A menos de un mes de que se produzcan las elecciones en Estados Unidos, el panorama político mantiene un condimento inesperado. Las grandes estrellas del deporte se comprometieron y sostienen un fuerte discurso contra Donald Trump que busca apoderarse de los fanáticos y se pelea con las figuras.
“No nos podría importar menos que Trump apague la TV cuando protestamos”, dijo serio LeBron James, máxima figura de Los Angeles Lakers y de la NBA. Fue uno de los tantos cruces entre el presidente de Estados Unidos y la estrella a la que, muchos especialistas, ya comparan con Michael Jordan. Esa vez, Trump había dicho que “apagaba la televisión cuando veía jugadores arrodillados en el himno”. Esa protesta se convirtió en ritual en la liga tras el asesinato de George Floyd que desencadenó masivas movilizaciones. El 81,1% de los jugadores de la NBA son afroamericanos. El movimiento “Blacks Lives Matter” causó una gran aceptación y movilizó a todos ellos. Figuras como Chris Paul, Kryrie Irving y Stephen Curry se sumaron. Incluso, luego del asesinato de Jacob Blake, los mismos jugadores llamaron a un boicot.
Esta oposición fuerte del básquet más importante del mundo no solo se quedó en un cruce dialéctico. Tras el boicot de dos días, la unión de jugadores logró un paso importante y un golpe político para Donald Trump. Alcanzaron el compromiso de que 22 estadios se convertirán en sedes de votación el 3 de noviembre, fecha de la elección. Esta decisión le da un empujón al candidato demócrata Joe Biden, ya que históricamente cuando creció el porcentaje de votación en ese país -que no es obligatorio- el Partido Demócrata se hizo fuerte. Incluso, los mismos basquetbolistas llaman a votar y a que haya un compromiso por parte de la población.
La participación política de algunos jugadores se entiende por la historia de ellos mismos. Con historias vividas en carne propia, las estrellas de la NBA que se sumaron al Blacks Lives Matter comprenden las estadísticas. Por ejemplo, uno de cada 20 jóvenes negros (alrededor de los 30 años) está preso en una cárcel estatal o federal. Por supuesto, la industria del deporte no estuvo alejado de Trump. Los principales aliados estuvieron en el Fútbol Americano, deporte favorito de la base de votantes del actual mandatario. Nueve dueños de equipos contribuyeron, al menos, con casi 8 millones de dólares al comité de inauguración del presidente en las elecciones anteriores.
Lo irónico es que el movimiento deportistas anti-Trump tuvo su inicio, justamente, en este deporte cuando el mariscal de campo Colin Kaepernick se puso de rodillas en el himno nacional en 2016. Desde ahí comenzó el ritual que luego fue adoptado en todo el mundo. “Hagan que ese hijo de puta se pare y métanlo a jugar ya mismo”, fue la respuesta del presidente hacia los dueños de los equipos. Con el pasar de los días y luego de la finalización del contrato con San Francisco 49ers, ningún equipo lo volvió a contratar.
Más allá de esa situación, el fútbol americano se mantiene como un lugar de suma importancia para Trump. El deporte favorito de su base votantes republicanos llevó a que el presidente haga un lobby feroz para que se juegue el “fútbol americano universitario”. Lo que, desde Argentina, vemos solo en películas, en Estados Unidos tiene una profunda tradición para los más conservadores. Tal es así que, en el primer debate contra Joe Biden, el mandatario aseguró: “Trajé de nuevo el fútbol americano. Fui yo, estoy muy contento de haberlo hecho”.
En esta frase se encerró una necesidad imperiosa. El fútbol americano universitario muestra una antigua tradición en tres estados claves: Michigan, Pensilvania y Wisconsin. Las universidades de esos estados despiertan el orgullo de esos distritos y son el principal foco deportivo y de entretenimientos para muchas comunidades. Hace cuatro años, esos tres distritos, quedaron en manos del partido republicano después de casi 30 años. En el complejo sistema electoral estadounidense, perder en esos tres distritos -que ahora le dan una ventaja en las encuestas a Biden- significaría un golpe muy duro para los deseos de reelección de Donald Trump. La necesidad del lobby del presidente se basó en la importancia económica y cultural que tiene este deporte en el centro del país y en los sectores más conservadores.
La lucha de Donald Trump con los referentes estadounidense suma también otros protagonistas. Megan Rapinoe máxima figura de la Selección femenina de fútbol de ese país tuvo un fuerte encontronazo cuando el equipo salió campeón del mundo. La razón, en ese caso, fueron los continuos comentarios sexistas del presidente. Incluso, todo el equipo en su totalidad se convirtió en un emblema de la lucha feminista en Estados Unidos.
El fútbol (soccer para ellos) es una de las principales actividades que interesan a los latinos en ese país. Es decir, más allá de un discurso racial y de odio que se expande ante los inmigrantes (como por ejemplo la construcción de un muro) el fútbol tomó posesión de un voto latino contra el presidente que también se expandió. No importa que Trump se haya reunido con Gianni Infantino, presidente de la FIFA, por una posible mudanza de la sede a Estados Unidos.
En definitiva, las relaciones de Trump dentro del deporte se mantienen dentro del órden de los jefes y dueños. Los deportistas, por el contrario, se deben a sus espectadores y seguidores. Esa falsa idea de que los deportistas no pueden mostrar su lado político queda desterrada y, justamente, en una de las elecciones que más grieta generan a nivel mundial.