¿Cómo se construye un acostumbramiento a la crueldad?

Cuando terminan las celebraciones del año nuevo judío y a poco de cumplirse un año del atentado terrorista de Hamas sobre Israel, la pregunta del título es una interpelación directa, no sólo sobre la brutal retaliación que sufre todo el pueblo palestino sino sobre este tiempo político en nuestro país.

04 de octubre, 2024 | 17.38

¿Hasta cuándo va a escalar el conflicto bélico en Medio Oriente? ¿Cuántas imágenes más de personas en duelo o cuerpos desmembrados, de ciudades reducidas a escombros es posible ver antes de pedir enérgicamente el alto fuego sobre la franja de Gaza y también de los ataques sobre Líbano por parte de Israel? Son estos días sensibles para la comunidad judía de todas las latitudes. No sólo por la celebración del Año Nuevo judío, también porque el 7 de octubre se cumplirá un año del ataque terrorista de Hamás sobre población civil en Israel que dejó más de un millar de muertes y 200 personas tomadas como rehenes, muchas de las cuales todavía no volvieron a sus casas. Desde entonces, la retaliación no encontró límites: más de 42 mil personas, niños y niñas entre ellas, palestinas fueron asesinadas. También murieron rehenes a causa de los mismos bombardeos israelíes. En esta precisa semana, la escalada sobre otros países limítrofes ha convertido a Medio Oriente en un campo de batalla en el que la vida vale muy poco.

“¿Cómo se construye un acostumbramiento a la crueldad?”, retoma la pregunta Camila Baron, economista, docente, periodista y autora del recientemente editado Derecho de nacimiento (Editorial Rara Avis), consciente de que no hay una sola respuesta sino capa sobre capa de hechos y sentidos que se van acumulando y para ella conforman la idea del supremacismo, que se replica a si mismo deshumanizando a los otros, convirtiendo en amenaza a les otres, negando palabra y existencia a las otras.

Foto: Jose Nico

“Toda forma de supremacismo es un holocausto en potencia. Cualquier forma de supremacismo es una nakba en potencia”, escribe en el epílogo de su libro que se ofrece como una posibilidad de conversación sobre un sistema de crueldad extremo del que poco y nada se puede hablar públicamente en Argentina sin recibir amonestación, sin que hablar de los crímenes contra la humanidad del Estado de Israel no sea tomado como antisemitismo. Esta misma semana la DAIA -Delegación de Asociaciones Israelitas en Argentina- volvió a acusar de antisemitismo a periodistas por la sola mención de la invasión al Líbano por parte de Israel.

“La pérdida del diálogo es alimento para la violencia. (… ) No hay posibilidad de sostener tanto odio si no es obturando la palabra”, escribe también la autora en referencia a la no convivencia entre la población israelí y palestina, aunque no solamente: “No escribo sobre una guerra a miles de kilómetros de acá nada más, no es menor que el presidente mire a Israel, que haya declarado que Argentina no es más neutral. Milei construye aquí otra forma de supremacismo que podríamos llamar mercantil: quien tiene éxito en el mercado, quien acumula, se convierte en el mejor, adquiere otra categoría. Un supremacismo que no es racial, acá no hay tanto discurso como en otras ultraderechas en el mundo contra migrantes, por ejemplo. Pero el mercado ajusta la depuración racial”, dice Baron.

“Es necesario hablar, no se puede cortar el diálogo. Muchas de las personas que votaron a Milei ¿piensan realmente que una persona mayor no merece vivir de su jubilación y tiene que ir al mercado otra vez, jugar con acciones o apuestas? ¿es real que ese consenso se rompió?”, se pregunta la autora. Pero ¿hay límites para esa conversación? “La vida y la muerte son un límite claro” -asegura la economista. Por eso son necesarias las voces que denuncian el genocidio en Gaza -sin dejar de dolerse por la crueldad del atentado del 7 de octubre en el sur de Israel- y también es necesario “reconocer el ajuste deshumanizante que hay en este país y que tiene la intención de eliminar a quienes la ley de la selva (del mercado) eliminó antes”.

Derecho de nacimiento es un libro de crónicas sobre el viaje que la autora realizó a Israel y Palestina en 2017 mediante un programa gratuito -cuyo nombre es igual al título del libro- que ofrece viajar por una semana a Israel a jóvenes judíos y judías o que reconocen ese origen en sus familias. Así, se busca generar adhesión al Estado de Israel; en algún sentido, generar embajadores y embajadoras no formales entre la juventud. “Me llevó muchos años transformar ese diario de viaje en estas crónicas, necesité decantar las sensaciones, entender cómo es vivir en un estado de guerra permanente”. En una de las crónicas, los viajantes preguntan a un soldado que participó de las incursiones en Gaza en 2014 si había matado a alguien. “Maté animales”, sintetiza el soldado.

“En el libro también cuento de una amistad a distancia, a través del chat ICQ, con una chica israelí que sostuvimos mucho tiempo y a través de la cual es posible ver los contrastes entre una adolescente formada en la educación pública y laica como es mi caso y quien a los 18 años aprende a llevar y cargar un fusil”. Mientras Camila duerme en sus días en Israel con su diario bajo la almohada, observa que parte de los guías que acompañan al grupo apoyan la cabeza sobre su arma. Entre esas distancias y perplejidades se construye Derecho de nacimiento.

“Es el miedo el organizador de la vida en común en un territorio militarizado. Un miedo que tiene origen en el holocausto, en ser parte de un pueblo que sufrió un genocidio, pero que lentamente se va configurando en un miedo al otro, en la necesidad de sostener un ejercito fuerte, de levantar muros, de tener como orgullo la producción de tecnología bélica, de control y vigilancia”. Baron logra en sus crónicas narrar la trama emocional que va construyendo la insensibilidad frente a la crueldad. Los relatos, escritos en primera persona, no dejan de indagar también sobre la identidad a la que volverán una y otra vez los guías del viaje para generar sentido de pertenencia al Estado de Israel. “¿Qué de todo esto soy?”, es una pregunta que la autora se formuló entre la visita a un cementerio de soldados, caminando entre lápidas de muertes demasiado jóvenes o en el museo del Holocausto. “Ahí me di cuenta de que el reclamo de identidad me activa la memoria del ghetto, un espacio deshumanizado donde sos reducida a sólo una cosa: judía. Pero a mí, en aquella época, me podrían haber matado por judía, por mi identidad política de izquierda, por mis prácticas sexuales. La identidad no es fija”. Y así, móvil, se abre a puntos de contacto con otras experiencias, se abre a la empatía.

El libro deja al final un desafío: encontrar un antónimo para la palabra supremacismo. Ese que en Israel se cimenta tanto sobre la habilidad tecnológica para la guerra y para la agricultura en el desierto como sobre los valores de occidente -como la democracia o el respeto a las mujeres- que naturalizan que hay quienes merecen vivir y quienes pueden ser exterminados. Un desafío que excede el marco de la guerra en Medio Oriente y nos interpela directamente, en este territorio, en este tiempo de crueldad.

Derecho de Nacimiento tendrá una nueva presentación en la Feria del libro de Flores, junto a Ariel Feldman, el sábado 5, a las 19.