Trump, el dióxido de cloro y el elefante abajo de la alfombra

17 de enero, 2021 | 00.05

El 2021 arrancó y pasó de primera a quinta en un solo gesto. Amagando las divisiones arbitrarias que nos propone el calendario y omitiendo el deseo de empezar una nueva etapa vital a partir del ritual de año nuevo, la realidad se nos presentó de golpe. En solo 15 días y a alta velocidad el nuevo año trajo una serie de acontecimientos trascendentales: el aumento de los contagios, el inicio de la vacunación, la segunda ola de Covid, las fiestas clandestinas, las nuevas cepas encontradas en Brasil y Japón, el toque de queda sanitario, la toma del Capitolio, el dióxido de cloro, el juicio político a Trump, entre otras cosas. A modo ilustrativo, si tuviéramos un mapa digital en frente veríamos diferentes focos de conflicto que se van encendiendo, uno tras otro, en diferentes latitudes del mundo, que no nos dan tiempo a responder. Como en una película hollywoodense sobre una catástrofe en un futuro distópico, los focos se van coloreando en rojo al tiempo que ponen a sonar alarmas que nos avisan que algo está sucediendo, mas lejos o cerca, y algo tenemos que hacer.

Lo que esos mapas no nos muestran pero es nuestro deber reconocer, visibilizar y poner en debate son los hilos rojos que unen los eventos y las personas, y crean una gran red o matriz social interminable. Las transformaciones culturales del Siglo XXI más que nunca, y los efectos sociales, políticos y económicos de la Pandemia del Coronavirus, han desnudado el carácter intersubjetivo del mundo que vivimos. El modelo social en red se contrapone a la imagen del sujeto como grano de arena que nos propone esta etapa del capitalismo, que Lacan utilizaba para explicar la teoría del capitalismo de masas y la ruptura de los lazos sociales. Un grano de arena no hace cadena, simplemente coexiste junto a otros en un mismo espacio pero de forma independiente. Frente a ello la noción de red construye sentido en el vínculo con el otro, sin el cual no hay posibilidad de lazo ni supervivencia.

¿La toma del Capitolio o la explosión de un sistema quebrado?

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El 6 de enero mientras se realizaba la sesión especial para confirmar la victoria electoral del demócrata Joe Biden en Estados Unidos, un grupo numeroso de seguidores del presidente Donald Trump irrumpió en el Congreso en Washington D.C. generando una escena digna de una serie taquillera de Netflix, pero que el mundo entero experimentó gracias a las redes sociales y la instantaneidad de las tecnologías de comunicación digital. Legisladores escondidos bajo sus butacas para resguardarse de la violencia, corridas, el saqueo del patrimonio público, y el asesinato de cuatro personas, fueron televisados en vivo y en directo. Mientras tanto el Presidente Trump, a varios kilómetros de allí, tuiteaba pidiendo tranquilidad pero desconociendo los resultados de la elección que ganó el demócrata Joe Biden.

A las horas del escándalo Facebook y Twitter en una medida sin precedentes suspendieron las cuentas oficiales de Trump, que tenía 35 millones de suscriptores y 88 millones de seguidores, bajo el argumento de la peligrosidad de sus mensajes incitando a tomar el Capitolio y a un golpe de estado. "Prohibimos la incitación y los llamados a la violencia en nuestra plataforma. Estamos revisando y eliminando activamente cualquier contenido que infrinja estas reglas", manifestaron desde Facebook para justificar la suspensión . Días después dichas firmas iniciaron un proceso de gran limpieza de otras 7 mil cuentas suplementarias vinculadas a la militancia de extrema derecha pro Trump, el grupo Qanon, supremacistas blancos, y otras expresiones que podemos catalogar como “anti democráticas”.  La elite tecnológica del mundo se corrió del lugar de mera plataforma neutral que supo sostener siempre, incluso en instancias judiciales, para mostrar su verdadera naturaleza e intervenir en la política internacional. No obstante no asumiendo ningún tipo de responsabilidad política por los daños causados durante décadas en términos sociales y culturales. Cabe preguntarse si el problema es solo el mensaje o también el medio.

Tan solo unos días después a 8391 kilómetros de Washington, específicamente en el Hospital Otamendi de la Ciudad de Buenos Aires, Oscar Jorge García Rúa, un paciente grave de coronavirus, fue tratado con nebulizaciones de dióxido de cloro, por indicación de su neurocirujano personal del hombre, Dante Convert, luego de que una medida judicial lo autorizara. El paciente falleció, aunque no se sabe con certeza si por efecto de dicha sustancia o el curso de la enfermedad que ya se encontraba muy avanzada. El Ministerio de Salud inició una denuncia por el caso y el médico Converti, quedó imputado. El Juez Sebastián Casanello a cargo de la causa ordenó un allanamiento a su consultorio donde la Policía secuestró historias clínicas y recetas de dióxido de cloro. Además se conoció que el médico no es reconocido por la Sociedad Argentina de Neurocirugía, y su consultorio de no estaba habilitado oficialmente.  También fue imputado por "mala praxis judicial" el magistrado Javier Pico terrero que autorizó el tratamiento. ¿Es un camino correcto la judicialización de la salud? ¿ No estamos corriendo el problema siempre desde atrás?

La de Rúa no es la primera muerte que se hizo pública asociada al Dióxido de Cloro en los últimos meses. A fines de agosto de 2020 en Neuquén falleció un niño de 5 años como consecuencia de la ingesta  de la misma sustancia química cáustica que le produjo un fallo multiorgánico.  No casualmente el tema se había instalado fuertemente en las redes sociales y la opinión pública por una performance de Viviana Canosa en su programa de la televisión abierta ingiriendo “CDS” de una botella. “Oxigena la sangre, me viene divino. Yo no recomiendo. Yo les muestro lo que hago”, dijo al aire frente a millones de espectadores. Luego de las críticas y las repercusiones de su accionar Canosa expresó en su cuenta de Twitter: “Prefiero CDS con todo lo que dicen… a una vacuna que los mismos creadores piden inmunidad/impunidad (sic) por sus efectos colaterales”. Y además expresó: “Uso Barbijo, tapabocas, pero eso no calla mis ideas, decisiones y creencias. Cuando el río suena… Estudien, investiguen y no repitan” .

El dióxido de cloro es una sustancia que se usa como desinfectante de superficies y blanqueador , y es rechazada por la Asociación Toxicológica Argentina, la Asociación Argentina de Medicina Respiratoria, la Sociedad de Toxicología y Ambiente Córdoba y la Sociedad Iberoamericana de Salud Ambiental, entre otras. Durante todo 2020 en el marco del aumento de contagios y la gravedad de la Pandemia, la ANMAT y varios organismos internacionales como la Agencia para Sustancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades (ATSDR) de los Estados Unidos insistieron en la peligrosidad de la ingesta de su ingesta señalando que puede generar “graves efectos adversos” y que “no hay evidencia” que combata ninguna enfermedad. La crisis de los grandes relatos interfiere en el establecimiento de criterios de verdad universales, e incentiva la multiplicación de verdades subjetivas o micro relatos fragmentarios que no necesitan certificados.

Lxs propios científicos solían pensar que no se debía perder el tiempo en rebatir discursos como las pseudo ciencias y los tratamientos alternativos. Pero los medios de comunicación y las plataformas permitieron vehiculizar, sin filtros,  temas que afectan la percepción de los individuos sobre su propia salud. Estos discursos encontraron en la conversación social la forma perfecta de introducirse en la opinión pública y luego en la política institucional. Desde allí generan un formato de legitimidad que no necesita de un certificado oficial. Mientras una investigación científica requiere un marco institucional y un extenso proceso de búsqueda de evidencias, los mecanismos de legitimación actual se desarrollan sin intermediarios más que un perfil en redes sociales y la cualidad de producir relatos creíbles. Las nuevas formas de producción de la palabra legítima tienen más poder y menos reglas que nunca, y han llegado a  reemplazar las herramientas de debate que las sociedades han construido a partir de los procesos de democratización. Muchas veces con la espalda  y el apoyo financiero de corporaciones o partidos políticos con fuertes intereses.

El hilo rojo que todo lo une

A primera vista estos relatos parecen eventos sueltos, dados arrojados al azar en una mesa de casino sin vínculo alguno.  ¿ Qué tendrá que ver Viviana Canosa con Donald Trump, el coronavirus con la toma del Capitolio, los anti vacunas con la suspensión de cuentas de twitter, o el fallo de un Juez que dio lugar al pedido de un paciente de Covid en las últimas horas de su vida para se tratado con CDS, con los supremacistas blancos?

Donald Trump fue el primer mandatario en expresarse contra las evidencias científicas y los criterios de verdad. La revista Nature  en 2016 lo catalogó como “el primer presidente anticientífico que han tenido en toda la historia de EEUU”. La revista Scientific American hizo un recuento de sus declaraciones al respecto y subrayó por su gravedad los manifiestos anti vacunas, la negación del cambio climático y sus efectos, y en el último año el llamado a inyectar “desinfectante” en los pacientes de Covid para “limpiar los pulmones” en medio de una rueda de prensa que salió en vivo.  A partir de esas declaraciones cientos de estadounidenses fueron hospitalizados por ingerir detergente o lejía, y la comunidad científica entera salió a alertar a la población contra el peligro de tomar al pie de la letra las palabras del presidente en los medios de comunicación. Incluso la famosa compañía Reckitt Benckiser (RB), fabricante de productos de limpieza y desinfección,  emitió un comunicado desaconsejando lo dicho por Trump. Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, un expreso homofóbico, misógino, racista, que apoya la tortura y la pena de muerte, también se manifestó en varias oportunidades contra la ciencia y recientemente suspendió la compra de jeringas por un precio que consideraba alto poniendo en peligro todo el plan de vacunación de dicho país. ¿De verdad todavía nos sorprende?

Esta semana en la cámara de Representantes en los Estados Unidos se aprobó la apertura de un nuevo juicio político contra Donald Trump por "incitación a la insurrección”, con una votación que terminó 232 votos a favor, 197 en contra y cuatro abstenciones, pero con la sorpresa de una decena de republicanos que apoyaron la iniciativa. El proceso de Juicio Político tendrá que continuar en Senadores aunque probablemente no avance, por lo que el espectáculo funciona de forma más simbólica que burocrática. Llama la atención que luego de cuatro años de gestión sin límites a la vista del mundo entero, recién se genere una reacción política institucional y social a una semana del fin de su mandato que se limita a señalar a Trump como el único responsable de lo que ocurre. ¿Alguien recogerá el guante de un sistema político lleno de baches? ¿Quién se hará cargo de un modelo social, cultural  y comunicacional hegemónico devastado y devastador?

Trump no es un hecho al azar. Es un producto de la historia y de la cultura de los último 200 años que tiene como protagonista a toda la humanidad. Todo lo que esta atado con alambre tarde o temprano cede. Todo lo que es forzado funciona sobre la base de una sobreactuación de rituales vacíos que son signos de tiempos que ya no existen y agotan.  Su mandato y su gestión se desplegaron de forma violenta porque es el Presidente del país más poderoso del mundo, pero sobre todo porque es lo que debíamos ver hace tiempo y no queríamos. Las noticias y contenidos nos muestran a diario expresiones fascistas, políticas segregacionistas, el avance de las pseudo ciencias, incendios forestales imparables, zoonosis, coronavirus, la cotización del agua en Wall Street, y las consecuencias del cambio climático. Leemos, nos indignamos en twitter, puteamos, y seguimos nuestra vida cotidiana.

La democracia como la conocíamos, los ámbitos institucionales de debate, los espacios de construcción colectiva, están atados a un sistema de símbolos y lenguajes que ya no les hablan a las mayorías, o por lo menos no resuenan ni activan acciones concretas. El elefante está frente a nosotros y lo tapamos con la alfombra para no verlo. No existen certezas claras sobre el futuro posible y en qué tiempo veremos brotar las consecuencias ruinosas de nuestros actos, pero si es necesario dejar de negar y reconocer que la sociedad ha cambiado y que debemos generar nuevas herramientas de diálogo si queremos transformarla.

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Fabiana Solano

Mi nombre es Fabiana Solano y tengo 34 años. Soy socióloga egresada de la UBA y casi Magister en Comunicación y Cultura (UBA). Digo ‘casi’ porque me falta entregar la bendita/maldita Tesis, situación que trato de estirar con elegancia. Nunca me sentí del todo cómoda con los caminos que me ofrecía el mundo estrictamente académico. Por eso estudié periodismo, y la convergencia de ambas disciplinas me dio algunas herramientas para analizar, transmitir, y explicar la crisis del 2001 en 180 caracteres. Me especializo en culturas y prácticas sociales, desde la perspectiva teórica de los Estudios Culturales. Afortunadamente tengo otras pasiones. Me considero una melómana millennial que aprovecha los beneficios de las múltiples plataformas de streaming pero si tiene que elegir prefiere el ritual del vinilo. Tengo un especial vínculo con el rock británico (siempre Team Beatles, antes de que me pregunten), que se remonta a mis primeros recuerdos sonoros, cuando en mi casa los domingos se escuchaba “Magical Mistery Tour” o “Let It Be”. Además soy arquera del equipo de Futsal Femenino de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), rol que me define mejor y más genuinamente que todo lo que desarrollé hasta acá. Por supuesto que la política ocupa gran parte de mi vida y mis pensamientos. Por eso para mi info de WhatsApp elegí una frase que pedí prestada al gran pensador contemporáneo Álvaro García Linera: “Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino”.