Este lunes, algo parece haber cambiado en la histórica alianza entre Estados Unidos e Israel. El Gobierno de Joe Biden decidió no imponer su derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y permitió que se apruebe por 14 votos y una sola abstención el primer pedido de alto el fuego "inmediato" en la Franja de Gaza desde que el Gobierno de Benjamin Netanyahu lanzó una represalia por el masivo ataque del movimiento extremista palestino Hamas, que rápidamente se convirtió en un castigo colectivo contra toda la población civil del sitiado territorio palestino que es apenas superior a La Matanza y que desde hace casi una década y media sufre una ofensiva militar israelí cada dos o tres años. Tomó cinco meses y medio de bombardeos y combates diarios de las fuerzas israelíes, más de 32.000 palestinos muertos y más de 1,5 millones civiles desplazados fuera de sus casas y al borde de la peor hambruna militarmente forzada de las últimas décadas para que la embajadora estadounidense Linda Thomas-Greenfield cambiara su posición y se abstuviera.
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El gran interrogante que surge ahora es si este cambio de posición puede significar un punto de quiebre en la cada vez más dramática crisis humanitaria que se vive en la Franja de Gaza (pensar en un punto de quiebre para el conflicto israelí-palestino en su conjunto parece una pregunta demasiado ambiciosa por ahora). Poco después de conocerse el resultado de la votación en el Consejo de Seguridad en Nueva York, el canciller israelí Israel Katz aclaró que no cumplirán con la resolución de Naciones Unidas, pese a ser vinculante para todos los Estados miembro: "El Estado de Israel no frenará los ataques. Destruiremos a Hamas y continuaremos peleando hasta que el último de los rehenes vuelva a casa", escribió en Twitter en relación a los más de 100 ciudadanos israelíes, civiles y militares, que están bajo cautiverio en algún lugar de la franja. Eso sí, el ministro no mencionó que la misma resolución de la ONU que pide "un alto el fuego inmediato durante el mes de Ramadán" también exige "la liberación inmediata e incondicional de todos los rehenes".
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En las últimas horas, habían circulado rumores de un posible acuerdo para una tregua temporal durante Ramadán, el mes sagrado del islam que comenzó hace 15 días, a cambio de más liberaciones de rehenes israelíes. Sin embargo, la decisión del Gobierno estadounidense de habilitar la aprobación de una primera resolución en la ONU que exige un alto el fuego podría interpretarse como que Israel aún no aceptó este presunto acuerdo y, por lo tanto, las máximas potencias mundiales redoblan su presión.
De ser así y volviendo al interrogante inicial, surge la pregunta de qué va a hacer la comunidad internacional si Israel decide ignorar lo que la ONU establece como una resolución vinculante para todos sus miembros. Algunos países, incluso aliados de Estados Unidos como Canadá, ya comenzaron a decidir sanciones como la suspensión de todas las ventas y transferencias militares a Israel. ¿El Gobierno de Biden está decidido a respaldar su decisión de abstenerse hoy y hacer lo mismo cuando el Consejo de Seguridad discuta posibles sanciones ante lo que se proyecta como un posible incumplimiento israelí de la resolución de este lunes? Porque, después de todo, ¿para qué sirve aprobar resoluciones vinculantes si los mismos países no están dispuestos a defenderlas como medidas concretas, si éstas no se cumplen?
El giro diplomático de este lunes en la sede de la ONU en Nueva York abre este escenario nuevo lleno de preguntas y en un año electoral en Estados Unidos, en el que la alianza con Israel y la crisis humanitaria palestina en Gaza ya se impusieron como temas centrales tanto para la base electoral ultraconservadora del casi seguro candidato republicano Donald Trump como para los votantes más progresistas del Partido Demócrata, quienes en noviembre no encontrarán mucha más opción para votar que Biden.
El mundo frente a su propio Nunca Más
Desde hace meses, cientos de miles de personas salen a las calles en las principales capitales del mundo para pedir un alto el fuego en Gaza. A esto le siguieron constantes protestas y hasta escraches en charlas, actos políticos y la vía pública a dirigentes políticos, de todo el arco político, que no asumían una posición clara a favor de presionar a Israel para frenar los bombardeos y los combates en el territorio palestino y abrir las fronteras para el ingreso irrestricto de ayuda humanitaria. Mientras en Argentina se vivió una campaña electoral sin grieta en el apoyo a Israel y desde diciembre está en el poder un Gobierno que defiende una alianza incondicional con Netanyahu, en gran parte del mundo, especialmente en el Hemisferio Occidental al que Javier Milei tanto mira, la presión política y social para que la comunidad internacional frene la violencia contra los palestinos de Gaza no paró de crecer hasta forzar a varios gobiernos a cambiar su posición.
Dirigentes como Biden y sus socios europeos se enfrentan por estas horas a sus promesas de no permitir nunca más una limpieza étnica, un genocidio, una hambruna forzada militar y políticamente y los principios más básicos del derecho humanitario surgido después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial: la guerra, aún si se presenta como respuesta a un ataque en territorio propio, nunca puede justificar la matanza indiscriminada y constante de una población civil que, además, ya no tiene donde esconderse ni a quién pedir ayuda. No es la primera vez que estos principios humanitarios básicos se violan: Afganistán, Irak, Siria, Libia, Myanmar, Ucrania y la lista continúa. Sin embargo, pocas veces la agresión fue tan rápida y contundente como la de los últimos cinco meses y medio en la Franja de Gaza.
Todas las cifras recopiladas por la ONU y organizaciones humanitarias internacionales describen una situación que, aún en este mundo violento, no se había visto en mucho tiempo. Hace solo unas semanas, por ejemplo, el titular de la agencia de la ONU para los refugiados, Philippe Lazzarini, recopiló las cifras de niños y menores muertos en Gaza desde el 7 de octubre hasta fines de febrero y las comparó con la de todas las guerras en el mundo entre 2019 y 2022: mientras que la ONU registró 12.193 fallecidos en cuatro años, en menos de cinco meses en Gaza ya superan los 12.300. Además, Unicef alertó que más de un millón de niños y menores sufren "traumas diarios" por los bombardeos diarios y el asedio que apenas deja entrar alimentos, medicamentos y agua a cuentagotas, y también alertó que uno de cada tres chicos menores de dos años padecen un nivel de desnutrición aguda. Esto, según relató hace unos días la agencia Reuters, está llenando las salas y pasillos de los pocos hospitales activos con niños con hambre y enfermos.
Toda la población civil está sufriendo; sin embargo, la multiplicación de imágenes de niños desnutridos, con miembros amputados y huérfanos en las calles de Rafah, la ciudad de sur de la franja que quintuplicó su población en los últimos meses cuando Israel obligó a más de un 1,5 millones de palestinos a abandonar sus casas en el norte y centro del territorio y hacinarse aún más en el límite con Egipto. Más del 70% de la infraestructura civil de la franja está destruida o dañada, según la ONU, y hay partes enteras del territorio que quedó inhabitable. El sur ahora es un gran campamento precario, donde las enfermedades se multiplican sin control y la desesperación por la falta de comida y agua potable muestran la cara más desesperante del asedio israelí. Y es justamente ahí donde el Gobierno israelí de Netanyahu prometió atacar para terminar de "destruir Hamas".
A diferencia de lo que sucedió, por ejemplo, hace solo unos años en Ucrania, los medios no están llenos de historias y fotos de esta tragedia. En gran parte, porque el asedio israelí incluye también un apagón informativo. Desde que comenzó la ofensiva, el mismo 7 de octubre del ataque de Hamas, las autoridades israelíes no permiten el ingreso de periodistas israelíes o internacionales a la Franja de Gaza. Tampoco están dando visas a la mayoría de los trabajadores humanitarios que quieren sumarse a los esfuerzos en el devastado territorio, pese a que cada vez son más vitales. Durante este tiempo, los únicos que contaron lo que pasaba fueron los periodistas locales y, por eso, también se volvieron en uno de los objetivos militares de la ofensiva. Según Reporteros sin Fronteras (RSF), cuando se cumplieron los cinco meses del inicio de los ataques israelíes, ya habían muerto 103 periodistas. Dos semanas después, el Gobierno de Gaza, en manos de Hamas desde 2006, informó que ya eran 136 los trabajadores de prensa muertos por el conflicto. Las cifras pueden parecer pequeñas frente el total de más de 32.000 palestinos fallecidos, pero según los últimos dos relevamientos anuales de RSF 45 y 57 periodistas fueron asesinados en todo el mundo en 2023 y 2022, respectivamente.
Pero la situación es tan dramática y las pocas fotos y noticias que llegan tan desesperantes que el apoyo internacional a Israel, que supo ser inquebrantable en gran parte del mundo, empezó a mostrar grietas. Las imágenes y la reivindicación israelí de la destrucción de universidades, escuelas y centros de la ONU, saqueos de casas, museos y hasta archivos históricos; los ataques dentro de hospitales y a multitudes desesperadas por conseguir comida y agua; y de familias palestinas comiendo panes hechos con forraje para animales fueron mermando el argumento, que sigue siendo mayoritario en Israel, de que todo está justificado como represalia al ataque de Hamas que mató a más de 1.200 israelíes y secuestró a más de 200.
Todo este escenario justifica sin duda el cambio de posición del Gobierno de Biden. Sin embargo, hay un elemento más. El mandatario estadounidense, quien según la prensa de su país no tiene una relación muy armoniosa con su par israelí Netanyahu, no consiguió que su aliado se comprometa a no avanzar sobre la ciudad gazatí de Rafah, donde casi toda la población civil se refugia por estas horas. Y el giro en la ONU parece indicar que no confía en que la presión diplomática verbal ejercida hasta ahora sea suficiente para torcer el brazo de un primer ministro jaqueado por constantes protestas y la cara visible del mayor fracaso de seguridad de su país en el último medio siglo.
La preocupación central de las grandes potencias ya no es que el Gobierno israelí no tiene ningún plan para el futuro de Franja de Gaza ni que su objetivo militar de "destruir Hamas" no es realista. En cambio, sus aliados creen que, tras cinco meses y medio, Netanyahu no está dispuesto o no puede cambiar de rumbo y, por lo tanto, tiene la voluntad de avanzar a cualquier costo humano. Después de todo, la mayoría de la sociedad israelí, herida y sumida en un sentimiento de extrema vulnerabilidad tras el ataque de Hamas, no ha demostrado querer ponerle un límite.
Hoy el temor en Washington, muchas capitales europeas y el mundo humanitario en general es que Netanyahu cumpla con su palabra y avance sobre la ciudad de Rafah. Entonces sí, coinciden los máximos líderes del mundo, el baño de sangre tendrá una dimensión que nadie se anima a poner en palabras.