Brasil define su futuro entre Lula y Bolsonaro

La izquierda apuesta a ganar en primera vuelta, pero el oficialismo aspira a forzar un balotaje el 30 de octubre. La definición podría recaer en los pocos indecisos que quedan. A esta incertidumbre, se suma el temor a que el presidente no reconozca los resultados. 

02 de octubre, 2022 | 00.05

Brasil vota este domingo con la certeza de que esta no es una elección más: se elige entre dos modelos de país opuestos, dos tipos de sociedad completamente diferentes y dos roles en el mundo que no tienen nada que ver. La disputa es entre el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva y la amplia coalición que forjó con antiguos rivales de centro y de derecha, el resto de la izquierda y movimientos sociales por un lado, y el actual mandatario Jair Bolsonaro, un dirigente que se encerró en su base más dura con el respaldo de las Fuerzas Armadas, las policías y la ayuda consciente o inconsciente del resto de los candidatos presidenciales que, aunque suman una pequeña intención de voto, hicieron todo lo posible para boicotear una posible victoria en primera vuelta del veterano líder petista. 

Las últimas encuestas publicadas este sábado auguraron que la elección se resuelve este domingo en la primera vuelta a favor de Lula con 50 y 51% de los votos válidos, según Datafolha e IPEC, respectivamente. Pero el ex presidente pidió calma, paciencia y, ante todo, no cantar victoria antes de tiempo. Aún falta que más de 156 millones de brasileños habilitados se movilicen y voten hasta las 17, cuando comenzará el escrutinio del sistema electrónico. El resultado final, que Lula esperará en San Pablo y Bolsonaro en Brasilia, podría depender del pequeño sector de entre 2 y 3% que aún se declara indeciso. 

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Objetivamente Lula tiene todo para estar confiado: forjó la alianza más grande de su carrera política, consiguió el apoyo explícito o implícito de sectores clave del poder real como empresarios y medios de comunicación masivos, y la mayoría de la comunidad internacional hizo guiños claros de que lo quiere de vuelta en el Palacio del Planalto.

Del otro lado, Bolsonaro intenta ser reelecto con una intención de voto que oscila entre el 36 y 37%, según las mismas encuestadoras, y tras perder el sostén de casi todos los sectores de poder que en 2018 lo apoyaron con el solo objetivo de evitar una vuelta de Lula al poder apenas dos años después de que los mismos actores consiguieron derrocar a su delfín, Dilma Rousseff, con un golpe parlamentario. Hoy muchos de los que votaron en el Congreso y aplaudieron en las calles ese impeachment piden votar por Lula y sacar a Bolsonaro del poder. 

Aunque la dirigencia política y social y los sectores de poder procesaron rápidamente y con inusual facilidad estas idas y vueltas tan contradictorias de los últimos años, los vaivenes dejaron secuelas en la sociedad. Aún un número significativo de personas sigue respondiendo que no votará a Lula "porque estuvo preso". No importa que la corte suprema lo liberó y puso fin a todos los procesos judiciales en su contra por presunta corrupción; el daño está hecho.

Por eso, luego de todo lo que tuvo que padecer -estar preso más de 500 días es apenas la culminación de una persecución judicial que duró años-, Lula y toda la dirigencia de su Partido de los Trabajadores (PT) no dudan en defender a capa y espada la variopinta alianza que formó, con su antiguo rival electoral, el socialdemócrata Geraldo Alckmin, como su compañero de fórmula. Aún los que hacen chistes irónicos en privado, explican que, tras cuatro años de bolsonarismo, era necesario.

Las extremas derechas siempre existieron en Brasil y en todo el mundo, pero cuando llegan al poder se abre una caja de pandora que no siempre es fácil de cerrar. Esto explica por qué la campaña y el primer lugar de Lula en los sondeos llenó de tanta esperanza a la izquierda y a las minorías que durante los últimos años pasaron miedo, miedo de las parejas LGTBQ + de salir de la mano, miedo a tener un sticker o un pin político en la ropa en un bar, miedo a defender el medio ambiente en zonas alejadas como la Amazonía. 

Pero de la misma manera que estos sectores se están jugando la posibilidad de volver a vivir en un país donde los derechos se estaban ampliando y la pobreza se estaba reduciendo, entre los bolsonaristas también hay una sensación de encrucijada, de elección histórica. Después de todo, el movimiento -que también es popular y se nutre principalmente de las clases trabajadoras- se referencia solo en Bolsonaro; no en un partido o en otros cuadros políticos. El actual presidente, según su mirada, es el único que puede garantizar que sus "ideas" y principalmente sus "valores" sean representados. El resto es considerado "el sistema", el mismo que el mandatario una y otra vez advirtió a sus seguidores que podría manipular las elecciones. 

"Si no gano con el 60% el domingo es porque hubo algo raro", disparó Bolsonaro hace solo dos semanas y, desde entonces, repiten sus seguidores en los actos electorales.

Por eso, junto con la esperanza de un cambio, estas elecciones llegan también con una cuota no despreciable de miedo, miedo que Bolsonaro intente lanzarse a la misma cruzada que probó el ex presidente estadounidense Donald Trump cuando su derrota se acercaba: desconocer los resultados y movilizar a su base con un final imposible de pronosticar hasta que no esté claro que posición tomarán los militares y las policías, dos sectores que fueron apoyo y parte del actual Gobierno. Después de todo, se trató de la campaña electoral más sangrienta y violenta de la democracia brasileña. 

Mientras los rumores sobre posibles movilizaciones alrededor de la capital, Brasilia, se multiplicaban en las últimas horas y las fake news impulsadas por el bolsonarismo sobre el voto electrónico continuaban circulando, la Justicia terminó de afinar todos los detalles para que sea una jornada en paz. Pero hasta último momento el presidente buscó poner trabas a la votación. El juez de la Corte Electoral Benedito Gonçalves tuvo que rechazar el sábado a la noche un pedido del mandatario para limitar el transporte público este domingo. En su decisión, calificó de "insólito" el pedido de los abogados de Bolsonaro. 

Este tipo de manotazo de ahogado de último momento no solo desnuda el carácter antidemocrático de Bolsonaro, sino que también deja entrever que reconoce que perdió el apoyo de muchas personas pobres y de clase media que lo votaron en 2018. La explicación que más repiten los analistas y se escucha desde la izquierda es el aumento de la pobreza y el hambre, y la mala gestión de la pandemia de coronavirus

Una de las campañas dentro de la campaña electoral que más efecto tuvo fue "Brasil empeoró", un movimiento que con esta frase tan simple buscó instalar la discusión del deterioro social y económico que vive el país desde los últimos años. Empapelaron ciudades e inundaron las redes con carteles que mostraban cuánto aumentaron los bienes básicos como la leche, pusieron pancartas en los campamentos urbanos de personas que viven en la calle y forzaron a Bolsonaro a reconocer el problema y lanzar una masiva ayuda social que, eso sí, ya avisó que termina el mismo día de su mandato. 

Pero nada de lo que hizo o dijo en la campaña pudo con las cifras devastadoras de pobreza y hambre. Cuando Lula asumió la Presidencia por primera vez en 2003, es decir, antes de poder implementar sus medidas redistributivas que sacaron a millones de la pobreza, el 35% de los brasileños sufrían de algún nivel de inseguridad alimentaria. Hoy esa cifra se eleva al 60%. Y para el nivel más grave de inseguridad alimentaria, es decir pasar hambre, aumentó de 9% a 15%

Esto explicaría porque, según sondeos, Bolsonaro perdió apoyo incluso entre los segmentos de la sociedad que votaron masivamente por él en 2018, como las comunidades evangélicas. Aunque siguen siendo uno de sus principales reductos de apoyo, su popularidad disminuyó significativamente. Según destacó en diálogo con El Destape, la politóloga e investigadora del Instituto de Estudios de Religión (Iser) Ana Carolina Evangelista, en 2018 el presidente obtuvo un 70% de apoyo frente a su principal rival, el petista Fernando Haddad.

"Hoy la tendencia sigue a favor de Bolsonaro, pero parece haber alcanzado un techo que ronda entre el 49 y el 51%", aseguró y agregó que este retroceso en parte se explica por el desencanto de muchas mujeres pobres. "Son evangélicas, pero también tienen otras identidades como trabajadoras y madres solteras, y fueron de las que más sufrieron la pandemia", señaló.

Las otras elecciones: legislaturas y gobernadores

La elección presidencial es la que atrae la mayor atención, pero este domingo también se definen el congreso federal -513 diputados y 27 de los 81 senadores- y los estaduales, y los 27 gobernadores. Como en la presidencial, los gobernadores deben obtener 50% para ganar en primera vuelta, sino enfrentarán un balotaje el 30 de octubre. Y como en la presidencial, la pelea por los Gobiernos estaduales generó mucha tensión y expectativas.

En San Pablo, el estado más populoso del país con 46 millones de habitantes, el favorito de las encuestas es un hombre del PT muy cercano a Lula, el ex ministro de Educación, ex intendente de San Pablo y el dirigente que lo reemplazó como candidato presidencial en 2018 cuando se entregó a la Policía, Fernando Haddad. Aunque es el favorito, los sondeos indican que irá a una segunda vuelta contra el ex ministro bolsonarista Tarícsio de Freitas.

De confirmarse esto, sería la primera vez que la socialdemocracia, el otrora poderoso partido del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, pierde el estado de San Pablo desde 1995.

Los otros dos estados a mirar son Minas Gerais y Río de Janeiro, este último un distrito muy preciado para el bolsonarismo y un reducto muy importante de la violencia política que el actual oficialismo promociona, en algunos casos, y acepta, en otros.