Desde la famosa Cumbre de las Américas en la Argentina en el año 2005 existe una disputa política regional alrededor de diferentes proyectos políticos. Por un lado, existe una corriente heterogénea y difícil de catalogar en términos de definiciones ideológicas estrechas del siglo veinte que se suele denominar “progresista” en el más amplio sentido del término. Sus propuestas van desde una identificación con el socialismo y la izquierda, pasando por el nacionalismo, el populismo y la social democracia, hasta llegar al peronismo, aunque para simplificar se hable de progresismo.
Esta corriente ni siquiera siente la “necesidad” de encontrar una definición rigurosa que tampoco se encuentra en los libros. Es lo que es y -también- es fácil identificar quiénes forman parte. Lo mismo sucede con quienes están en la vereda opuesta, aunque también existen matices. Pero las definiciones son un poco más claras y se puede hablar de propuestas de derecha, liberales o neoliberales.
En esta “disputa” el péndulo va y viene en los procesos electorales. Pero Colombia era la excepción abiertamente alineada con las derechas y con la política de los Estados Unidos, donde sobresalía la figura de Alvaro Uribe.
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Hasta que en junio Gustavo Petro fue electo presidente. Petro no fue parte de lo que se suele denominar “la primera ola progresista” del siglo XXI y representa una renovación que es mucho más profunda que la propia elección. Su discurso del 7 de agosto mostró una visión estratégica alejada de los clásicos discursos generalistas que se suelen escuchar cuando se asume la presidencia de un país y tiene ejes que lo distinguen de aquella primera ola de comienzos de siglo. A la necesidad de cambios estructurales en lo que hace a las desigualdades sociales Petro le agregó conceptos poco desarrollados por la mayoría de los gobiernos progresistas latinoamericanos. Es así que se refirió a la problemática de la seguridad alimentaria, a los efectos del cambio climático, a la importancia de la Amazonía, fue muy crítico con la falta de una respuesta unida por parte de América Latina frente a la pandemia.
Más allá de los temas puntuales como lograr la paz con los movimientos guerrilleros o cambiar por completo el eje de la lucha contra las drogas -que definió como un fracaso lo hecho hasta ahora- hay una visión estratégica de largo plazo. Ahora comienza lo más difícil: gobernar.