A 72 horas del comienzo de la jornada electoral, la incertidumbre que caracterizó toda la campaña presidencial en los Estados Unidos parece haber decantado en solo dos finales posibles. Si las encuestas tienen razón, el candidato demócrata Joe Biden conseguirá un triunfo histórico, quedándose con todos los distritos considerados clave para imponerse en el Colegio Electoral y dando batalla en otros que históricamente se volcaron hacia los republicanos, como Texas, Georgia y hasta Alaska.
Si los pronósticos, en cambio, vuelven a subestimar a Donald Trump, y el resultado es más estrecho, con saldo disputado en los estados que definen la elección, entraremos en territorio inexplorado: tal como se presenta la cuestión, es probable que ambos candidatos se declaren victoriosos y la disputa salga del ámbito de las urnas para dirimirse en los tribunales, en los medios, en las redes y en la calle. Llegado ese punto, una sola cosa puede darse por segura: no va a ser un juego limpio.
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Biden llega a la recta final con un favoritismo alimentado por encuestas favorables, números récord de voto anticipado (históricamente ligado al electorado demócrata) y la manija de la enorme mayoría de los medios mainstream en las grandes ciudades de ambas costas. La ventaja de casi ocho puntos que le da el promedio de los sondeos es bastante más grande que la que tenía a esta altura de la carrera hace cuatro años Hillary Clinton. Su campaña logró avances en grupos demográficos que hace cuatro años eligieron masivamente a Trump.
Sin embargo, el triunfo demócrata está lejos de ser una certeza. Aunque las encuestas muestran que Biden supera a Trump en todos los estados que van a definir la elección, el margen allí se reduce sensiblemente. En Florida, la diferencia es de solamente un punto, igual que en Carolina del Norte; tres puntos y medio lo separan en Pennsylvania. En Arizona hay empate técnico. En los distritos industriales del Cinturón de Óxido en el norte, los sondeos le dan una ventaja de cinco o seis puntos.
Lejos de recostarse en la posibilidad de un nuevo error masivo de los encuestadores, Trump tiene un plan B, que viene desarrollando desde hace cuatro años: embarrar la cancha, echar dudas sobre los resultados e intentar que la definición pase al Poder Judicial, donde los conservadores suelen tener mayorías. Este lunes, el Presidente consiguió que la mayoría republicana del Senado confirmara a Amy Coney Barret para llenar la silla vacante en el tribunal de nueve que ahora cuenta con mayoría de dos tercios para los conservadores.
Los intentos para forzar un triunfo parten de la premisa de minimizar la afluencia de votantes demócratas. En varios estados se cerraron cientos de centros de votación, obligando a quienes quieren participar a hacer colas de horas, muchas veces a la intemperie. Se registraron episodios con personas o grupos armados que intimidaban a quienes esperaban para votar. Hay, todavía, acciones legales para impugnar parcialmente los votos anticipados en ciertos distritos, cambiando las reglas de juego cuando mucha gente ya sufragó.
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Es probable, también, que Trump intente proclamarse ganador de manera prematura, contando con información parcial que lo muestre en una situación más favorable que la real. El voto anticipado creció enormemente en esta elección, en parte a causa de la pandemia, y ya superó el 60 por ciento del total de los votos que se contaron en 2016. En muchos estados, esas boletas se cuentan sólo una vez que terminó el escrutinio del voto presencial, de manera tal que el resultado parcial puede ser distinto al definitivo.
En la crucial Pennsylvania, por ejemplo, se cuentan por ley los votos presenciales antes de comenzar a comprobar los que llegaron por correo. Por la composición de los electorados, se calcula que Trump será mayoría en el primer segmento pero queda muy rezagado en el segundo, de manera tal que incluso en un escenario de derrota por varios puntos, hasta la madrugada del miércoles o incluso más tarde, los resultados parciales podrían mostrar al Presidente con una ventaja holgada, que él aprovecharía para adjudicarse los electores.
Tan anticipada está esa posibilidad que las redes sociales ya anunciaron medidas para controlar los mensajes de cualquier candidato, o algún tercero, anunciando un triunfo antes de que lo hagan ciertos observatorios. Las medidas incluyen límites a la replicación de ciertos posteos y hasta borrar aquellos que inciten a la violencia. El problema es que las fuentes que garantizan, en teoría, la veracidad del resultado, están ligadas a medios tradicionales abiertamente anti-Trump y rechazados por el electorado republicano.
La posibilidad de que se desaten protestas y hechos de violencia, durante o después de la jornada electoral, está presente como nunca antes en la historia cercana. Hay, en ambos bandos, sectores que no están dispuestos a aceptar un resultado adverso; mucho menos uno disputado. El país se encuentra convulsionado por la pandemia, la crisis económica más importante en un siglo, violencia policial, protestas antiracistas y milicias de herederos del KKK organizados alrededor de teorías conspirativas en foros online. No hace falta mucho más que una chispa.