Guilherme Boulos es referente de Movimiento Trabajadores sin Techo de Brasil y miembro del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), un partido de izquierda que supo ser muy crítico de los últimos gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff pero que ante la urgencia de evitar un nuevo mandato de Jair Bosonaro cerró filas detrás de la fórmula Lula-Alckmin. El dirigente de 40 años lee la disputa electoral en ciernes bajo la clave “democracia vs barbarie” y va por una banca en el Congreso en representación de San Pablo, su ciudad de origen.
En las elecciones de 2024, la apuesta de Lula es que Boulos compita por la intendencia de San Pablo y que la ciudad más grande de Brasil tenga una impronta progresista, un cargo que perdió frente a la socialdemocracia en el balotaje en 2018. En diálogo con El Destape y en el marco de una visita a la Argentina, el dirigente que alguna vez fue descripto por la prensa brasileña como "el heredero de Lula" detalló la agenda con la que el ex mandatario gobernará si gana en octubre, habló sobre el rol de los movimientos sociales en los gobiernos progresistas y alertó por la seguridad del líder petista.
¿Qué opinión tenés de la naturaleza de la alianza que Lula hizo para disputar la Presidencia, en la que comparte fórmula con Geraldo Alckmin que viene de la derecha brasileña?
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El escenario en Brasil hoy es muy crítico. Tenemos a un fascista en la Presidencia, alguien de extrema derecha que amenaza diariamente la democracia, que amenaza con un golpe. Alguien como Bolsonaro que en la pandemia ha tenido una conducta deshumana, trabajando contra la vacunación y contra el aislamiento. Entonces la gran prioridad que tenemos, no solo la izquierda sino los sectores democráticos de Brasil, es sacar a Bolsonaro. Y Lula es quien tiene las mejores condiciones para hacerlo. La táctica de Lula -hacer una fórmula con Alckmin que es alguien que viene de la derecha brasileña- fue para hacer un frente democrático que asile a Bolsonaro en la extrema derecha. Pero sabemos que cuando saquemos a Bolsonaro, y espero que lo hagamos en octubre, vamos a tener otros desafíos. Y el desafío es sacar a Brasil del hambre. Hoy Brasil es el tercer país en producción de alimentos pero tiene 33 millones de personas con hambre. Además tenemos que combatir el desempleo. Tenemos 12 millones de personas desocupadas en el país. Todo esto va a necesitar de políticas sociales, de políticas de inversión pública, de una política económica más audaz. Ese es el objetivo de esta transición en el Gobierno de Lula. No solo sacar a Bolsonaro, sino también derrocar su agenda.
Y a la hora de implementar esos desafíos, ¿ya piensan cómo resolver posibles diferencias en las miradas y en las agendas que puedan surgir al interior de la fórmula de Gobierno?
Ahora, nuestro foco completo está puesto en sacar a Bolsonaro. Ese es el gran tema de 2022 en Brasil porque no es una elección entre dos proyectos políticos, es una elección entre la democracia y la barbarie. Entonces, todos los sectores populares, los movimientos sociales, toda la izquierda brasileña, incluso con las diferencias que hay al interior de ese campo, tenemos la comprensión y la responsabilidad política, histórica, de que tenemos hoy que estar juntos para sacar a Bolsonaro. Pero es cierto que en 2023 vamos a tener una disputa sobre cuál será la agenda política económica del Gobierno y lo que defendemos es que sea una agenda audaz en términos económicos, con la recuperación de la inversión pública, de los programas sociales de generación de empleo por la inversión pública y con la recuperación de programas de vivienda que fueron enterrados por Bolsonaro, entre otros. Esta es la agenda que queremos escuchar.
Cuando decís “que queremos”, ¿te referís a todo el armado o hablás por el PSOL?
Yo creo que esa es la agenda con la que Lula está comprometido y es la agenda que nosotros, desde el PSOL y de los movimientos sociales brasileños, defendemos.
Tu partido ha tenido una mirada muy crítica de los últimos gobiernos del PT. ¿Qué llevó entonces al PSOL a aliarse esta vez?
Te diría que fue el conjunto de todo lo que estamos viviendo. El golpe contra Dilma, la prisión de Lula y el ascenso de un fascista al poder. Se creó un escenario en que las diferencias que tendríamos y tenemos se volvieron menores frente a lo que nos une: derrotar un proceso reaccionario, un proceso autoritario, un proceso que ha sacado derechos del pueblo.
¿Están pensando en algún mecanismo para discutir esas diferencias que hoy tienen y que seguro surgirán si ganan?
Lo que se ha hecho fue una mesa para definir el programa de gobierno de Lula, donde están los 7 partidos que hacen parte de la coalición, los movimientos sociales y las centrales sindicales de Brasil. Llegamos a acuerdos en relación al programa y, por supuesto una vez ganada la batalla electoral, vamos a tener que darnos un debate de unidad para que el programa contemple los intereses populares.
¿Qué reflexión hacés sobre el rol de los movimientos sociales en los gobiernos progresistas y populares? La semana pasada Evo Morales estuvo en Buenos Aires e insistió con la importancia de gobernar atendiendo a esos sectores. En Argentina, actualmente, también se está discutiendo eso...
Mirá, tal vez uno de los errores del primer ciclo progresista de América Latina fue justamente que no tuvieron un protagonismo de los movimientos sociales, de sectores populares organizados más fuerte. Los modelos de gobernabilidad son modelos que pasan por las instituciones, que pasan por la relación del presidente con el Congreso y con la Justicia. Y este modelo frecuentemente no pasa por un proceso de participación más amplia y de movilización de los sectores populares. Nosotros estamos viviendo aquí en Argentina una crisis social y en Brasil también por la situación dramática a la que nos llevó Bolsonaro. La pandemia ha profundizado los problemas económicos que ya vivíamos todos. Entonces va a ser muy necesario tener una relación más cercana entre el Gobierno y los movimientos. No solo una relación de movilización, de presión, que es natural del rol del movimiento social, sino también una relación que permita comprender que para avanzar en la agenda popular, para que esa agenda pueda ser el centro, el movimiento social y la movilización popular tienen que tener un un rol decisivo. Porque las presiones del mercado y de la derecha existen en cualquier gobierno y en un gobierno de izquierda son aún más fuertes. Entonces tenemos que hacer la contrapresión del otro lado.
¿Y eso cómo te lo imaginas, además de estar en las calles?
Nosotros nunca salimos de las calles. Pero yo creo que la cuestión es que el gobierno también fortalezca los mecanismos de participación popular y democrática. Eso es clave. Está el rol del movimiento y está también el rol del Gobierno en impulsar el proceso de participación y de organización popular. Incluso con la gestión regional de las políticas públicas, aquí tenemos el ejemplo de los planes, cómo los movimientos también hacen las políticas públicas. Y esto tiene un papel organizativo. En Brasil tuvimos en la política de vivienda del Gobierno de Lula y Dilma un ejemplo con el “Mi casa, Mi vida”, entidades en las que los propios movimientos de lucha por la vivienda construían y organizaban los barrios. Entonces es necesario estar más atento a este proceso de organización desde abajo.
Que tengan protagonismo en la gestión…
Yo pienso que Lula está más abierto y consciente de la necesidad de hacerlo. En las conversaciones que tenemos, en sus propias declaraciones públicas, por todo lo que pasó, por la injusticia que ha sufrido, comprende el dolor y que el rol del movimiento es clave.
En las elecciones presidenciales también se define la próxima composición del Congreso, ¿Cuál va a ser la agenda ahí?
Diría que ese es el segundo gran desafío. Elegir a Lula y al mismo tiempo construir una mayoría en el Congreso porque hoy el Parlamento está controlado por lo que se conoce como el centrão, que es un conjunto de partidos que dan sustento al Gobierno de Bolsonaro y que secuestraron el presupuesto público para sus propios intereses. Entonces, para cambiar la agenda va a ser necesario tener una bancada popular progresista de izquierda mucho más fuerte de la que tenemos hoy. Yo estaba incluso como candidato a gobernador de San Pablo y retiré mi candidatura y fui como candidato al Congreso para contribuir en la tarea de llevar más gente.
¿Cuáles son los primeros proyectos que llevarán al Congreso?
Por lo menos tres puntos que tienen que pasar por el Congreso. Primero, revocar las reformas hechas por Bolsonaro y Temer: la reforma laboral y lo que se llama el techo de gastos, que es algo que fue aprobado en el Gobierno de Temer y que impide que la inversión pública se amplíe más que la inflación. Segundo, una reforma tributaria que permita una tributación más fuerte a los patrimonios, a quienes tienen grandes fortunas y altas rentas. Eso es para lograr condiciones financieras para hacer la política social que necesitamos. Y un tercer punto es una agenda ambiental. Necesitamos aprobar una legislación de transición energética, una legislación que garantice el derecho de los pueblos indígenas, que combata la destrucción del Amazonas.
¿Preocupa la seguridad de Lula? En los últimos días se conoció que usa chalecos anti bala...
Esto preocupa, por supuesto, porque hay mucha gente armada que está estimulada directamente por el discurso de Bolsonaro que amenaza a toda la izquierda y a Lula particularmente. En la campaña de Lula ya tomamos medidas de protección, de seguridad más fuertes para los eventos públicos y para los comicios. Pero no podemos dejar que el clima de miedo e intimidación sea el clima que prevalezca en la elección.
Hay mucha expectativa por lo que podría significar para Argentina y la región el triunfo de Lula...
Sí y no hay un escenario alternativo. No hay un plan B. Lula tiene que ganar y va a ganar. Creemos que puede ganar en la primera vuelta. Es un liderazgo con una capilaridad muy fuerte en el pueblo brasileño y esto puede incluso impulsar un nuevo ciclo en América Latina. Ya estamos viviendo un ciclo de derrota de la derecha y de fortalecimiento de la izquierda. Lo vimos en Chile, en Colombia con Petro, antes en Bolivia con Arce y también en Perú. La victoria de Lula sella esto y también lo fortalece por el papel económico y político que tiene Brasil en la región.