"Hagan lío", fue la frase con la que el argentino Jorge Bergoglio, el papa Francisco, inmortalizó su primera visita oficial a Latinoamérica en 2013. No fue en su país natal sino en Brasil, y su visita no fue una casualidad: alguien le estaba haciendo lío a la Iglesia católica en el país donde contaba con la mayor cantidad de fieles y esos eran (y son) las iglesias evangélicas. Hoy, consolidadas como un actor político de peso en la disputa electoral de cara a las elecciones del próximo 30 de octubre entre Luiz Inácio Lula Da Silva y Jair Messias Bolsonaro.
El crecimiento casi exponencial de los evangélicos es evidente y muestra, en parte, el por qué de su crecimiento como actores políticos. Según el censo 2010 (último con datos completos), el 22,2% de la población se consideraba evangélica, número que podría acercarse al 30% en la actualidad, remarcó el periodista y doctor en Estudios del Lenguaje Bruno Bimbi.
El periodista argentino, autor de "El fin del armario", vivió en Brasil durante varios años y estudió el fenómeno del crecimiento de estas nuevas creencias, aunque hace una salvedad: en el censo brasileño, el término "evangélicos" puede abarcar desde protestantes, metodistas hasta lo que llama las "iglesias clink-caja", que "contratan pastores y algunos ni siquiera creen en Dios".
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Estas iglesias han crecido en todos los estratos sociales, remarcó Bimbi, pero "más en las clases populares"; es decir, en el electorado principal del Partido de los Trabajadores y de Lula en particular. Algo que debería preocupar al principal candidato opositor: según todos los sondeos, Lula es favorito en todas las religiones, pero pierde por hasta 20 puntos entre los evangélicos. Según Atlas Intel, el petista se impone 60-40 entre católicos, margen que se amplía entre las otras religiones, pero pierde 65 a 33 entre evangélicos. Deus acima de tudo.
"Bolsonaro ya ganó" fue el lapidario editorial de O Estadao, uno de los medios más importantes de Brasil, el último lunes. La temeraria afirmación se sostenía en que, más allá del resultado del domingo, el ex militar hijo del Lava Jato (pese a que tiene más de 30 años de carrera política) logró degradar el debate público: "Si hace 20 años, Lula tenía que garantizar la estabilidad económica, hoy tiene que asegurar que no va a cerrar iglesias ni perseguir cristianos", una de las tantas noticias falsas que circularon desde las usinas bolsonaristas contra el candidato del PT. En esa lista se incluye un supuesto pacto con el diablo del ex dirigente metalúrgico. No es ninguna metáfora: así está el debate en Brasil de cara a la segunda vuelta.
En ese escenario se disputó, al menos, la primera parte de la campaña de cara al balotaje en Brasil, hasta que Bolsonaro recordó cuando "pintó un clima" con inmigrantes venezolanas de 14 años, que le valieron acusaciones de pedófilo, y el ex diputado bolsonarista Roberto Jefferson decidió enfrentarse a los tiros y lanzar granadas a la policía cuando iban a detenerlo a su casa. Lula, un católico confeso, se reunió con evangélicos y les entregó su Carta Pública al Pueblo Evangelista. Allí dejó asentado su compromiso con una porción cada vez más importante de la sociedad brasileña: negó que vaya a cerrar iglesias, como tampoco irá a perseguir cristianos y volvió a ratificar su rechazo "en forma personal" (algo que no sería inesperado por su propia fe) a la legalización del aborto, aunque aclaró que es un asunto a ser discutido por el Congreso.
Llegó la Triple B
El bolsonarismo se apoya en la llamada Triple B: buey (sectores del campo), bala (discurso de mano dura) y Biblia. Por el resultado de la primera vuelta, los partidos de derecha y el llamado "Centrao" (partidos históricos de centro y centro-derecha) superan en número a los partidos de izquierda. No es un escenario que Lula desconozca: en sus dos presidencias, tuvo que negociar en el Congreso y conceder para avanzar. Incluso, con la bancada evangélica, aliados tácticos del gobierno del PT pero que luego se sumaron al bloque que impulsó el impeachment y la destitución de Dilma Rousseff. Según estimaciones, el Frente Parlamentario Evangélico, que cuenta con integrantes de todos los partidos (hasta del PT) tendrá 102 diputados (de un total de 513 escaños) y 13 senadores (sobre 81). Un escenario complicado para quien quiera impulsar reivindicaciones como la legalización del aborto.
Detrás de este sector hay muchos líderes, pero uno resalta en particular: Edir Macedo, amo y señor de la Iglesia Universal, fundada en 1977. El jefe máximo de esta iglesia es hoy un poderoso empresario: es dueño de TV Record, segundo conglomerado de medios en audiencia de Brasil, y tiene fuerte influencia en Republicanos, partido que ha sido administrado por hombres de su entorno y al cual pertenece Tarcísio Gómez de Freitas, candidato de Bolsonaro a la gobernación de San Pablo, en donde enfrentará en un balotaje (y va primero en las encuestas) ante el dirigente del PT Fernando Haddad. El sobrino de Macedo, Marcelo Crivella, fue electo alcalde de Río de Janeiro en 2016. Por si hiciera falta aclararlo, está jugando fuerte a favor de Bolsonaro para que logre su reelección.
El gran cambio a partir de Bolsonaro, remarcó Bimbi, es que los evangélicos pasaron de volverse socios menores de los gobiernos (apoyos tácticos a todos los oficialismos a cambio de concesiones) a formar parte de la mesa chica en la conducción en el Planalto. Macedo escribió un libro, "Plan de poder: Dios, cristianos y política", una suerte de manifiesto en donde mezcla política y religión.
¿Podrá Lula, en caso de ganar, relacionarse con este sector? En el pasado pudo, pero a un costo muy alto. Aliados tácticos durante su presidencia, hoy los principales referentes se sienten parte de un proyecto político que no es el suyo y que le disputa la base electoral al petismo. Que sea lo que Dios y el pueblo quieran.