El análisis parece hacerse solo. De un lado, la imagen de Donald Trump con dos hilos de sangre en la cara levantando el puño en alto y desafiante luego que dispararan contra uno de sus actos electorales y le rosaran con una bala una oreja. Del otro, los incómodos segundos en que Joe Biden no pudo completar varias frases y pareció congelarse en el primer debate presidencial de esta campaña, alimentando aún más los rumores sobre su salud, física y mental. Pero aún faltan un poco menos de cuatro meses en una campaña que para muchos analistas y electorales puede marcar un antes y después en la democracia de Estados Unidos.
Esta caracterización es importante porque, puestos entre la espada y la pared, los individuos toman decisiones, se movilizan y aceptan compromisos que en otras circunstancias no asumirían. Por eso, más allá de la contraposición tan explícita y atractiva para los medios, es necesario analizar el escenario electoral estadounidense en toda su complejidad antes de dar por ganador a Trump o por sepultado al oficialismo demócrata.
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La víspera de la convención republicana
Este lunes comienza en la ciudad de Milwaukee, en Wisconsin, la Convención Nacional del Partido Republicano. En Estados Unidos, el proceso de primarias en cada estado culmina con una masiva convención de cada partido en la que decenas de miles de dirigentes y, especiamente, los delegados electos en cada distrito votan para elegir al candidato de la fuerza política. En general, es un trámite, desde lo político, y un show, desde la lógica marketinera estadounidense.
Las principales figuras del partido y del entorno del candidato dan discursos, se muestra unidad y se marca un rumbo para la campaña que, oficialmente, comienza recién ahí. Los republicanos eligieron uno de los siete estados que aún están en duda y que los analistas calculan que serán los que definan las elecciones presidenciales, Wisconsin. En 2016, lo ganó Trump por muy poco y, en 2020, Biden lo dio vuelta, también con una ventaja acotada.
Además, los republicanos optaron por hacer la convención en una ciudad que ha sido un bastión demócrata desde hace más de 60 años y en donde ya se habían anunciado numerosas protestas de detractores de Trump. La primera incógnita que surge tras el fallido atentado contra Trump en un acto en la Pensilvania rural es si esas protestas -que buscaban mostrar que los bastiones demócratas estaban decididos a dar batalla al ex presidente- se realizarán. Las reacciones sin grieta que expusieron el sábado por la noche tanto la dirigencia como la sociedad estadounidenses frente a un nuevo acto de violencia política permite imaginarse una tregua para los próximos días, especialmente del lado del oficialismo.
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El efecto del atentado en la convención republicana, en cambio, parece más evidente.
Trump ganó caminando las primarias del partido opositor, pero eso no significa que el aparato del partido esté cómodo con él. Tampoco un sector importante del electorado republicano. Sin embargo, hace años que la derecha más radicalizada está más movilizada y se hace escuchar más fuerte en la arena pública que los conservadores más tradicionales y, mucho más, los moderados. Era previsible que el bipartidismo -es decir, la falta de opciones reales en las urnas para un histórico votante republicano o un conservador moderado- iba a imponerse a la hora de definir el voto el próximo 5 de noviembre. Pero el partido del orden y la seguridad dificilmente no muestre una imagen de unidad sin grietas esta semana en Milwaukee.
La única duda que aún pende sobre la convención republicana es a quién elegirá Trump como compañero de fórmula. En los últimos días, circuló una lista corta de postulantes que su campaña no desmintió: los senadores de Ohio J.D, Vance -un ex marine que, tras arrepentirse por sus fuertes críticas, se volvió un férreo aliado del ex presidente-, de Carolina del Sur Tim Scott -un afroestadounidense con un discurso cristiano y "amable", según la prensa local- , y de Florida Marco Rubio -uno de los dirigentes latinos más influyentes del país, con buen vínculo con Javier Milei y abierto crítico del kirchnerismo.
Es posible que Trump se sienta empoderado por la imagen que dejó el atentado y, en vez de buscar algún tipo de compromiso o negociación con el aparato republicano, elija a su compañero de fórmula de manera completamente unilateral.
Los demócratas, atrapados en su propia madriguera
El atentado fallido contra Trump sucedió en medio de una de las peores crisis del Partido Demócrata en décadas. Hace menos de tres semanas, los dos precandidatos se habían enfrentado en el primer debate presidencial de la campaña y el resultado había sido fatal para Biden: balbuceó, no pudo terminar sus frases, dijo otras inconexas, se quedó congelado, todo mientras Trump enunciaba sin problema y sin pudor su libreto completo de mentiras, exageraciones y, también, amenazas.
Después de una primera noche de "pánico" -así lo definieron en off múltiples fuentes del oficialismo a la prensa estadounidense-, el aparato partidario salió a respaldar su decisión de seguir adelante y competir en las elecciones de noviembre. Pero ese apoyo de la superestructura no se sostuvo por mucho tiempo. Las tapas de las revistas y medios más influyentes entre la dirigencia demócrata le exigieron que se baje sin sutilezas y con un nivel de violencia verbal que sorprendió. A eso, le sucedieron voces más amables que, desde un lugar de amistad o admiración, le pidieron lo mismo.
En medio de ese aluvión de pedidos, que empezaron a incluir también funcionarios electos demócratas, Biden volvió a tener traspiés públicos: confundió al presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, con su par ruso, Vladimir Putin, en el cierre de la cumbre de la OTAN frente a sus principales aliados, y, más tarde, a su vice, Kamala Harris, con Trump. Cuando se conoció que le habían disparado al ex presidente en Pensivalnia, Biden estaba descansando para poder retomar la campaña más descansado en la playa en su estado, Delaware. Se tuvo que volver a Washington.
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Si la imagen de fragilidad de Biden ya era un problema para muchos demócratas, ahora la contraposición con un Trump ensangrentado y desafiante es dramática. El problema es que la alternativa a la candidatura de Biden también es dramática o, al menos, es un salto al vacío.
Los demócratas tienen convocada su Convención Nacional para agosto en Chicago, del 19 al 22, y lo que debería ser un mero trámite se convirtió en una arena en disputa. Formalmente, aún hay tiempo para que el actual presidente cambie de opinión y se "abra" la convención, es decir, se dé libertad a los delegados electos en favor de Biden voten por otro dirigente. No es algo que suele pasar y, cuando pasó, en la mayoría de los casos no terminan con candidatos fuertes.
Y, además, el fantasma de la trágica convención demócrata en Chicago de 1968 ya sobrevuela, amenazante. Era una época de un nivel de violencia política mucho mayor al actual. Apenas dos meses antes, habían asesinado al precandidato presidencial demócrata Bobby Kennedy -hermano del también asesinado John F. Kennedy, cinco años antes- y, un poco antes, otro atentado había terminado con la vida del líder del movimiento negro y de derechos civiles, Marthin Luther King. La convención demócrata estuvo marcada, tanto dentro como afuera, en las calles, por las divisiones en torno a la guerra en Vietnam. La ciudad de Chicago se militarizó practicamente para frenar -sin éxito- a las protestas y hubo cientos de detenidos y heridos. Adentro, el vice de Lyndon B. Johnson, Hubert H. Humphrey, ganó la candidatura y luego perdió en las urnas contra Richard Nixon.
Pese a las constantes comparaciones, la situación hoy es muy distinta. La violencia política está espiralizándose en Estados Unidos hace años, pero está lejos de lo que se vivió en los años 60. Por ejemplo en 1968, George Wallace, un tercer candidato que abiertamente se oponía al fin de la segregación racial -es decir, la división legal de blancos y negros en todos los ámbitos de la vida-, ganó cinco estados.
Eso no significa, sin embargo, que la elección de este año no se viera como un parteaguas para la historia democrática del país. Sí una palabra define la campaña de Trump hasta ahora es: venganza. Venganza por la elección que el republicano sigue diciendo que le robaron en 2020 -pese a que ninguna corte del país le dio la razón, ni siquiera la Corte Suprema que ahora es tan cuestionada por sus fallos favorables a él- y por los múltiples juicios que enfrenta en la Justicia, uno incluso con sentencia de culpable en primera instancia.
No solo se trata de las repetidas promesas de Trump de que denunciará ante la Justicia a Biden si gana las elecciones -una amenaza que resonó de una manera muy especial con la actual Corte Suprema-, sino del temor de muchos funcionarios -que ya vivieron sus cuatro años en el poder- de que en un segundo Gobierno hará todo lo que no logró hacer o no intentó en el primero. Y sus sospechas, para muchos, fueron confirmadas antes de la convención republicana.
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Un grupo de organizaciones conservadoras publicó una plataforma de propuestas llamada Proyecto 25 que, se espera se vote en la convención de esta semana, como hoja de ruta de un eventual segundo gobierno de Trump. El ex mandatario hace una semana se distanció del texto y aseguró que no sabía quién estaba detrás, luego que Biden llamara a todos los estadounidenses a leerlo para entender lo que podría pasar: un control absoluto del presidente sobre todas las agencias federales hoy independientes, un reemplazo de la bucrocracia estable por designaciones políticas, una mayor fuerza de seguridad para deportar inmigrantes, el fin de la transición energética, la eliminación de todos los programas de diversidad sexual y de género.
Veteranos asesores y analistas demócratas han contado en los últimos tiempos -no sin cierta incredulidad- que muchas organizaciones de derechos civiles, minorías y líderes sociales ya se están preparando para la ofensiva legal y política que dan por segura si Trump gana las elecciones. Pero no se están movilizando para hacer campaña por Biden y los demócratas para que ganen las elecciones en noviembre. Esto se ve claro en la apatía que rodea al oficialismo hace meses, aún cuando la fragilidad de la salud presidencial no era tan evidente.
El horizonte es muy complicado para Biden y el oficialismo, que no solo enfrentan crecientes leyes restrictivas para votar, sino también un posible abstencionismo récord. Este escenario ahora, tras el atentado fallido contra Trump, parece haberse vuelto aún más adverso. Pero aún faltan poco menos de cuatro meses para la elección, más de un mes para la convención demócrata y el ex presidente republicano genera miedo genuino en muchos estadounidenses.