de la Iniciativa BRI en esta parte del mundo —la plataforma de La Ruta y La Franja o La Nueva Ruta de la Seda, con la que China busca interconectar al mundo a su proyecto de expansión geopolítica a través de inversiones millonarias y comercio— es seductora en tiempos de crisis para países en vías de desarrollo o de renta media como la Argentina. Y el ascenso de Beijing solo puede darse a costa del declive de los Estados Unidos.
Argentina y Ecuador firmaron su ingreso al BRI en febrero último, casi un mes antes del primer paso de Richardson por el Congreso, en marzo, cuando los presidentes Alberto Fernández y Guillermo Lasso coincidieron en China durante los Juegos de Invierno que la Casa Blanca quiso boicotear en el plano diplomático, porque sus atletas compitieron igual y con apoyo estatal. El gobierno del Frente de Todos lo formalizó el 11 de abril con la publicación del memorándum de entendimiento en el Boletín Oficial.
“Cuando estas 28 democracias afines en esta región están tratando de cumplir con su gente, es difícil. Y cuando China tiene la iniciativa de La Franja y La Ruta, 21 de los 31 países de esta región (ya) se han inscrito y son signatarios”, remarcó Richardson en el Senado el mes pasado. Y concluyó: “No necesito superar a mis competidores ni gastar más que ellos para superarlos. Pero tenemos que estar presentes y tenemos que estar allí con ellos”.
Agenda de intereses
Si bien es el primer viaje de Richardson a Buenos Aires en los casi siete meses que lleva al frente del Comando Sur, no es la primera vez que un funcionario de su nivel baja hasta el fin del mundo, incluso en el gobierno del Frente de Todos. Tampoco es la primera gira de Richardson al sur de la frontera mexicana, donde inicia el área de influencia del brazo del Pentágono. A fines de 2021, la general ya había pasado por Colombia, primer aliado estratégico de EE.UU. en América del Sur, y Brasil, la potencia continental, aunque no comulguen con Jair Bolsonaro. No es casualidad que ambos países tengan por delante, entre mayo y octubre próximos, sendas elecciones presidenciales en las que podrían ganar fuerzas políticas con una mirada mucho más crítica sobre la conducta de la Casa Blanca, si bien esto difícilmente derive en un quiebre.
En febrero, Richardson voló hasta Honduras, poco después de la asunción de Xiomara Castro, para reunirse directamente con ella, otra mujer, como ella, que rompió un techo de cristal para alcanzar ese lugar. Castro mantiene un buen vínculo con Cristina Fernández de Kirchner desde que la actual vicepresidenta intervino en su favor en junio de 2009 cuando ella y su esposo, el entonces presidente José Manuel “Mel” Zelaya, habían sido desalojados del poder por un golpe de Estado.
La principal urgencia de Richardson era que el giro político en Honduras, tras una década conservadora plagada de corrupción y lazos narcopolíticos, no fuera capitalizado por China, que ya había avanzado varios casilleros en Centroamérica, ganando posiciones en Guatemala y El Salvador, dos de los vértices de lo que EE.UU. denomina en clave de seguridad el Triángulo Norte. También China logró que la Nicaragua de los Ortega finalmente renuncie a reconocer diplomáticamente a Taiwán, tomando partido por Beijing en su histórica disputa territorial. Honduras resistía, en ese paisaje, como un eslabón suelto de la cadena.
“Su propuesta de ‘refundación nacional’ no se basa en discursos antimperialistas ni antiempresariales. Castro tampoco se declara seguidora de modelos de gobierno considerados de izquierda radical y se alejó de sus declaraciones en favor de Venezuela y asumió el del ‘socialismo democrático’. En este sentido, tanto Estados Unidos como los banqueros y los grupos económicos oligárquicos no sienten una gran incomodidad frente a su gobierno”, escribió el sociólogo Eugenio Sosa, de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), en su artículo “¿Por qué Estados Unidos se acercó a la Honduras de Xiomara Castro?”. Richardson comprometió financiamiento para el plano de la defensa y la seguridad.
¿Pero qué sucede en la Argentina? Aunque en los últimos tiempos se acercaron posiciones en el campo de la cooperación defensiva con Rusia, Francia y otros países, en términos militares, nuestro país todavía mantiene el mayor número de “comisiones” (programas de capacitación, intercambios y entrenamientos) en el área de Defensa con los EE.UU. Un total de 22 instancias de vinculación bilateral, 15 acuerdos, cinco mecanismos, un convenio de organismos científicos tecnológicos de la Defensa y un convenio de la Universidad de la Defensa, consignó el parte oficial del Ministerio de Defensa local tras la cita de Richardson con su titular, Jorge Taiana.
Los diálogos también abarcaron desde temas de logística, como la próxima escala de la fragata ARA Libertad, del 8 al 12 de julio en el puerto de Baltimore—en el marco de su tradicional viaje de instrucción—, hasta intercambios sobre la Directiva de Política de Defensa Nacional (DPDN) que la Argentina presentó el año pasado —se enfatizó en su carácter “defensivo, cooperativo y autónomo”— frente a work in progress de la versión estadounidense.
Sin embargo, también se abordaron otros temas más complejos, en torno al proceso de modernización y equipamiento de las Fuerzas Armadas nacionales en donde empiezan a calar los intereses cruzados de las potencias. Y aunque fuentes del Gobierno niegan que se haya nombrado explícitamente a China, la alusión al competidor estratégico está siempre allí, latente. Es el área en la que le toca incidir al Comando Sur, aunque la “amenaza china” permanece en el radar de cada una de las oficinas de Washington que piensa los nexos con la región y se ocupan de transmitirla a través de canales diplomáticos y políticos en general.
Para el gobierno del Frente de Todos, el desarrollo de la industria de la defensa es una de las apuestas estratégicas a través de la ejecución del Fondo Nacional de la Defensa (FONDEF) que pretende integrar modernización con desarrollo local mediante joint ventures que garanticen la transferencia de tecnología. Sin Presupuesto para este año, desde Jefatura de Gabinete ya se había incrementado en más de un 30 por ciento los recursos correspondientes. Este capítulo es uno que Defensa aborda con sus interlocutores, sea con Rusia, Francia o Brasil, desde la gestión de Agustín Rossi hasta la actual.
También con Washington, explicaron desde el área militar a El Destape, de donde provienen gran parte de los repuestos y mantenimiento de los aviones A4, Texan, Hércules, Pampa y hasta el último Boeing 737 que recibió el ministerio, en abril del año pasado. Las doce unidades del Beechcraft TC-12B Huron compradas para ampliar la capacidad logística de la Fuerza Aérea y la Armada comparten, igualmente, el mismo origen.
Pese a ello, hay un obstáculo que persiste en los planes de reequipamiento de la industria militar local: el veto británico, desde 1982, a toda compra que incluya algún elemento de ese origen. En 2020, eso significó cancelar la adquisición de los cazas ligeros surcoreanos FA-50 con los que se planeaba reemplazar a los viejos Mirage porque Londres vetó su venta a la Argentina. El tema se esbozó en las conversaciones con Richardson.
“Si hay un socio estratégico con capacidad de incidir sobre Londres, ese es Estados Unidos. Por eso se planteó la necesidad de que el Reino Unido cese con las restricciones que impone en relación a los embargos y vetos de equipamiento militar impuestos desde 1982 a la par que ratificamos nuestro interés en preservar el Atlántico Sur libre de cualquier militarización. No nos estamos equipando para agredir a nadie, pero necesitamos equipos para vigilar nuestro territorio y si no nos los venden ellos, entonces nos empujan a buscar alternativas”, comentaron a este medio desde el Ejecutivo.
Por alternativas para acceder a nuevos cazas, el gobierno baraja un número limitados de posibilidades. En primer lugar, los HAL Tejas Mk1A que la India ha ofrecido y que el propio brigadier Xavier Julián Isaac, al frente de la Fuerza Aérea, supervisó en un viaje por aquel país. En segundo lugar, aparecen los JF-17 chinos, lo que ha disparado una alerta en Washington debido a que podrían funcionar como punta de lanza para ingresar a la región, atrayendo la atención de otros compradores. Y la tercera opción en estudio es la contraoferta de EE.UU. con sus F-16 a través de un tercer país, que podría ser Dinamarca. Por último, en algún momento se barajó los MIG-35 rusos como posibilidad, pero si era de por sí lejana, la guerra en Ucrania y las sanciones sobre Rusia parecerían haberla alejado aún más. De momento, en el Gobierno evalúan todas las posibilidades bajo estricta confidencialidad.
“De Macri hasta Cristina Fernández de Kirchner, lo que el conflicto en Ucrania muestra es que hay una aceptación de que la Argentina forma parte del diseño estratégico y militar de Occidente y EE.UU. La visita de la jefa del Comando Sur y la foto con Cristina revelan eso. También los votos en Naciones Unidas que acompañan la postura de EE.UU. Puede haber discrepancias en una parte del oficialismo, pero no hay cuestionamiento a lo que la guerra expuso”, reflexiona el docente e investigador de la Universidad de Rosario, Esteban Actis, autor de trabajos como “La disputa por el poder global. China contra EE.UU. en la crisis de la pandemia”, junto al académico Nicolás Creus.
Desde el gobierno nacional entienden que la Argentina no puede prescindir de aliados y menos entre los actores globales. Y así como China representa una oportunidad económica, un país de renta media como el nuestro no tiene margen para jugar a los alineamientos absolutos e ignorar a EE.UU. o Europa o la misma Rusia, en tiempos de paz.
Si de cooperación militar se trata, parte de esa estrategia se revela en los ejercicios combinados en los que Washington suele participar en la región, como el PANAMAX, un simulacro de defensa del Canal de Panamá junto a 29 países latinoamericanos, o el UNITAS, una serie de maniobras de la Armada cuya organización recae, este año, en Brasil y nuclea hasta 21 países. Uno de los participantes es la Argentina. De hecho, tanto la Cancillería y Defensa firmaron el pedido de autorización para los ejercicios militares del corriente año —once en total, incluyendo el UNITAS— y el proyecto solo espera la firma del Presidente Alberto Fernández para ir al Senado, donde debe ser aprobado.
Que es el Comando Sur
El Comando Sur responde al Pentágono, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos. En rigor, es una de las diez zonas en las que militares y civiles que diseñan la estrategia de defensa en la potencia del Norte dividen al mundo en clave de bloques geopolíticos y mandos unificados. Si bien busca mostrarse como un rostro “amigable”, promoviendo la cooperación a través de programas de financiamiento y donaciones, su origen es sumamente oscuro, vinculado a los intereses políticos y económicos de EE.UU. al sur de la frontera mexicana, inspirado en la Doctrina Monroe de “América para los americanos”.
Hay quienes ubican el bautismo de fuego de este organismo el 2 de noviembre de 1903, en Panamá, con el despliegue desde el USS Nashville de un grupo de marines en vísperas de la independencia de este pequeño territorio de Colombia. La excusa era custodiar el ferrocarril que conectaba entonces ambas costas, atlántica y pacífica, a través del istmo, aunque detrás se interpretaba un claro mensaje para cualquier autoridad colombiana que barajara la posibilidad de una invasión para recuperar Panamá. La explicación geopolítica llegaría un año más tarde, cuando inició la construcción del canal que reconfiguró la logística del comercio mundial, evitando las largas y riesgosas travesías hasta el Estrecho de Magallanes.
En su artículo “Intervenciones de Estados Unidos. ¿Para qué?”, el historiador John H. Coatsworth, de la Universidad de Harvard, listó 41 oportunidades en las que Estados Unidos intervino en América latina para forzar un cambio de gobierno, entre 1898 y 1994, sea de manera directa (14), como en Guatemala, en 1963, o indirecta (27), con actores locales asistidos por el Norte, como en Chile, en 1973. Y esas fueron solo las veces en las que los planes de Washington se concretaron. Si bien el grueso de la tarea recayó en la Agencia Central de Inteligencia (CIA), las miradas siempre apuntaron también hacia el Comando Sur cuando los militares estuvieron involucrados a través de los lazos que supieron tejer, a lo largo del siglo XX, con las fuerzas armadas de cada país.
Ese tipo de relacionamiento sigue existiendo hoy si bien el retorno de la democracia en la región y el fin de la Guerra Fría derivaron en métodos más quirúrgicos. No obstante, a nadie pasó desapercibido un tuit del almirante Craig Faller, el antecesor de Richardson en el Comando Sur, prometiendo apoyo a los militares venezolanos el 9 de mayo de 2019: “Cuando me invite @jguaido y el gobierno legítimo de #VENEZUELA (reconocido entonces por EE.UU., la Argentina y otros cincuenta países), vamos hablar sobre nuestro apoyo a aquellos líderes de la @ArmadaFANB que tomen la decisión correcta, que respeten a los Venezolanos primero, y se restaure el orden constitucional. Estamos listos! #EstamosUnidosVE”.
Tras la asunción de Joe Biden y con un vuelco para aproximarse a la región con miras a emular la diplomacia sanitaria de Rusia y China, el Comando Sur se adaptó a esa nueva circunstancia. Así fue que, en abril de 2021, el mismo Faller visitó la Argentina para entrevistarse con Rossi, entonces al frente de Defensa, y donarle al país tres hospitales de campaña y sus respectivos equipamientos. Y ahora Richardson le dejó a Cascos Blancos equipos para sus despliegues médicos en el terreno. También llevó donaciones a Chile, su siguiente escala.
En su volumen 4 del año 2022, el título de tapa de la Revista Profesional Fuerza Aérea de EUA - Continente Americano, no habilita dobles interpretaciones: “La Amenaza China en los Países Latinoamericanos”. Entre los varios artículos que ofrece, hay uno que firman el General De Brigada Sean M. Choquette y la aerotécnica Jefe Steffanie G. Urbano que se denomina “Ser más competitivo que China en Latinoamérica es un asunto de máxima prioridad nacional”.
A lo largo de sus párrafos, se sintetiza gran parte del paradigma que moviliza al pensamiento militar del Norte en cuanto a que “las naciones asociadas del área de responsabilidad del Comando Sur de los Estados Unidos comparten, en su mayor parte, geografía, valores e ideas filosóficas con los Estados Unidos”. Subrayan, con todo, que “también proporcionan un campo activo para la competición entre Estados Unidos y actores estatales maliciosos como China, Rusia e Irán”.
Es por esto que, “en Latinoamérica, Estados Unidos se enfrenta a la que puede ser la mayor rivalidad de su historia, a medida que Beijing trata de suplantar la influencia histórica de Washington en el hemisferio. Esta competición estratégica emergente requiere cambios fundamentales de política y estrategia, que divergen de los últimos 20 años de pensamiento y operaciones centradas en la Guerra Global contra el Terrorismo”, esgrimen ambos autores. Una estrategia que ya es acción a juzgar por la frecuencia de las visitas del Comando Sur a nuestras tierras.