En cualquier ámbito sobran los análisis que enfocan en todo menos en lo más importante: el resultado. Así, pareciera que las derrotas "dignas" (algo que no existe) son mejores que los triunfos "opacos". Así que empecemos por lo principal: Luiz Inácio Lula Da Silva ganó la segunda vuelta de las elecciones en Brasil y será presidente por los próximos cuatro años. Bolsonaro, la estrella principal de la derecha en la región, es el primer presidente brasileño que pierde una reelección.
El ajustadísimo resultado, por 50,9% a 49,1%, con el tiempo puede servir para alimentar aun más el mito del dirigente metalúrgico, surgido en la pobreza extrema, preso en la dictadura, presidente en dos oportunidades y otra vez detenido con una causa judicial endeble para sacarlo de carrera política. En los casi dos años que estuvo en una cárcel que se construyó durante uno de sus mandatos, Lula sufrió la muerte de un nieto y un hermano, al que no le dejaron ir a despedirlo a su velorio. Con una vida así, ser el primer mandatario parece un desafío más de su vida.
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La jornada estuvo marcada por el último manotazo de ahogado del gobierno para impedir la derrota: los numerosos bloqueos de operativos policiales concentrados mayormente en el Nordeste, que, otra vez, fue el bastión que le permitió llegar a la presidencia, mientras el Sur le resultó esquivo.
En las calles de Brasil se notaba el orgullo de los votantes del PT por ir a votar a Lula. Si la encuesta la daban las imágenes callejeras, debería haber arrasado. En los centros de votación todos se hacían la señal de la L; en San Pablo, abuela, madre e hija iban juntas cada una con un pin del candidato opositor. El bolsonarismo, más silencioso, se intuía en los que se acercaban con la camiseta de la selección verdeamarela. Y luego apareció cuando se contaron los votos.
El presidente electo tendrá bajo sus espaldas administrar y comandar una alianza de partidos más heterogénea que la que lo llevó a la Presidencia hace 20 años. Su vice, Gerardo Alckim, fue su rival en 2006, Marina Silva estuvo como tercera fuerza y apoyó a Aécio Neves contra Dilma en 2014 y luego de la primera vuelta incorporó a la centrista Simone Tebet. Su base electoral, con fuerte componente juvenil. sindical y de reclamos por el medio ambiente, se mantiene. Todos tendrán que convivir.
Quizás por ello, y por el extremismo al que tendrá que enfrentar en la flamante oposición bolsonarista, es que en su primer discurso se dedicó a "unir a Brasil". No le hablaba a Bolsonaro, que no reconoció la derrota, sino a una parte de su base electoral (la menos radical) para tratar de apaciguar los ánimos. Reiteró su deseo de calmar los ánimos en las familias brasileñas, que el triunfo no fue "del PT ni de Lula, sino del pueblo brasileño" y convocó a todos a una nueva aventura que tiene al desarrollo económico, la inclusión social y el cuidado del medio ambiente en su agenda.
Es que Lula tiene en claro que Bolsonaro no es Alckim ni José Serra ni Aécio Neves: es algo bien distinto, capaz de romper hasta la más mínima norma de convivencia. Si alguno cree que estas afirmaciones son exageradas, pueden repasar lo que pasó con los diputados bolsonaristas Jefferson y Zambelli.
Pero lo extremista no lo convierte en outsider. Bolsonaro es hoy el referente de una porción importante de la sociedad y es, al menos, tolerado con el silencio. Una porción de la sociedad no exoneró a Lula como lo hizo la Justicia y aunque no tenga los mismos modos, no le molesta que Bolsonaro fomente el uso de armas como medida contra la seguridad y tenga un presupuesto secreto. El buen resultado de la primera vuelta le dio varias gobernaciones (las tres principales Río, San Pablo y Minas Gerais) y una fuerza de choque en el Congreso para intentar bloquear las iniciativas del flamante gobierno. El bolsonarismo existe y seguirá existiendo en la política y la sociedad, y con eso tendrá que lidiar el tercer gobierno de Lula.
Parece un reto muy difícil, al que Lula decidió no esquivar: "Lo que envejece a una persona es la falta de motivación. El Brasil es mi causa, el pueblo es mi causa", cerró su discurso como presidente electo. A los 77 años, va por su ¿última? lucha. Y tiene con qué ganarla.