Donald Trump no tuvo que ampliar su electorado de 2020 para recuperar el martes la Presidencia de Estados Unidos. Aunque aún se cuentan votos, especialmente en el oeste del territorio, todo indica que terminará con un número similar al que obtuvo hace cuatro años cuando perdió las elecciones ante Joe Biden. Es sentido común entre los estrategas estadounidenses que la mejor campaña, en un país en el que el voto es voluntario y los ciudadanos cada vez se muestran más apáticos, es la que moviliza más gente a las urnas. Sin embargo, una de las principales conclusiones que dejó este mapa electoral es que la victoria del ex presidente republicano la garantizó una importante merma de la base demócrata: mientras más de 81,2 millones de norteamericanos votaron por Biden en 2020, su vice y delfín, Kamala Harris, buscaba alcanzar los 70 millones este miércoles.
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Frente a este escenario, surge una pregunta clave: ¿por qué un oficialismo demócrata que logró bajar la inflación, aumentar el empleo, invirtió millones y millones en infraestructura y para reactivar la economía, retrocedió tanto en las urnas? Porque no se trata solamente de haber perdido unos condados claves que definen los tres o cuatro estados que le otorgaron la victoria a final a Trump. Sino, probablemente de cerca de 10 millones de votos que, todo indica, podrían incluso terminar otorgándoles a los republicanos también el control de la Cámara Baja del Congreso federal. Esto, sumado a la mayoría que ya se garantizó del Senado le dará un poder sin contrapesos a Trump en los próximos dos años.
Nada se explica por una sola causa. Por un lado, es innegable que la candidatura de Harris no convenció a parte de la base electoral que supo movilizar Barack Obama en 2008 y 2012 y que recuperó, al menos en una parte, Biden en 2020. Los sondeos de boca de urna que difundieron varios medios estadounidenses el martes confirmaron que el Partido Demócrata dejó de ser para muchos trabajadores la referencia política en la que depositan su aspiración de conseguir una mejor vida: un salario digno, una vivienda propia, educación y no estar ahogado en deudas.
La fuerza que supo impulsar la versión estadounidense del Estado de bienestar se está convirtiendo en un partido que se sostiene por una base con una fuerte presencia de ciudadanos blancos, con estudios universitarios, mujeres, mayores de 65 años y con ingresos más altos. Por el contrario, Trump mostró avances en la proporción de latinos (que no deben ser entendidos como representantes de los inmigrantes ya que muchos son segunda o tercera generación y demuestran otros intereses) y afroestadounidenses, dos minorías que supieron ser muy esquivas a los republicanos en décadas pasadas, que lo apoyaron, lo que suma a las ganancias que ya había demostrado en 2016 con los trabajadores más pobres.
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Será necesario un análisis más fino del mapa electoral en los próximos meses para entender si Trump movilizó más votos dentro de estas minorías o si creció la proporción porque parte de ellas abandonaron a los demócratas.
Lo que quedó claro ahora es que el oficialismo de Kamala Harris no logró convencer que los logros macroeconómicos de la gestión de Biden se trasladarían a sus vidas. La pelea por un aumento del salario mínimo, por ejemplo, fue tibia, no fue acompañada por toda la estructura demócrata, incluidos los gobernadores. Esto significó que mucha familias trabajadoras no encontraron respuesta a su pregunta de cómo recuperarían el poder adquisitivo que perdieron en 2021 y 2022 cuando la inflación se disparó hasta un 9% anual, una cifra que no se vivía en Estados Unidos desde los años 80.
Una democracia cada vez menos democrática
Pero también existe otra posible causa para la masiva merma de la base electoral demócrata. Hace décadas que en Estados Unidos el movimiento conservador -con el Partido Republicano como brazo ejecutor- trabaja para hacer cada vez más difícil la participación electoral de los estadounidenses. En 2020, el propio Obama lo reconoció cuando empezó a campaña explícitamente en contra de lo que se conoce las políticas de "supresión del voto". Hay muchos ejemplos: reducir el números de centros de votación en las comunidades más pobres donde no lo es lo mismo tener que viajar una o dos horas para votar en un día hábil, hacer cada vez más complejo el proceso para votar por correo de manera anticipada, imponer el uso de un tipo de identificación personal que no todos poseen como un registro de conducir o alguna credencial oficial con foto, prohibir el sufragio a las personas con antecedentes penales, habilitar las purgas de padrones con excusas superfluas o hasta prohibir la entrega de botellas de agua a las personas que deben esperar durante horas en la cola para votar bajo el rayo del sol en el día de la votación.
Estas iniciativas no son nuevas pero tras la derrota de Trump hace cuatro años, los republicanos pisaron el acelerador en varios estados para ajustar aún más las tuercas y embarrar más la cancha, en un país donde ya la principal preocupación de un candidato es conseguir que los ciudadanos vayan a votar el día de las elecciones. Estadísticamente será difícil cuantificar cuántos votos perdió el Partido Demócrata por su falta de respuestas políticas a los reclamos de los estadounidenses y cuántos les costó un sistema que se organiza cada vez más para desmotivar y excluir a los sectores más vulnerables, que no pueden darse el lujo que sus empleadores les descuenten el día de trabajo, por un lado, pero tampoco tienen razones para esforzarse para apoyar a una representación política que hace tiempo que ya no les habla.